Del hombre a Dios. Omraam Mikhaël Aïvanhov

Del hombre a Dios - Omraam Mikhaël Aïvanhov


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La vida entera nos demuestra la necesidad de una escalera... ¡aunque sólo fuese para subirse a un tejado! Diréis que hay otros medios. Sí, pero estos otros medios son siempre el equivalente de una escalera.

      La tradición cristiana, que recoge la tradición judía, enseña la existencia de nueve órdenes angélicas: los Ángeles, los Arcángeles, los Principados, las Virtudes, las Potestades, las Dominaciones, los Tronos, los Querubines, los Serafines. Estas órdenes angélicas son, cada una de ellas, un aspecto del poder y las virtudes divinas, pero sobre todo representan para nosotros unas nociones más accesibles que la palabra “Dios”. Para nuestro buen desarrollo espiritual, es preciso conocer la existencia de estas entidades que nos sobrepasan, porque ellas son para nosotros como faros sobre nuestra ruta.

      Podéis, claro está, seguir dirigiéndoos a Dios, pero sabiendo que nunca le alcanzaréis directamente. Sus servidores transmitirán vuestros deseos, vuestras oraciones... o hasta puede que no las transmitan: muchas peticiones no llegan a su destino porque en el camino hay entidades que efectúan una selección. Observan y dicen: “No es necesario llevar estas cosas hasta Dios, Él tiene otros menesteres en que ocuparse antes que escuchar esta clase de reclamaciones. ¡Venga, a la papelera!”

      Y tampoco os imaginéis que Dios en persona vendrá a visitaros. Quizá venga un Arcángel a llevaros un mensaje, un átomo de luz, y ya será algo inmenso. ¿Quiénes somos nosotros para que Dios, el Dueño de los mundos, se desplace?... Además, no resistiríamos a las poderosas vibraciones de Su presencia. Se dice en los Salmos: “Todo se funde como la cera ante Su Faz...” Las órdenes angélicas son los transformadores que tamizan esta potencia para que pueda llegar hasta nosotros sin pulverizarnos.

      Sí, esto debe quedar bien claro para vosotros. Podéis, desde luego, dirigiros directamente al Señor, yo también lo hago, pero sabiendo que son otros los encargados de transportar vuestras peticiones, por lo que si éstas no son puras ni desinteresadas, serán arrojadas a la papelera, y nunca recibiréis respuesta. Es mejor saber de antemano cómo son las cosas para que no os engañéis y esperéis inútilmente. Todo lo que nosotros podemos recibir de Dios es un rayo, un efluvio que viene de lejos, de muy lejos, y que desciende a través de las jerarquías angélicas. Siempre es Dios quién nos responde porque Dios se encuentra en todos los niveles de la creación, pero nunca lo hace directamente.

      1 La oración, Folleto nº 305.

      2 La piedra filosofal, Col. Izvor nº 241, cap. I-2: “La palabra de Dios”.

      II

      PRESENTACIÓN DEL ÁRBOL SEFIRÓTICO

      Para aquél que experimenta la necesidad de acercarse al Creador, de penetrar en su inmensidad, la religión le ofrece algunos medios: la oración, la participación en los oficios religiosos, la obediencia a ciertas reglas. Esto está bien, pero no es suficiente. Para acercarse a Dios, no basta con experimentar emociones místicas y respetar ciertas reglas, es necesario profundizar en un sistema de explicación del mundo.

      Ya desde muy joven quise encontrar un sistema semejante, y lo busqué en todas las direcciones. He estudiado lo que enseñan las grandes religiones de la humanidad, y el sistema que me ha parecido mejor – el más vasto y, al mismo tiempo, el más preciso – lo he encontrado en la tradición judía, en la Cábala: el Árbol sefirótico, el Árbol de Vida. Con ello no quiero decir que las otras doctrinas sean malas o falsas, no, sino que las nociones que presentan son dispersas, no dan una visión tan profunda, tan estructurada y tan sintética. El Árbol sefirótico es, verdaderamente, una síntesis del universo. Para mí, constituye la llave que permite descifrar los misterios de la creación. Si bien se presenta como un esquema muy sencillo, su contenido es inagotable. E, incluso, muchos episodios del Antiguo y del Nuevo Testamento sólo pueden ser interpretados a la luz del Árbol sefirótico.

      Se trata, pues, de cinco planos distintos, y comprenderéis mejor su naturaleza sabiendo que es posible establecer una correspondencia entre estos diferentes planos y los cinco principios que hay en el hombre, que son: el espíritu, el alma, el intelecto, el corazón y el cuerpo físico. Dios corresponde al espíritu, la séfira al alma, el jefe de la orden angélica al intelecto, la orden angélica al corazón, y el planeta al cuerpo físico.

      Cada séfira constituye, pues, una región habitada por una orden de espíritus luminosos encabezada por un Arcángel, que a su vez está sometido a Dios quién dirige esas diez regiones, pero bajo un nombre diferente para cada región. Es esta la razón por la cual la Cábala otorga diez nombres a Dios. Estos diez nombres corresponden a diferentes atributos. Dios es uno, pero se manifiesta de forma distinta según las regiones. Se trata siempre del mismo, Dios único, pero presentado bajo diez aspectos diferentes, y ninguno de ellos es inferior o superior a los otros.

      Los diez nombres de Dios son:

– Ehie– Eloha vaDaath
– Iah– Jehovah Tsebaot
– Jehovah– Elohim Tsebaot
– El– Chadai El Hai
– Elohim Gibor

      Los diez sefirot son:

– Kether: la Corona– Tipheret: la Belleza
– Hochmah: la Sabiduría– Netzach: la Victoria
– Binah: la Inteligencia– Hod: la Gloria
– Hesed: la Gracia– Iesod: el Fundamento
– Geburah: la Fuerza– Malkut: el Reino.

      Los jefes de las órdenes angélicas son:

      – Metatron: que participa en el Trono

      – Raziel: secreto de Dios

      – Tsaphkiel: contemplación de Dios

      – Tsadkiel: justicia de Dios

      – Kamaël: deseo de Dios

      – Mikhaël: quién como Dios

      – Haniel: gracia de Dios

      – Raphaël: curación de Dios

      – Gabriel: fuerza de Dios

      – Uriel: Dios es mi luz, o bien, Sandalfon, que es interpretado como la fuerza que une la materia a la forma.

      Las órdenes angélicas son:

      – los Hayot haKodesch: los Animales de santidad o – en la religión cristiana – los Serafines

      – los Ophanim: las Ruedas, o Querubines

      – los Aralim: los Leones, o Tronos

      – los Hachmalim: los Centelleantes, o Dominaciones

      – los Seraphim: los Ardientes, o Potestades

      – los Maadim: los Reyes, o Virtudes

      – los Elohim: los Dioses, o Principados

      – los Bnei Elohim: los Hijos de los dioses, o Arcángeles

      – los Kerubim: los Fuertes, o Ángeles

      – los Ischim: los Hombres, o la Comunión de los Santos.

      Finalmente, los cuerpos cósmicos o los planetas que corresponden al plano físico, son:

      – Reschit haGalgalim: los primeros torbellinos

      – Mazaloth: el Zodíaco

      – Chabtai: Saturno

      – Tsedek: Júpiter

      – Maadim: Marte

      – Chemesch: el Sol

      –


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