Álvaro d'Ors. Gabriel Pérez Gómez

Álvaro d'Ors - Gabriel Pérez Gómez


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de Sibelius) o incluso que se añada un quinto movimiento (como en la Pastoral de Beethoven o en la Quinta Sinfonía de Mahler). Lo que no es tan habitual es arrancar, como hace Álvaro d’Ors para su propia sinfonía, con un adagio, seguir con un allegro, dedicar el tercer tiempo a un andante especialmente largo, y terminar con un allegro vivace. Pero tiene sus razones.

      Para el caso de Álvaro, el “sonar acorde” de sus distintas facetas vitales significa que todas sus manifestaciones personales, familiares o científicas estaban dirigidas en una misma dirección; lo que, en otras palabras, se llama también “unidad de vida”.

      El adagio inicial sugiere el ritmo lento con que transcurre el tiempo en los años de infancia y juventud: época de experiencias que van a marcar una personalidad, momentos de estudio y formación en los que la cadencia es parsimoniosa y en los que se puede subrayar la idea de tranquilidad, paz, despreocupación...

      Dedicar a la guerra civil española un allegro vivace es un guiño muy propio de Álvaro, para quien este tiempo de acción vital influyó con fuerza en diferentes órdenes de su vida, pero fundamentalmente le sirvió para adquirir madurez en su concepción del mundo.

      Por lo que se refiere al andante de su carrera profesional que, contrariamente a lo que dicta la teoría sinfónica, es el movimiento más largo de su existencia, la misma expresión de andante puede sugerir la idea de caminante, de homo viator, de persona que sigue el camino de servicio que se ha trazado, paso a paso, clase a clase, libro a libro.

      La coronación de su trayectoria, el finale, adopta para él un tiempo de allegro maestoso, porque efectivamente está viviendo con júbilo la última etapa de su vida, ya sin obligaciones académicas y cada vez más cerca del «beneficio de la muerte», el lucrum mori en expresión de san Pablo, que él había considerado y hecho suya muchas veces.

      Un esquema parecido a este que acabamos de glosar es el que utilizó su discípulo Rafael Domingo en su intervención con motivo del acto in memoriam que le dedicó la Universidad de Navarra poco tiempo después de su muerte. Para esta biografía suya nos inclinamos por seguir exactamente la misma división que Álvaro hace de sus 88 años, tomando además como hilo conductor lo dicho por nuestro protagonista en un apresurado currículum que escribió a petición del propio Rafael Domingo, su sucesor en la cátedra de Pamplona, y que transcribimos más abajo. Una visión rápida, de conjunto, de algunos de los hitos fundamentales de su vida puede servir para que el lector logre ubicarse sin pérdida por las digresiones en que, inevitablemente, ha de caer este relato.

      El resultado de este trabajo no hubiera sido posible sin la ayuda de muchas personas que han puesto a mi disposición su tiempo, sus recuerdos y también sus consejos. Es de justicia reconocer el amparo de tres de los discípulos de Álvaro: Jesús Burillo, Emilio Valiño y Rafael Domingo, cuya memoria de hechos, conversaciones y circunstancias da cuenta del afecto que profesan a su maestro.

      Tengo que mencionar con especial gratitud a uno de los amigos más fieles de nuestro protagonista: Rafael Gibert, que me confió cerca de 1 000 cartas que le escribió don Álvaro entre los años cuarenta y el final de su vida. Con esa entrega, él sabía que renunciaba a una parte muy importante de su intimidad, que yo he procurado tratar con pudor. Sin ese material, estas páginas no serían posibles. El profesor Gibert tuvo también la amabilidad de leer un borrador de esta biografía y aclararme algunos aspectos confusos, al tiempo que su buena memoria «iluminaba» el original con pasajes desconocidos.

      Por lo que se refiere al capítulo familiar, Ana María Pérez Bofill, prima de Álvaro y monja de la Compañía de Santa Teresa de Jesús en Barcelona, me ha hecho sabedor de algunos momentos clave de su infancia y juventud, lo mismo que otro primo, Fernando Martínez Pérez-Peix (que falleció antes de que estas páginas vieran la luz), que además me ha proporcionado abundante material gráfico inédito. Gracias a ellos he podido reconstruir el ambiente en el que nuestro protagonista vivió sus primeros años.

      Finalmente, varios hijos de don Álvaro me han ayudado de distintas maneras: desde la lectura paciente y comprensiva de los primeros borradores de esta biografía, hasta hacerme partícipe de algunas de sus experiencias con su padre que yo desconocía. En este sentido, permítaseme que resalte de manera muy especial a Paz, mi mujer, y a Miguel, cuyas memorias han guardado con precisión muchos hechos y las circunstancias sensibles que los rodeaban. Soy consciente de que me he aprovechado de ellos. Con Javier tengo una deuda de gratitud grande: como legatario de los escritos paternos, él me ha permitido bucear entre papeles para encontrar muchas de las cosas que se transcriben aquí, al tiempo que su microscópica lectura del original ha sabido detectar errores y falsas interpretaciones por mi parte.

      Y una última precisión: este trabajo no es una obra colectiva. No lo ha hecho ni la familia de don Álvaro, ni sus amigos, ni sus discípulos. Le diré al lector, en la confianza de que me va a entender bien, que este libro está escrito como si yo hubiera tenido la oportunidad de acudir a una imaginaria clase de don Álvaro en la que, en contra de su humildad natural, hubiera explicado su vida y yo tomara unos apuntes. Las deficiencias que se pueden apreciar en este trabajo vienen, por tanto, de mi propia incapacidad —entre otras cosas, yo no soy letrado ni filólogo— y de mis frecuentes distracciones, quizá mirando a su hija mayor, que también “estaba” en aquella clase.

      Pamplona, Carballedo, Bueu, mayo de 2006, diciembre de 2019.

      [1] Eugenio D’ORS, “Biografía”, ABC, 6-VII-28, p. 3. «Apenas sobrepasa los límites del puro documento pedagógico, toda biografía se vuelve, inevitablemente, una obra en colaboración. A medias, del biógrafo y de su héroe, de un Autor y de una Sombra. Así he podido advertirlo yo, al escribir un libro, que ha salido —ahora lo advierto— redactado, página tras página, por Goya y por mí. De los dos, empero, era, y con mucho, Goya el más fuerte. No podía evitarse que, en este caso, la Sombra arrastrase al Autor con quien se le emparejaba. La vida del gran artista barroco, ha debido, desde luego, contarla a lo barroco. Con aquel desorden en la sensibilidad, que a mí no me gusta (que no me gusta, es decir, que, secretamente, tengo miedo de amar demasiado). Con desorden, con profusión, con desigualdad. Con humores diversos y graves contradicciones internas».


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