Las llaves de Lucy. José Luis Domínguez

Las llaves de Lucy - José Luis Domínguez


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en ese tiempo. Que los interroguen a fondo. ¡Quiero que le revisen hasta el color de los botones de sus camisas! ¿Me entendió, Arnoux?

      Lo único que pudo responder el Capitán, luego del discurso del Gobernador fue: “Sí, señor”. La bronca y la paranoia del Capitán subían a niveles inimaginables. Y esa expresión cuadraba a la perfección con lo que podía sucederle. Lo harían elevar por los aires, hasta una altura por encima del planeta Tierra, para no pertenecer nunca más al presidio.

      Lo separarían del cargo y adiós carrera, adiós oficina adjunta al Gobernador como Superintendente de Presidios. Todo se había acabado. Su impecable trayectoria se había desintegrado para siempre, de la noche a la mañana. Y el Gobernador se lo había detallado con todas las letras.

      Bajó de su bunker con su peor cara, con toda la furia, por no tener argumentos para responderle al Gobernador. Nada de nada. No había ninguna evidencia que rebatir y menos defenderse. Llegó al patio once a reunirse nuevamente con su equipo, según lo previsto minutos antes.

      —Caballeros, necesito que expliquen con lujo de detalles cuál fue la rutina de esta mañana. Simultáneamente iremos recorriendo el camino. Les iré pidiendo datos y tomando nota de lo que crea conveniente y necesario.

      —Sí, señor.

      Ambos colaboradores le estuvieron explicando al Capitán los procesos de control y rutinas habituales con el GOB-30; dónde se apostaba la gente de seguridad custodiando los desplazamientos de los reos; dónde los sanitarios provisorios; y demás aspectos de todo lo ocurrido esa fatídica mañana.

      El grupo, con el Capitán a la cabeza, subía y bajaba escaleras, cruzando la obra, observando cada lugar y recovecos. Hasta que finalmente arribaron al patio trasero e hicieron un alto.

      —Esas marcas rectangulares ahí en el piso, ¿qué son?

      —Ahí estaban los volquetes donde todos los días tiran los escombros. Parte de la basura que sacan de la obra del primer piso, un volumen menor, y otro tanto de lo que desechan de la sala de restauración que está ahí, detrás de esa puerta amplia de madera.

      —Ajá. ¿Y qué han hecho con los volquetes?

      —Se los llevaron.

      —¿Cuándo?

      —Esta mañana. Lo máximo que entra en este patio son seis vertederos. Como ayer quedaron llenos a reventar, el jefe de obra coordinó que al día siguiente vinieran los camiones a llevárselos y dejaran otros vacíos para reiniciar el proceso.

      —¿Y entonces?

      —Según lo establecido ayer, esta mañana ingresaron seis camiones, pasadas las 8:00 horas, y en quince a veinte minutos cargaron los volquetes repletos, uno por cada vehículo, y se retiraron del presidio rumbo a un vaciadero fuera de la ciudad —explicó el jefe Rosty.

      —Entonces quiero las filmaciones de esa cámara. A ver… no, no. —y girando casi 360 grados, concluyó—. Quiero las imágenes de las tres que están en este patio.

      —»García —le seguía ordenando el Capitán—, anote los números de las cámaras de video y se los pasa al Jefe de Seguridad. De esta manera podremos acotar la búsqueda, en lugar de inspeccionar veinte cámaras, analizaremos menos.

      —Y el personal de la empresa constructora, ¿vio algo, jefe Rosty?

      —No lo sé señor. Esta mañana a las 12:00 horas, ellos se retiraron del presidio y retornarán a las 14:00 horas.

      —Anote: llame al arquitecto Pucci y le explica que lo quiero aquí de nuevo en dos horas, a él y a su gente. Al igual que los choferes de camiones.

      —Los camiones son de una empresa contratista —comenzó a explicarle el jefe Rosty— y no siempre son los mismos choferes los que vienen aquí. La empresa debe contar al menos con 200 camiones. Por ende, estime aproximadamente 250 a 300 choferes, por los cambios de turnos, francos y descansos. ¿Cómo saber quiénes son los seis choferes que vinieron aquí esta mañana? Con todo respeto, se lo aseguro, es imposible, Capitán. No hay modo de reclutar una tropa de 300 choferes para indagarlos dentro de unas horas —intentó convencerlo Rosty.

      —¡Imposible un coñazo! Les envío una orden judicial y tendrán que mover el culo como si estuvieran arriba de un fuego. Caballeros, van a darse cuenta con sus propios ojos cómo el presidente de la empresa de camiones y sus 300 choferes se presentarán aquí hoy mismo. Ni lo duden, como que me llamo Pierre Arnoux.

      —Sí, señor —respondió García.

      —¿Por dónde salieron los camiones?

      —Por este portón, Capitán.

      —Dígame, García, ¿qué camino hicieron hasta llegar al portón principal?—Acompáñeme, Capitán.

      Y el agente García le fue mostrando el recorrido y los procedimientos. A su lado, el Capitán le pedía que anotara tal o cual cámara de CCTV, exigiendo que el “equipo de crisis” investigara y analizara cada minuto de filmación con lo que cada aparato había grabado durante esa mañana. Cuando estuvieron junto al portón de entrada del presidio, el Capitán se frenó. Con su peor cara y saliéndole espuma por la boca, casi les escupió las palabras:

      —¡Malditos sean! ¿Cómo fue posible que saliera por aquí y nadie vio cómo se esfumaba? Esto es una fortaleza: dos portones de máxima seguridad, quince guardias, diez cámaras filmando cada segundo, francotiradores, cámaras infrarrojas. ¡No lo puedo creer! ¿Se tomó la pastilla mágica y se transformó en el hombre invisible? Se paseó delante de ustedes, por las narices de todos, ¿y nadie vio cómo se fugaba el chingón de Charly?

      »¿Comprenden el desastre y la magnitud de lo que acaba de ocurrir? Por un segundo, ¿logran tomar conciencia de las formidables consecuencias directas e indirectas que les esperan a todos? ¿Pueden entenderlo?

      »Esto es peor que un tsunami. Lo que se nos avecina… es peor. Lo tenemos a solo a cien metros de nosotros y nada podremos hacer para frenarlo. ¿Saben por qué? Porque lo maneja el Gobernador a control remoto desde su despacho —siguió vociferando furioso el Capitán Arnoux—. El agua nos cubrirá a todos.

      El director resistía como podía. Tal era el estado de tensión e indignación, que, literalmente, escupía las órdenes y reclamos que daba, en una de cada tres palabras.

      —Todos los equipos de guardia fueron capacitados estrictamente para cumplir el reglamento —seguía machacando el embroncado Capitán— ¿Me explican el procedimiento de control de camiones al entrar y salir del Palacio?

      »Hace treinta años que es el mismo. Hace treinta años que se cumple a rajatabla y nunca falló. Es muy claro. Está escrito y fue perfeccionado cientos de veces. De modo que aquí alguien hizo la vista gorda. Ese Charly tuvo que haber comprado varios cómplices. Es la única forma de escapar de este sitio. ¿Lo captan?

      —Sí, señor.

      —Por eso caballeros, esto ha sido un plan maestro: falla humana y cómplices —proseguía hablando el Capitán, despotricando y salivando palabra de por medio—. ¿Coincidimos?

      —Sí, señor.

      —Necesito conversar urgente con el jefe de guardia y que me explique si los portones principales uno y dos estaban agujereados, y le dejó vía libre a nuestro héroe Charly.

      —Sí, señor.

      —Vaya a buscarlo, García. Quiero hablar con él aquí afuera. No permitiré que me escuchen en la cabina de control.

      —Sí, señor.

      —Hola, jefe.

      —Capitán Arnoux, buenas tardes.

      —¿Me explica el procedimiento de control de vehículos? El que se hizo esta mañana y se hace todos los días. Y le pido que no me haga ninguna farsa. ¿Entendido?

      —Por favor, señor. Todo lo que le diré incluso se encuentra filmado. Lo puede chequear usted cuando lo desee, y corroborará


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