Las llaves de Lucy. José Luis Domínguez
está? ¿Habrá ido con Evelyn a reconocer el campo? Claro, tiene que ser eso. Conociéndola a Evelyn, y con lo entusiasmada que la vi anoche, deben estar dando vueltas con el tractor y mostrándoselo.
No me di cuenta de examinar si estaban los tractores o la chata. ¿O se habrán ido a caballo? Voy a revisar. Me alejo de la casa nuevamente. Repaso los lugares y todo está en orden. Los caballos, los tractores y la camioneta están en el lugar de siempre.
A oleadas, el viento me trae el ladrido de mis perros hostigando a lo lejos. Rehago el camino rumbo al edificio de ordeñe y me oriento por los ladridos, tratando de encontrar a mis perros. Observo que los tres ladran parados en dos patas, arañando la puerta de chapas del galpón. De pronto, uno de ellos enloquece y comienza a escarbar un pozo para entrar por debajo, como sea.
Me acerco al portón y deslizo los dos pasadores para abrir e ingresar al viejo granero. Los perros, desesperados, me pasan por arriba y casi me tiran. Se infiltran alborotados y ladrando furiosamente, olfateando el piso, como si buscaran una comadreja o una rata. Llegan hasta el camastro improvisado armado con forraje ayer a la noche. Los perros se ponen locos. Sus colas se mueven tanto que se les van a cortar. Olfatean y me observaban inquietos, como exigiéndome “apúrate y acércate aquí, a ver si reconoces esto”. No logro ver mucho, dado que el galpón está en desuso, sin luz y sin ventanas.
La puerta por la que ingresamos se encuentra como a treinta metros del camastro, y la claridad que entra por allí es escasa. Un momento después, mis tres guardianes siguen histéricos. Reculan sobre sus patas y huyen por el portón del depósito, husmeando todo a su paso, mientras se alejan.
Ya en el exterior del edificio, eligen otro camino rumbo al campo de maíz. Van “aspirando” todos los olores que encuentran a su paso. Es sorprendente, pero mis perros trabajan en equipo. Recién los veo tan activos. Uno o dos olfatean el piso, el otro husmea el aire de la mañana. Los tres están con las orejas a tope, en alerta máxima, tratando de detectar cualquier olor o sonido. Cruzan el alambrado e ingresan al campo de maizales, y yo voy tras ellos. Recién ahí me doy cuenta que estoy con las manos vacías. El apuro y la desesperación me nublaron. Por las dudas tendría que haber traído la escopeta para no estar desarmado, por cualquier eventualidad.
Pero sigo adelante igual, para estar atento a lo que encuentren mis canes. No puedo perder más tiempo en retornar a la casa. Sin embargo no siento miedo. Mis perros son como tres lobos; despellejarán al primero que intente cruzarse en mi camino y atacarme.
Los tres llegan hasta una zanja de riego que bordea la plantación, y los noto perdidos, intentando seguir el olor que venían olfateando. Unos minutos después vuelven a orientarse, cruzan la zanja con agua, y se meten en otro campo. Y ahí se detienen.
Los animales dan vueltas, husmean, están alertas, pero no logran salir de ahí. Es como girar en círculos, como si hubieran encontrado un callejón que tuviera una tapia. No saben cómo seguir. Se muestran perdidos, desorientados. Ellos se olfatean entre sí y me apuntan a mí, como diciendo “¿Qué está pasando aquí?” Entonces les grito en voz alta: “Volvamos. ¡Volvamos a casa!”. Y ellos me entienden perfectamente.
Regreso a la vivienda, todo lo rápido que puedo con mis perros detrás. Entro a la cocina y miro el reloj. Han pasado unos minutos de las nueve y media de la mañana y doy un último llamado, con mis lágrimas cayendo por mi cara:
—¡Evelynnn, Evelynnnnn…! ¿Mi niña, dónde estás? ¡Contesta, hija!
Hay un silencio profundo en mi casa. Desolador. Abatido, me siento desfallecer. No puedo demorar más la situación. ¿Cuánto voy a soportar la agonía?
—¿Hola…? ¿Central de Policía?”
CAPÍTULO 2
La desaparición de Evelyn
Pueblo de Santa Lucía, México.
Viernes 20 de mayo de 2011, después del mediodía…
A muchos kilómetros de distancia del Campo “La Preciosa” dos individuos discutían acalorados, continuando una conversación iniciada minutos antes:
—Pero cabrón ¿qué hiciste con la joven? Dímelo de una puñetera vez —le exige alarmado el hombre.
—La dejé dormida. Te lo juro. ¡La dejé dormida y me fui! —le responde su interlocutor.
***
Pueblo de Santa Lucía, México.
Domingo 22 de mayo de 2011, dos días después.
Temprano a la mañana.
En la portada del periódico local de la ciudad se podía leer:
DESAPARECIÓ HIJA DE IMPORTANTE COLONO DE SANTA LUCÍA
Santa Lucía, domingo 22 de mayo de 2011
Según pudo conocerse, el vecino de Santa Lucía, don George Miller, en horas del mediodía llamó a la departamental de policía de nuestra ciudad alertando en referencia a la desaparición de su hija.
Don George, de nacionalidad canadiense, dueño del campo agrícola y tambero “La Preciosa” —bautizado así en honor a su hija—, es un conocido y apreciado colono de nuestro pueblo. En el establecimiento se cultiva maíz y otros granos, además de poseer un tambo lechero de ganado vacuno manejado por su propia familia.
“A mi Evelyn la han secuestrado. Ha desaparecido” fue el mensaje que transmitió a la policía, el viernes 20 antes del mediodía.
Fuentes fidedignas nos informaron que don George continuó con la declaración a la policía local en los siguientes términos:
«Ella, estoy seguro, se levantó a las cuatro de la mañana como todos los días y, cuando me desperté alrededor de las 8:00 horas, no la encontré por ningún lado.
»Revisé mi campo de punta a punta. Y respecto a mi hija, la conozco como a la palma de mi mano. Si se hubiera ido al pueblo, me habría avisado o dejado una nota. No cabe duda de que la han secuestrado. Y lo más inquietante es que aún no he recibido ningún llamado».
Cuando llegó la patrulla al campo “La Preciosa”, don George les relató a los agentes su búsqueda y recorrida en la mañana:
—Hoy me levanté pasadas las 8:00 horas de la mañana, cosa que nunca ocurre. Eso lo juzgué muy extraño y me dio “mala espina”, como decía mi finado padre. Porque mi hija, luego de las 7:00 horas, me despierta todos los días para compartir el desayuno juntos. Y hoy eso no ocurrió. De forma que, muy preocupado, salí corriendo fuera de la casa al edificio de proceso. Encontré el corral lleno de vacas, cuando lo normal es que, después del ordeñe, las pasamos a corrales separados para alimentarse y reponerse para el de la tarde.
»La sala de extracción se veía totalmente vacía, limpia y sin animales —prosiguió el padre de Evelyn—, y con el piso seco. Tuve un pálpito que no me gustaba. Cuando no vi los tres perros jugando por allí, mi preocupación fue creciendo. Escuché sus ladridos y entonces descubrí que estaban encerrados. Pero recuerdo muy bien que la noche anterior los había soltado. Era inaudito que estuvieran encerrados, si siempre quedan sueltos todo el tiempo para cubrirnos y que se mantengan en guardia toda la noche.
»En cuanto fui abrirles, mis perros saltaban de alegría y comenzaron a olfatear un camino interno que lleva directo a un galpón alejado de mi vivienda y por el que también se accede al edificio de ordeñe. Al arribar al galpón, los tres perros enloquecieron; ladraban en la puerta queriendo entrar de cualquier manera.
»Abrí el portón y se abalanzaron al interior, corriendo y ladrando hasta un rincón donde existía un camastro de pasto. Los perros actuaban nerviosos y olfateaban esa esquina de manera inusual. Hacía tiempo que no los había visto tan incitados.
—¿Y qué pasó luego don George? —continuó preguntando un agente, mientras iba anotando las declaraciones en su libreta.
—Por un instante, los perros quedaron unos segundos indecisos, aunque continuaban olfateando el lugar. Pero enérgicamente, volvieron