Las llaves de Lucy. José Luis Domínguez

Las llaves de Lucy - José Luis Domínguez


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Mañana meteré ni nombre en la urna.

      —¿Y cuánto durará la obra?

      —Estiman tres meses, si no llueve y no encuentran problemas en la estructura del “castillo”.

      —¿Sabes qué? Ahora que lo mencionas y me lo pienso mejor, esto puede resultar interesante. Se me está despertando una que otra neurona dormida. En el transcurso de tres meses, podré conocer gente con la que tal vez podamos “preparar” algo… tal vez, tal vez… Justo me recuerdo una frase de Jordi: “no te des por vencido, ni aún vencido. Siempre existe una oportunidad. Todo depende de ti, de tu actitud. Piensa en positivo, y no renuncies”. Eso me decía.

      »Déjamelo meditar esta noche, Jalisco, y mañana, un rato antes del almuerzo, te respondo.

      —Bueno, Charly, pero anticípame algo: ¿te anotas o no, güey?

      CAPÍTULO 4

      “GOB-30”

      “Palacio Negro” de Lecumberri, ciudad de México.

      Viernes 11 de marzo de 2011.

      Dos meses antes de la desaparición de Evelyn.

      Nos habían reunido en una sala vacía, junto a un depósito de provisiones del Bloque, en otro sector del “Palacio Negro”. Nos exigieron colocarnos en fila de a seis, uno al lado del otro, firmes, como rulo de estatua.

      —Caballeros —arrancó el discurso el Capitán con cara de bulldog francés—, han sido seleccionados entre 142 compañeros que se han postulado para colaborar en forma “gratuita” con la Administración y la Dirección de este Instituto Correccional. —»Ustedes han sido distinguidos para este proyecto y formarán un grupo selecto de apoyo que participará en la remodelación: una nueva “Biblioteca, sala de juegos y usos múltiples”.

      »El gobierno estatal, luego de varias peticiones de este Capitán, ha puesto a nuestra disposición los fondos económicos para esta obra que enaltece a las Prisiones Federales.

      —¿Qué sarta de pinches promesas dice este cabrón? Se asemeja a un político en campaña. Todo será bonito, factible y a favor de la comunidad —le explicó Charly en voz baja a Jalisco.

      —Ni que lo digas, Charly. Te promete el oro y el moro. Ya que está, podríamos pedirle que diseñe una barra con tacos, botanas y cervezas bien frías, así nos servimos a voluntad.

      —Por ese motivo —continuó el Capitán en su discurso— vamos a realizar las inversiones solicitadas para el bienestar de toda la comunidad carcelaria. Las obras darán comienzo en una semana, aproximadamente. En consecuencia, dispondrán de pocos días por delante, pero igual tendrán un período para prepararse y ponerse al tanto de los pormenores, antes del inicio oficial del proyecto.

      »El jefe Rosty Williams, aquí a mi lado, ha sido asignado para liderar y coordinar este grupo, y ponerse a disposición de la empresa contratista que tendrá a cargo la construcción de esta obra. Él será el nexo entre la empresa y ustedes. Y, obviamente, me reportará diariamente todos los eventos más significativos —continuó advirtiendo el director del presidio.

      »En los próximos días, conocerán nuevos detalles, a medida que la empresa nos vaya pasando su planificación y las necesidades de personal de apoyo, o sea, ustedes.

      »¿Alguna duda caballeros? —no se escuchó ni el sonido de una mosca—. A partir de hoy, el jefe Rosty les irá contando las novedades, a medida que vayamos iniciando la remodelación.

      »Caballeros, jefe Rosty, buenos días y rompan fila.

      Al cabo de una semana, y en el horario de las 8:00, nos concentraron al grupo de treinta chavos en el patio once, próximo al edificio en remodelación que iba a dar inicio. Jalisco y yo formábamos parte de “los elegidos”. La empresa abrió tres frentes de trabajo. Ese primer día, a Jalisco y a mí nos enviaron a distintos sectores.

      La primera etapa era la demolición propiamente dicha. Las instrucciones indicaban que era prioritario recuperar la mayor cantidad de materiales posibles, para respetar y mantener el estilo arquitectónico del Palacio, y cientos de objetos “de estilo y antiguos” que deberíamos recuperar, en la medida que pudieran restaurarse, para usarlos en la nueva construcción. De lo contrario, irían a la basura.

      Y así arrancamos. El material seleccionado se trasladaba con cuidado por escalera a una sala de planta baja, preparada para la restauración y recuperación de estas piezas y materiales. El resto de los escombros se descargaban por tres toboganes estratégicamente ubicados desde el primer piso a la planta baja. Allí caían dentro de volquetes, donde se juntaban los desechos que íbamos acumulando desde la obra.

      Las puertas, ventanas, rejas, molduras, placas de cielorrasos y demás elementos, los bajábamos entre varios chavos por escalera y los llevábamos a la sala de restauración, en la planta baja, para que otro grupo los limpiara y acondicionara para su recuperación. En cambio, aquellos escombros demasiado pesados, que no se podían tirar por el tobogán, los bajábamos de la misma forma: a mano, por las escaleras.

      Cuando nos dimos cuenta, la mañana se había pasado volando. Había llegado la hora del almuerzo. Nos formaron y nos llevaron en fila india al comedor.

      Al Capitán Pierre Arnoux lo habían rebautizado: “bulldog francés”. Los cuates eran asombrosos para poner apodos. Me contaron que lo de bulldog fue porque era “chiquito, feo y con la cara igual a ese perro de raza”; y lo de francés, porque obviamente había nacido en Francia.

      La cuestión es que el Capitán había previsto todo para el almuerzo. Nos destinó un espacio exclusivo en el comedor principal que está contiguo a la obra. Movilizó a treinta presos que almorzaban todos los días allí y los trasladó al comedor en otro bloque. Seguramente se mantendría el cambio mientras continuara la remodelación. Dio instrucciones al contratista y mandó a construir unos tabiques que nos separaran del resto en el comedor, aislándonos así de los demás cuates del presidio.

      “El Comedor de Chicharito” era el nuevo lugar que nos habían asignado para nuestros almuerzos, al menos por los próximos tres meses. Uno de los cuates me explicó que le pusieron el nombre “Chicharito” en honor a uno de los cocineros que aún está allí y lleva más de 25 años preparando comida para los presos. Y en estos días, por supuesto, también seguiría cocinando para nosotros, solo que en otro ámbito, llamémosle “selecto”.

      A medida que íbamos entrando, nos ubicamos y sentamos sin ningún orden prestablecido. Nos devoramos la comida como lobos hambrientos. Un rato después, nos dieron el aviso de “terminado” y en fila salimos avanzando con destino al patio once. El jefe Rosty nos ordenó formación en cuadrícula seis por cinco (seis filas de cinco personas cada una). Controló que estuviéramos todos y nos ordenó avanzar hacia nuestros lugares en la obra para continuar con la tarea asignada en la mañana.

      A las cinco de la tarde, nos indicaron que hiciéramos un alto. El director de obra y su personal daban por concluida su jornada y, por ende, nosotros también. Todo nuestro equipo fue asomando de los distintos lugares de trabajo con la instrucción de concentrarnos nuevamente en el patio de reunión. Otra vez formación seis por cinco. Varios guardias apostados en lugares estratégicos monitoreaban nuestros movimientos. Estaban armados hasta los dientes.

      Le di un vistazo a las paredes y a las columnas de iluminación del patio que oficiaba de lugar de encuentro diario.

      El que manejaba las cámaras CCTV desde el control se había convertido en un poseído. Las cámaras “bailaban” de un lado a otro, y hasta pude detectar cómo le hacía un zoom para aproximar la lente a todos nosotros.

      Fue solo un paneo con mis ojos, mientras estábamos todos formados en la fila. El jefe Rosty controlaba rápidamente que no faltara ninguno de nosotros treinta.

      —Caballeros, gracias por la colaboración en este, su primer día de trabajo. Pueden romper fila y cada uno regresar a su pabellón. Hasta mañana y que descansen.

      —Hasta mañana, jefe —le respondimos


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