Las llaves de Lucy. José Luis Domínguez
él solito. Fue increíble lo fácil y rápido que se esfumó delante de todos.
El capitán volvió a mirarse con García, Rosty y los demás agentes, y se relamía esperando la respuesta. Pensaba en la suerte que habían tenido de encontrar al “Chanfle” para que les soplara lo que un arsenal de cámaras y profesionales aún no habían dilucidado.
—Desembuche de una vez, Zapata, que se nos acaba el tiempo.
De pronto, el reo comenzó a reírse a carcajadas…
—¿Qué le da risa, Zapata? Cuéntenos el chiste, así nos reímos todos —le dijo el jefe Rosty furioso.
—Es que fue tan fácil, tan fácil… y a la vista de todos. ¡Qué chido!
—¿No me diga? —le preguntó sarcástico Arnoux.
—Así es. Fue en el Patio de la Fuente. Se apareció con un bolsito. Se subió a la fuente, mientras lo cubrían unos cuates, se agachó para tomar impulso, puso sus brazos en alto y se elevó a los cielos. Se había calzado el traje de Superman, je, je, y se esfumó delante de todos, planeando con su hermosa capa roja. Debe haber sido “de madres”. ¡Cómo me lo perdí!
En unos segundos, la cara del capitán comenzó a transformarse en roja de furia. Más roja que la capa del condenado Superman. Luego en verde, verde de bronca. Parecía el increíble Hulk.
—Pero ¿qué coño nos está contando Zapata? Usted nos está tomando el pelo a todos y haciéndonos perder un tiempo valioso —el capitán pegó un furibundo puñetazo sobre la mesa para no golpear al reo, pero asustando a todos los presentes—.
Pero ¿qué historieta nos está vendiendo este cabrón? Garcíaaaa, llévese a este pinche mentiroso al “agujero”. Ya mismo. Sáquelo de mi vista.
—¡No, Capitán, por favor! —empezó a rogar Zapata—. Se lo juro por Dios que eso fue lo que me contaron los chavos. No, el agujero no. No, Capitán…
—¿Y quién se lo contó?
—No me acuerdo.
—García, a este “le faltan varios dulces en el frasco”. ¡Métalo sin perder un segundo en el “agujero”! Déjelo tres días a pan y agua, y una semana sin salir al patio. Así no jode más, y por ahí le vuelve la memoria. Y suspensión de dos días al “gordo bombucha” por inepto y por creerse las historias que le cuentan. ¡Estoy rodeado de una manga de majaderos!
Parece que al “chanfle” Zapata le habían llegado algunas de las historias inventadas por la imaginación de Jalisco y el chavo se las creyó. Evidentemente, no le funcionaba bien la cabeza.
En ese mismo instante, en otro sector alejado, dentro del presidio, se desarrollaba una conversación entre los “compas” de Charly.
—¿Has visto, Popeye? Al final Charly me hizo caso. Se puso el traje de Superman y saltó los muros de esta prostituta cárcel… y chau. Un súper héroe mi compañero. Te voy a extrañar güey. Fuiste un buen y leal amigo —concluyó Jalisco, un tanto emocionado.
—Que tengas suerte, Charly. Estés donde estés en este momento, te deseo lo mejor —lo saludó imaginariamente Popeye.
Al célebre prófugo se lo había tragado la tierra, esfumado, como en uno de los mejores trucos de magia de David Copperfield. Había escapado de la cárcel más segura del Estado y nadie se había enterado cómo lo había logrado.
Charly estaba fuera del presidio y técnicamente fuera de la jurisdicción y vigilancia del Capitán. Por lo tanto, legalmente, las restantes fuerzas del estado serían responsables de rastrearlo y capturarlo. El director Arnoux ya nada podía hacer. Ahora sería a través de la policía estatal, en controles de caminos, en ingresos y egresos de los aeropuertos y demás entidades. A partir de hoy, ellos se encargarían del prófugo. Pero, el Gobernador le había clavado los colmillos en la yugular al Capitán Arnoux. Había quedado al filo de ser relevado por un nuevo funcionario y se lo había dado a entender de todas las maneras posibles.
El tsunami que produjo Charly también había alcanzado al Gobernador. Se hallaba en terapia intensiva con pronóstico reservado. Era el año donde se jugaba su reelección. Por lo tanto, tendría que trazar una rápida jugada ante la sociedad, demostrando un cambio vertiginoso, con resolución efectiva y un gran poder de mando. Que la sociedad supiera rápidamente que “su gobernador” se pondría a cargo del Presidio Federal de Lecumberri. Les diría que, en 48 a 72 horas, nombraría un nuevo director y que simultáneamente iniciaría una drástica investigación interna, en todas las áreas del presidio. Al meditarlo, se daba cuenta de que esa era la mejor opción que debía tomar: sacarlo del medio al Capitán Arnoux.
Tendría que preparar ese mensaje esa misma noche, revelando sus dotes de “tomar el toro por las astas”. Y que toda la población de su ciudad y alrededores se enterara de ello. Debería informar a sus conciudadanos que esa misma tarde había impartido la orden de control total de las rutas y aeropuertos para rastrillar, por todo el estado y las localidades vecinas, la fuga de un reo con frondoso prontuario. Ya se había iniciado la cacería del famoso Charly y la sociedad debía enterarse lo antes posible. Eso se llamaba un voto ganador para su candidatura. Juzgaba que no podía perder más tiempo. Era el instante de poner manos a la obra, redactando un discurso potente y creíble, y salir por la pantalla de televisión en el principal noticiero de la noche. Debía “inflar” bastante la situación. Explicar al pueblo que se había escapado un reo con cadena perpetua. Exagerar que era un asesino sumamente peligroso y despiadado, como nunca hubiera pasado por Lecumberri. Y el gobernador prometía su captura en 96 horas. ¿O en realidad no estaba exagerando nada?, meditaba el Gobernador.
CAPÍTULO 7
¡CORRE, CHARLY, CORRE!
“Palacio Negro” de Lecumberri, ciudad de México.
Jueves 19 de mayo de 2011, antes del mediodía.
Cuando reflexiono lo vivido apenas unas horas antes, me parece increíble. No logro relajarme y darme cuenta de que lo logré. Pienso que no es verdad, pero me pellizco para despertarme. Mientras voy en viaje, me perdura una sensación tan extraña, como hace años no vivía. Mis nervios todavía a flor de piel, mi adrenalina sigue a tope y no logro aquietarme.
Luego de tantos temores e inseguridades, las adversidades que vengo soportando solo me dieron más fuerzas para revelarme y mantener mi fe inquebrantable. Por eso, ahora que lo analizo todavía en caliente, veo que valió la pena tanta espera. Era solo aguardar el momento justo. Me arriesgué y jugué todo a un pleno en la ruleta del Palacio Lecumberri. Era ahora o nunca. ¡Mi vida se jugaba en esa bolilla! Y hoy gané. “Esta vez Charly le ganó a la banca”, estarán maldiciendo en el presidio.
Mientras me alejaba, revivía la “película” de un par de horas antes, meditando que, desde que ingresé al “Palacio Negro”, no había día que estallara mi cabeza pensando en alguna oportunidad de fugarme. Porque, cuando uno decide sobrevivir, debe escaparse de esa penitenciaría mugrienta, poner todos los sentidos en eso para lograr su objetivo y esfumarse. Sin embargo, esas últimas semanas, me sentía más desamparado que otras veces, con mis defensas bajas. No soportaba seguir encerrado.
Fueron más de dos meses de exprimirme los sesos, ansiando encontrar un resquicio, una falla, una oportunidad de fugarme. Pero nos controlaban en todo momento; a cada segundo. El Palacio era infranqueable. Las cámaras captaban y grababan nuestros pasos en los patios y portones, en los baños, en los pasillos de nuestras celdas. Era una cárcel clasificada de máxima seguridad. Imposible “pirárselas”. Así lo demostraba su historial: virgen e invicta durante los últimos treinta años.
El único lugar donde no había cámaras —porque se habían desmantelado temporalmente— era en el salón que estábamos remodelando en el primer piso. Pero, las habían reemplazado por ojos humanos: un equipo de guardias armados, colocados en lugares estratégicos, para que nos vigilaran en toda la jornada de trabajo en obra.
Después de mucho analizar y devanarme los sesos, creo que la había