La Palabra del Señor. Pedro Alurralde

La Palabra del Señor - Pedro Alurralde


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de unas minúsculas alas con la intención de alcanzar el firmamento y sus astros...

      Hay un solo Dios, sin principio, sin causa, que no puede ser limitado ni por cualquier otro anterior a él, ni por cualquier ser que venga después. Rodeado de eternidad, infinito, Padre excelente de un Hijo único, bueno, grande, a quien engendra sin que nada carnal tenga lugar, ya que él es espíritu. Dios único y otro, aunque no otro en su divinidad; tal es el Verbo de Dios. Él es la huella del Padre, el solo Hijo de aquel que no tiene principio, el único del único, su igual. Mientras el Padre permanece siendo Padre íntegro, él, el Hijo, es el autor y Señor del mundo, la fuerza y el pensamiento del Padre...

      El tiempo existía antes que yo, pero no es anterior al Verbo, cuyo Padre está fuera del tiempo. Desde el momento en que existía el Padre sin principio, que no deja nada por encima de la divinidad, existía también el Hijo, que tiene por principio un Padre fuera del tiempo, como la luz del sol proviene del disco de este astro tan bello. No olvidemos, sin embargo, que todas las imágenes están por debajo de la grandeza de Dios... Como Dios y como Padre, el Padre es grande. Y si su grandeza consiste en no tener su adorable divinidad de ningún otro, no es menos glorioso para el Hijo venerable de un Padre tan grande, el tener un origen tal...

      EN COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN

      Hoy celebramos la solemnidad de la Santísima Trinidad. En ella encontramos resumida y sintetizada nuestra fe cristiana. En los primeros siglos la teología de la Trinidad formaba parte de las discusiones a nivel popular. Hoy en día, en la religiosidad popular, queda muchas veces reducida a la triple invocación del Gloria y a la señal de la cruz; extendida entre los deportistas de manera más o menos mágica.

      Dios es un misterio y los misterios son más para ser contemplados que para ser penetrados. Pero si se derrumba nuestra fe trinitaria, se viene abajo nuestra fe cristiana. ¿Qué puede entonces significar en nuestros días para los no versados, la fe en un solo Dios verdadero, en tres personas distintas?

      Podríamos afirmar con todo respeto, que nuestro Dios es un Dios comunitario, un Dios sociable que se comunica hacia dentro y hacia fuera. Vive en familia; en la comunión y participación de tres personas. Un Padre que ama, un Hijo que salva, y un Espíritu que consagra ese amor. No hay padre sin un hijo, no hay un hijo sin padre, y a ambos los une el amor.

      Creemos en un Dios que nos da la vida cada vez que nos persignamos. Esto significa que lo invocamos como Padre. La paternidad es la capacidad de dar vida. No hay Padre sin Hijo. “La vida eterna consiste en que te conozcan a ti Padre, el único Dios verdadero, y a tu Enviado Jesucristo”.

      Creemos en un Dios que dialoga. No es un Dios incomunicado. No solamente habla, sino que se regala en su Palabra de Vida, que es su Hijo. Y que nos salva; porque: “Dios lleva nuestras cargas, es nuestra salvación”.

      Creemos en un Dios que es Amor. Ese amor entre el Padre y el Hijo, se irradia y se desborda para hacernos ingresar en la comunión y participación trinitaria, asegurándonos que “El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones, por el Espíritu Santo que se nos ha dado”.

      26. San Gregorio de Nacianzo, Poemas dogmáticos, sect. I,I-II; PG 37,397-409 (trad. en: Lecturas cristianas para nuestro tiempo, Madrid, Ed. Apostolado de la Prensa, 1972, J 1).

      SOLEMNIDAD DEL SANTÍSIMO CUERPO Y SANGRE DE CRISTO

       «En aquel tiempo dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo”.

       Los judíos discutían entre sí, diciendo: “¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?”. Jesús les respondió: “Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él.

       Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí.

       Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente”» Jn 6,51-59

      ~ ° ~

      «… Nuestro Señor Jesucristo, la noche en que fue entregado, tomó el pan después de haber dado gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos diciendo: “Tomen, coman, esto es mi cuerpo”. Y tomando la copa después de haber dado gracias, dijo: “Tomen, beban, eso es mi sangre” (cf. 1 Co 11,23-25). Si él mismo lo pronuncia y dice acerca del pan: “Esto es mi cuerpo”, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él lo asegura y dice: “Esto es mi sangre”, ¿quién dudará alguna vez diciendo que no es su sangre? (…)

      Por tanto, con toda certeza participamos del cuerpo y de la sangre de Cristo. En figura de pan se te da el cuerpo y en figura de vino se te da la sangre, para que, habiendo participado del cuerpo y de la sangre de Cristo, llegues a ser de su mismo cuerpo y de su misma sangre. Así también llegamos a ser portadores de Cristo cuando por nuestros miembros se distribuyen su cuerpo y su sangre. Y es por eso que dice san Pedro que somos hechos participantes de la naturaleza divina (2 P 1,4)...

      No los tengas entonces como simples pan y vino, porque según la afirmación del Señor se convierten en cuerpo y sangre de Cristo. Si los sentidos te sugieren una cosa, la fe por su parte te convence de otra. No juzgues por el gusto, sino convéncete por la fe sin dejar lugar a ninguna duda, tú que has sido declarado digno del cuerpo y de la sangre de Cristo…

      PRESENCIA Y PERMANENCIA

      La adoración al Santísimo Sacramento forma parte de una antigua tradición de la Iglesia occidental. Cristo se aleja visiblemente de sus discípulos, pero permanece actuando a través del sacramento eucarístico, convirtiendo incesantemente a la humanidad en fraternidad. Hoy como ayer y como lo será mañana, el Cristo de la pascua sigue partiendo su muerte y repartiendo su vida.

      A diferencia de los evangelios sinópticos, en que, para relatar la institución de la Eucaristía, utilizan la palabra cuerpo, el evangelio de san Juan prefiere usar de manera realista la palabra carne. Esto nos remite a su prólogo cuando dice que: “La Palabra se hizo carne”.

      La insistencia reiterada en los escritos joánicos por el término carne, no es mera coincidencia. Por el contrario, revela la clara intención del evangelista en recalcar que el misterio eucarístico está vinculado íntimamente al misterio de la Encarnación.

      Sin desconocer la dimensión sacrificial


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