Del big bang al Homo sapiens. Antonio Vélez
día cualquiera de 1791, en algún lugar de Escocia, los vecinos del granjero Seth Wright le aconsejaron que sacrificara un extraño ejemplar de oveja de patas muy cortas que acababa de nacer en su propiedad. Wright no quiso atender el consejo, pues pensaba, con malicia campesina, que en cuanto a lana y carne, el nuevo ejemplar estaba en las mismas condiciones de las restantes ovejas, pero que su pequeña alzada permitiría reducir la altura de las cercas, con la consiguiente economía de madera y mano de obra. En pocos años, utilizando el ejemplar paticorto como semental, obtuvo todo un rebaño —raza Ancon— con la misma característica, lo que demostraba concluyentemente que el rasgo era heredable y correspondía a una mutación económicamente afortunada. Y el fenómeno genético que dio lugar a las ovejas Ancon volvió a presentarse de manera espontánea en Noruega, treinta años más tarde, lo que, de paso, demuestra que el genoma tiene sitios frágiles, con mayor propensión a mutar que los restantes.
La selección artificial, es fácil advertirlo, no es más que un caso que se ajusta con toda perfección al modelo general. El agente selector está constituido por la mano caprichosa del hombre, en tanto que los criterios de selección vienen impuestos por consideraciones prácticas, como el rendimiento económico, la resistencia a un clima particular, la inmunidad frente a las enfermedades más comunes, la belleza de los ejemplares o su rareza. En general, casi cualquier característica deseable puede ser tema de selección.
Neodarwinismo o gradualismo
Cuando el nicho es estable y la población es grande, el proceso evolutivo se mueve a baja velocidad; esto es, la evolución se efectúa gradualmente, y si ocurre especiación es, en general, por acumulación de un número grande de cambios pequeños. Existen múltiples casos que demuestran que el gradualismo —no el microgradualismo— ha sido responsable de una parte significativa de todo el proceso evolutivo. Los pinzones de las islas Galápagos, que supuestamente colaboraron con Darwin en la génesis de la idea de la selección natural, son descendientes de una especie ancestral que por azar llegó a las islas en algún momento remoto en que no había especies competidoras y que luego, después de repartirse uniformemente por todo el archipiélago, comenzaron a evolucionar de manera divergente y gradual hasta adaptarse cada grupo al nicho particular que le tocó en suerte.
La evolución del caballo ha seguido un proceso gradual que debió comenzar con un animal de cinco dedos y poca alzada, adaptado quizá para correr zigzagueando en entornos poblados de árboles, continuó con el Eohippus, de cuatro dedos en las extremidades anteriores y tres en las posteriores, pasó luego por el Miohippus, de tres dedos, más tarde por el Merychippus, también de tres, pero ya con los dos dedos laterales atrofiados, y terminó en el caballo actual, de un solo dedo muy desarrollado y una alzada mucho mayor que la de sus antecesores, adaptaciones para correr en línea recta por la sabana abierta. A medida que iba ocurriendo esta disminución en el número de dedos, el central se robustecía y la talla de los animales sufría un aumento progresivo, en tanto que los molares se hacían más fuertes, con relieves cada vez más elaborados.
Los paleontólogos Tony Arnold y Bill Parker, vinculados a la Universidad Estatal de Florida, llevan varios años clasificando foraminíferos —unicelulares—. En la mayoría de las trescientas treinta especies clasificadas hasta el momento han observado, como regla general, un gradualismo perfecto en su evolución, sin eslabones faltantes. Gracias al pequeño tamaño de los organismos estudiados, y a las condiciones ambientales, es común encontrar fósiles intactos, lo que permite hacer el seguimiento, paso por paso, de sus recorridos evolutivos. En algunos de ellos han ocurrido tan rápidamente los cambios que en solo doscientos mil años se ha producido una nueva especie.
El estudio anterior ha servido también para verificar aspectos particulares del modelo teórico darwiniano. En efecto, después de la extinción del Cretácico, los fuertes cambios ambientales ocurridos y la presencia de tantos nichos vacíos dieron lugar a una alta tasa evolutiva, con generación ultrarrápida de especies nuevas, en fiel concordancia con el modelo y de acuerdo, también, con lo predicho por la teoría de los sistemas irreversibles.
La evolución del hombre en los últimos cuatro millones de años muestra también un perfecto gradualismo, con aumento de la capacidad craneal media, desde 400 mililitros o menos en los australopitecos ramidus y afarense, hasta los 1.500 del hombre actual. En efecto, podríamos ordenar los fósiles descubiertos hasta hoy, de 100 en 100 mililitros, y no quedarían espacios vacíos. La talla, simultáneamente, ha mostrado un aumento progresivo, acorde en cada momento con el volumen del cerebro.
Evolución a saltos
El estudio del registro fósil de algunas especies no muestra el gradualismo propuesto por el modelo neodarwiniano, pero, en cambio, sí parece indicar que en ocasiones el proceso evolutivo ha ocurrido a saltos; en otras palabras, que en periodos de tiempo relativamente cortos se han presentado cambios tan apreciables como para poder hablar del nacimiento de una nueva especie.
H. L. Carson (Blanc, 1982) propone un tipo de evolución por saltos originados en acontecimientos genéticos catastróficos. Estos acontecimientos podrían ser causados o desencadenados por ciclos de expansión demográfica rápida, seguidos de hundimiento o colapso de la población. El modelo de Carson ha sido probado en el laboratorio con poblaciones de Drosophila. Se ha logrado, al simularlo, obtener líneas sexualmente aisladas de la especie de partida; en otras palabras, se ha dado el paso decisivo hacia la especiación.
La obtención de nuevas especies por modificación del número de conjuntos cromosómicos o poliploidía es un fenómeno que se ha presentado con relativa frecuencia en condiciones naturales. Una forma rápida y no gradual de especiación. Durante la primera mitad del siglo xx, el genetista ruso G. D. Karpechenko cruzó el rábano con la col, dos especies diferentes, pero con dieciocho cromosomas cada una. Por distorsión de la meiosis, en la segunda generación obtuvo híbridos de treinta y seis cromosomas. La variedad obtenida, denominada por él mismo Raphanobrassica, se comportó como si fuese una nueva especie, distinta de las dos que le sirvieron de origen: características biológicas diferentes y aislamiento reproductivo.
Algunos evolucionistas proponen, como otra alternativa para explicar el fenómeno de evolución acelerada, las reordenaciones cromosómicas, esto es, las alteraciones en los cromosomas y los cambios en el número de estos, ya sea por fusión o por fisión (la separación entre la línea homínida y la del chimpancé, hecho ya comentado, pudo muy bien deberse a un accidente de esta clase). Para los biólogos franceses J. Lejeune y J. de Grouchy (Blanc, 1982), gran parte de la evolución de las especies es atribuible, en esencia, a reordenaciones cromosómicas.
Pero existe otra explicación adicional. Stephen Jay Gould y su colega Niles Eldredge (Eldredge y Gould, 1972), después de estudiar con sumo cuidado el registro fósil de los trilobites, descubrieron que algunos de estos permanecieron esencialmente invariantes durante varios millones de años y luego, abruptamente, fueron remplazados por otras especies, dotadas de características muy diferentes. Para resolver el enigma propusieron un tipo de evolución que denominaron de equilibrios intermitentes o puntuados. En este modelo, la especie permanece inalterada o estable por un tiempo largo, hasta que una población vecina, emparentada con la original, pero que ha evolucionado de manera diferente en virtud del aislamiento geográfico, emigra y sustituye a la población principal, o la modifica sustancialmente al mezclarse con ella, lo que acelera a ritmo vertiginoso el de por sí lento proceso evolutivo normal.
Puede observarse, sin mucho esfuerzo, que estos últimos tipos de evolución otra vez son casos particulares del modelo general. En todos ellos existen los dos mecanismos básicos: variación y selección. La única novedad es la mayor velocidad evolutiva, consecuencia directa de parámetros más exigentes.
En el modelo propuesto por Carson, el nicho ecológico sufre alteraciones importantes a causa de la superpoblación; en el de Lejeune y De Grouchy, las mutaciones cromosómicas llegan a ser tan notables que alteran en unas pocas generaciones las características de la población; por último, el modelo propuesto por Eldredge y Gould —“un capítulo menor del darwinismo”, comenta con cierto desprecio Richard Dawkins (1988)— queda involucrado en el modelo general sin más que suponer que los intervalos de estasis corresponden a tiempos de tranquilidad geológica y climática, periodos en los que las especies logran un perfecto