Lunes por la tarde... 5. José Kentenich
a la isla de Patmos. Sufre mucho con sus cristianos, a los que ha tenido que abandonar, y está también interiormente lleno de angustia, preguntándose qué será de la Iglesia de Dios en la tierra. En efecto, vive a partir de este pensamiento: el Salvador ha dicho que vendría pronto. Pero ¿qué significa pronto? A veces se dice también en tono de broma que algo es un «pronto» apocalíptico. ¿Cuánto dura este «pronto» apocalíptico? —ahora estamos escribiendo ya 1957. O sea: desde el año 33 hasta 1957, y el «pronto» no ha llegado todavía. Este es el gran misterio. Y la primera cristiandad vivía enteramente a partir del pensamiento de que no tardaría ya mucho, de que entonces vendría el Salvador a juzgar a vivos y muertos. Por eso la angustia: ¿qué será ahora realmente de la cristiandad?
Recordarán cómo el autor apocalíptico ve de pronto a aquel que está sentado en el trono, al Padre Dios.5 Se lo representa siempre y solamente como el que está sentado en el trono: no se lo menciona por su nombre. Tiene en su mano un libro: es el libro del destino del mundo y de la Iglesia.6 En él se encuentran todos los acontecimientos hasta el fin del mundo. Les he dicho cómo el autor apocalíptico extiende la mano hacia el libro: quiere obtenerlo.
A nosotros nos sucedería probablemente algo semejante. Si viniese alguien y nos dijese que allí se encuentra consignado todo lo que pasará el año próximo, ¿qué haríamos? De inmediato querríamos agarrarlo. ¿Y cómo es en este caso? Es como si el Padre del cielo le dijese: no lo toques, que no te incumbe: no te está permitido saberlo. Ahí pueden ver ustedes qué fuerte es el anhelo (del autor apocalíptico): como ese anhelo no se realiza ahora, comienza a llorar como un niño. Tan fuerte es el anhelo.
Por tanto, la respuesta es: nadie sabe qué está escrito en el libro fuera del mismo Padre y del Cordero que yace a sus pies como inmolado. Por eso la angustia: ahora el Cordero tiene que abrir el libro. No sólo que el Cordero, es decir, el Salvador, sabe exactamente lo que ha de suceder. Él tiene también la tarea de realizar lo que el Padre del cielo ha previsto para el mundo entero y para la Iglesia. Ahora se describe hermosamente la situación de conjunto en el cielo. No quiero exponérselo en este momento. Tengan a bien leerlo ustedes mismos en el capítulo quinto.
En el capítulo sexto el Cordero comienza a abrir los sellos. Del mismo modo como está sellada una carta, así estaba sellado el libro. El Cordero abrió sello tras sello. Tenemos que ver ahora qué es lo que pasa una vez que el Cordero ha abierto los sellos.Si después leen el capítulo sexto, versículos uno a ocho, tienen allí la clásica formulación de los cuatro caballos apocalípticos y los cuatro jinetes apocalípticos. Tienen que imaginarse que yo entrara con el libro, abriera el sello, y después, de pronto, llegaran raudamente cuatro caballos y cuatro jinetes.
Ya ven que les he dicho que el Apocalipsis opera con imágenes aterradoras.
¿Qué significan estos cuatro caballos y estos cuatro jinetes? Si quieren comprenderlo tienen que ponerse un poco en la situación de aquel tiempo. En ese entonces, Roma dominaba casi el mundo entero. Cuando el emperador romano cabalgaba por su imperio, lo precedían cuatro caballos y cuatro jinetes que advertían a las masas del pueblo: ¡Atención, atención, ahora viene el emperador! Eso no regía solamente para el emperador, sino también para los sátrapas,7 es decir, para los lugartenientes. Cuando estos iban por los países, también los precedían cuatro veloces caballos y cuatro jinetes. Y los caballos tenían diferentes colores: rojo, blanco, negro (y gris). Como ven, Dios, el Señor utiliza ahora esta imagen a fin de mostrarle al autor apocalíptico lo que viene.
Ahora tienen que retener la idea central: los cuatro caballos y los cuatro jinetes que galopaban delante eran los precursores del emperador, que avanzaba victorioso. Tienen que reflexionar, entonces: ¿qué significan los cuatro caballos y los cuatro jinetes? El autor apocalíptico nos lo dice con gran exactitud. Después se lo expondré por extenso. ¿Lo leemos ahora rápidamente en común? Y cuando el Cordero abrió el primero de los siete sellos, miré y oí a uno de los vivientes que hablaba con voz de trueno.8
Tienen que imaginárselo: en torno al trono del Padre, cuatro seres misteriosos. Mientras el Cordero abre los sellos, el primero de los seres comienza a proclamar lo que significa. ¿Qué dice el primer ser? ¡Ven y mira! ¿Qué vio el autor apocalíptico? Dice allí: Y vi un caballo blanco; el jinete tenía un arco, se le dio una corona y salió como vencedor. Ahora tienen que pensar en la modalidad de entonces. Llevaba un arco —supongan que alguien, por ejemplo, la hermana, tuviese hoy una visión semejante. Entonces, probablemente Dios no le habría mostrado a la hermana un jinete con un arco. ¿Qué habría visto ella? Un cañón o una bomba atómica. ¿De qué es símbolo eso? De la guerra, y de una guerra terrible, de una guerra mundial. Efectivamente, en el tiempo apocalíptico hay guerras terribles—.
¿Qué significa esta guerra terrible para los elegidos? Cristo, el Rey, vencerá en estos elegidos a través de todas las tremendas turbulencias de la guerra. Él será el gran vencedor. ¿A través de qué triunfa él en los elegidos? A través de su asemejamiento a Cristo, de que, como Cristo, estén dispuestos a cumplir y sufrir la voluntad del Padre hasta el último aliento. Ahora se abre el segundo sello.
Cuando abrió el segundo sello, oí al segundo viviente que decía: “¡Ven y mira!” Salió otro caballo rojo, y al jinete se le dio poder para quitar la paz de la tierra y hacer que los hombres se degüellen unos a otros; se le dio también una gran espada. De modo que, por lo visto, es algo peor que una guerra. ¿Qué es? ¡Revolución! En esto podemos esperar de todo. Revolución tras revolución. Y en la revolución el Salvador quiere triunfar en los elegidos. ¿A través de qué? Los elegidos tienen que asemejarse de la forma más rápida posible al Salvador en la cruz y el sufrimiento, en el decir sí a la voluntad del Padre.
Cuando se abrió el tercer sello, oí al tercer viviente que decía: “¡Ven y mira!” Y vi un caballo negro; el jinete tenía en la mano una balanza. Y oí como una voz en medio de los cuatro vivientes que decía: Una medida de trigo, un denario; tres medidas de cebada, un denario, la ración necesaria para un día, un jornal. ¿Qué significa eso? ¡Carestía! ¡Hambre! Tengo que emplear todo mi jornal para poder comer. Pero dice: Al aceite y al vino no los dañes. No es que todos los hombres vayan a ser «segados». Hay, por cierto, algo que comer, pero no suficiente. ¡Hambre! O sea, primero, guerra, segundo, revolución, tercero, hambre, cuarto, epidemias.
Dice: Cuando se abrió el cuarto sello, oí la voz del cuarto viviente que decía: “¡Ven y mira!” Y vi un caballo amarillento; el jinete se llamaba Muerte, y el Abismo lo seguía. Se les dio potestad sobre la cuarta parte de la tierra, para matar con espada, hambre, epidemias y con las fieras salvajes.
Esta es la imagen de los cuatro caballos y jinetes apocalípticos. Como ven, es nuestro tiempo. Todo esto ya lo hemos sufrido en Europa. También ustedes tendrán que sufrirlo, probablemente. Ahora viene lo que quiero decirles hoy. Solo he destacado lo expuesto para reconstruir el contexto. Ahora se abre el quinto sello. ¿Y qué ve el autor apocalíptico? No ve caballo ni jinete alguno, sino un altar, y bajo el altar las almas de los mártires. ¿Y qué gritan los mártires? Leamos rápidamente el texto.9
«Cuando se abrió el quinto sello, vi debajo del altar las almas de los degollados por causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantenían».10 Son los mártires. «Y gritaban con voz potente: “¿Hasta cuándo, Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin vengar nuestra sangre de los habitantes de la tierra?”».11
Permítanme una interrupción. Fíjense qué sano es, en sí, este modo de pensar. Los mártires dejaron que se les atormentara hasta la muerte por causa de Cristo, fueron presentados ante la opinión pública del mundo como los peores criminales y dijeron sí a eso. ¿Qué exigen ahora? Quisieran ser justificados ante la opinión pública mundial; tienen un santo sentimiento del honor, esperan una justificación e invocan para ello la santidad de Dios y la veracidad de Dios: se ha cometido injusticia contra nosotros. Señor, tú no puedes tolerarlo, hay que repararlo. ¿Qué respuesta reciben entonces? «A cada uno de ellos se le dio una túnica blanca, y se les dijo que tuvieran paciencia todavía un poco, hasta que se completase el número de sus compañeros y hermanos que iban a ser martirizados igual que ellos».12 ¿Comprenden qué significa esto? Dos cosas: primero, se les dio una