V Congreso iberoamericano de personalismo. Группа авторов

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reconocido como el Padre del existencialismo moderno –incluso del que niega la trascendencia-, entre los que se encontrarían M. Heidegger, K. Jaspers, P. Sartre, A. Camus, G. Marcel y N. Abbagnano. Y para otros, del personalismo33, en particular, para E. Mounier, ya que Kierkegaard significó la posibilidad de un retorno a la verdadera existencia espiritual, ubicándolo en el tronco del que proceden todos los existencialismos y del que el personalismo sería una rama. (Mounier, 1967, p. 17)

      Sobre esta última corriente mencionada haremos pie con el propósito de reflexionar sobre las posibles vinculaciones entre el pensamiento de Kierkegaard y el personalismo, en tanto dos respuestas a situaciones críticas que tendieron a disolver al individuo en un todo impersonal.

      Aproximaciones iniciales

      Sabemos que el personalismo surge en Europa de entre guerras (1919-1939) y nace como reacción a dos movimientos sociales imperantes: el colectivismo, representado por el marxismo en su vertiente derecha y el nazismo y fascismo, de izquierda, quienes colocan a la sociedad por encima de la persona supeditando su valor a la adhesión a proyectos colectivos y, por otro lado, el individualismo, representado por el capitalismo salvaje, quien promueve a un individuo autónomo y egocéntrico colocándolo por sobre la sociedad.

      Frente a uno y otro movimiento, el personalismo supo dar respuesta, rescatando de cada uno sus elementos esenciales para asumirlos en otra forma de comprender al hombre.

      Entre las características más relevantes del personalismo encontramos la que destaca “el valor absoluto de cada persona independientemente de sus cualidades” (Burgos, 2013). Este será el concepto clave que definirá a toda filosofía personalista ya que “el concepto de persona constituye el elemento central de la antropología”. (Burgos, 2013)

      Por lo dicho, no es difícil encontrar en Kierkegaard un auténtico antecedente del mencionado pensamiento, como tampoco estaría mal calificarlo como un “reaccionario”, un “contestatario” de su época, a la que él describe como nivelador. Uno de los temas centrales de su pensamiento es el “individuo” y más exactamente, el individuo que hay que llegar a ser, podría decirse, el individuo que se auto-realiza. La labor de Kierkegaard será intentar dilucidar el sentido de la existencia para despertar la conciencia de la propia individualidad, y así poder hacer frente al grave proceso de desingularización que le impone el mundo, como resultado del hegelianismo, donde toda realidad individual sólo es una manifestación contingente, alienada de la idea absoluta. El punto clave, según Kierkegaard, consistirá en aceptar que cada uno es un comienzo absoluto respecto de la especie. Tal circunstancia se deriva de la categoría de individualidad: toda la humanidad está en cada hombre, ésta es la determinación esencial de la existencia humana.

      Primer punto de encuentro: respuesta a la época.

      “Despertados por el impacto de la experiencia del abatimiento y del asesinato de millones de personas durante la primera mitad del siglo pasado, los personalistas realizaron una lucha político-social de ideas, y propusieron un concepto fuerte de la dignidad de la persona y una ética personalista igualmente fuerte e imperturbable, requiriendo –frente al materialismo, evolucionismo y liberalismo, y sobre todo frente al colectivismo Estalinista y Hitleriano– un respeto incondicionado de cada persona humana.” (Seifert, 2013, p. 5) Estas palabras las refiere J. Seifert, en su análisis sobre el libro de J. M. Burgos, Introducción al Personalismo, dejando en claro que el propósito de este proyecto filosófico es ser respuesta a una situación terriblemente acuciante. De hecho, el mismo Burgos, en el mencionado libro dice que “el personalismo surgió… como movimiento de respuesta colectiva a un complejo conjunto de cuestiones sociales culturales y filosóficas…” (Burgos, 2013, p. 7), respuesta que emergió por un cúmulo de situaciones que involucraron cuestiones políticas, económicas, religiosas, éticas, ideológicas, en definitiva, cuestiones puramente humanas.

      Yendo a Kierkegaard, puede decirse sin mayores dificultades, que su pensamiento es también respuesta a una época, a su época. “Su ‘singularidad’”, en palabras de Löwith, “no consiste en una absoluta separación, sino que brota de una reacción compleja contra las condiciones del mundo de entonces”. (Löwith, De Hegel a Nietzsche, 1968, p. 159)

      En ese mundo complejo, su tarea de observador, le hizo percatarse de la difícil situación en la que el hombre se encontraba. El peligro acechaba desde diversos flancos, escondido sutilmente bajo los conceptos de “multitud” o “masa”, de “cristiandad”, entre otros y de manera decisiva elevó su voz anunciando un grave diagnóstico: su época, a simple vista inmoral, se halla enferma como también lo está el individuo y la enfermedad que los aqueja es la reflexión…

      Deliberaciones en torno al diagnóstico de su época: reflexión, cristiandad, masa

      Reflexión

      La reflexión desbordante es, según Kierkegaard, la enfermedad que aqueja a su época. No es que en sí misma la reflexión sea mala, “ella es el medio por el cual se establece una distancia con todo lo dado. En este sentido es positiva, ya que conduce al hombre por encima de lo fáctico. Con ella se lleva a cabo la apertura de horizontes de posibilidades y de idealidad: en la medida en que la reflexión sirva de clarificación para la acción y mientras siga siendo un momento subordinado al servicio de la voluntad de decisión, se la debe valorar positivamente.” (Ballabeni, 2007) La dificultad estriba en que la reflexión tiene la tendencia a autonomizarse. Según el danés, éste es uno de los legados de Hegel.

      La reflexión domina al hombre convirtiéndolo en un “pensador objetivo”, en quien se ha enfriado toda pasión. En donde subsiste una disposición a la acción, ella actúa inhibitoriamente a través de reflexiones que la sofocan. Impotente, tiene que contemplar cómo todo lo que lo animaba es tragado por ella. Así destruye la reflexión toda inmediatez e ingenuidad y produce un completo estancamiento, poniendo todo en duda y no dejando subsistir ninguna exigencia, ninguna institución, ninguna autoridad. De esta manera, conduce a un colapso de los valores y vínculos transmitidos. Todos los límites se borran, las inhibiciones y los tabúes se derrumban. Así, la época de la reflexión es una “época de la disolución” y de la “desmoralización”. “La inmoralidad de nuestro tiempo no consiste quizá en el contento y en el goce… sino en el… desprecio rotundo del hombre individual”. (Löwith, De Hegel a Nietzsche, 1968, p. 162)

      Cristiandad

      También les reprocha a sus contemporáneos el haber caído presa de un “enorme espejismo”: creer ser cristianos por el sólo hecho de vivir en un país cristiano y pertenecer a la Iglesia del Estado.

      Es sabido que Kierkegaard distingue al cristianismo de la cristiandad, ésta última es una ilusión, un engaño. Y su obligación moral es desenmascarar esta ilusión,

      “lo quiero porque si no lo hiciera tendría remordimiento por toda mi vida, tendría remordimiento si me dejara impresionar por el hecho de que la generación actual puede encontrar maravillosa e interesantísima una exposición verdadera del cristianismo; pero que, no obstante, esto, permanece tranquila en su posición, es decir en la ilusión de ser cristiana y en la ilusión que la comedia religiosa de los pastores sea precisamente el cristianismo.” (Kierkegaard S. , Il Momento, 1951, p. 33)

      Lo contradictorio de la cristiandad, entre otras cosas, se encuentra en que anima a los hombres a ser cristianos,


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