Chicos de la noche. Bárbara Cifuentes Chotzen
historia dice que antes era una sociedad muy dividida.
Pasamos por lo que es la calle denominada “La calle de los negocios” y se detiene frente a uno de los locales.
—¿Un diner? ¿Cómo siquiera preservan este lugar? —pregunto bajándome del auto al mismo tiempo que él.
—No tengo idea, pero cuando mi abuela me trajo aquí de pequeño dijo que seguía tal como ella lo recordaba —responde, instalándose a mi lado—. Ahora vamos, tengo el presentimiento de que te gustará este lugar —dice, poniéndome la mano en la espalda para guiarme.
Cuando llegamos a la fiesta eran cerca de las diez de la noche. Lo pasé bastante bien con Louis en la tarde. El chico puede ser realmente interesante cuando quiere, aunque estoy completamente consciente de que sigue siendo el chico egocéntrico, arrogante y coqueto que busca desesperadamente la atención de las chicas que le suponen un reto. Lo normal es que le resulten las conquistas ya que al final de cuentas es un encanto. Y es un gran amigo, por lo menos si es que uno quiere conocerlo de esa manera.
Todo tiene que ver con la manera como se ven las cosas. Yo lo veo como un amigo, nada más.
Y creo que en el fondo, él lo sabe, pero si no siguiera intentándolo no sería Louis Tomarelli McCoy.
—¿Vas a bailar conmigo esta noche de nuevo? —me pregunta cuando estamos dentro del ascensor junto con otro grupo de chicos.
—No lo sé, tal vez. Tendrás que averiguarlo —le digo, con una sonrisa. Las puertas de la caja metálica se abren y todo el grupo se aproxima al guardia frente a la puerta que esconde el origen de toda la música que la atraviesa.
Louis le muestra la muñeca, donde lleva atado el pañuelo de color rosado y yo le muestro mi bandana amarrada en la misma parte que la noche anterior. Después, él le enseña una tarjeta similar a la de Floyd, solo que con la esquina del color de la tela.
El hombre nos deja pasar y la música me golpea como una ráfaga de viento. En vez de ir a la barra como ayer, me dirijo directamente al sector de juegos con Louis a mi lado, lugar donde encuentro solamente a Ralf y Mona comiéndose la boca, la chica hace un esfuerzo por enterrar la mano en los rubios cabellos de su novio, ya que por su baja estatura se nota que le está costando. De su costado sale Dan con una sonrisa y los interrumpe a ambos abrazándolos por los hombros.
—Vamos, chicos, no sean maleducados y saluden a nuestra reciente amiga —comenta, agitándolos. Ambos me dedican una sonrisa dudosa y continúan con lo suyo.
—Por ahí está lo que buscas.
El chico con los labios hinchados y los ojos azules encendidos por el deseo tras su sesión de besos, me señala un punto detrás de mí y Louis.
Me volteo para ver lo señalado y me encuentro a Floyd bailando, nada más y nada menos que con Mila, muy cerca y muy sensualmente. Sonrío con malicia, mientras me aproximo, consciente de que me va a querer asesinar porque los voy a interrumpir.
—Encuentro esto una falta de respeto.
Ambos se sobresaltan solo un poco al oír mi voz al lado de ellos.
—Comienzan a festejar sin mí.
—¿En qué momento llegaste? —pregunta el moreno, apartándose un poco de su acompañante, pues hay mucha gente como para apartarse de alguien siquiera un metro.
—Recién —contesta el rubio a mi lado. Floyd le lanza una mirada despectiva y luego se voltea hacia mí.
—¿Cómo te fue?
Casi me grita en el oído.
—Bien —me limito a contestar. Lo jalo del antebrazo y lo saco de entre la muchedumbre que baila, abriéndonos paso entre la gente con empujones y disculpas—. Ahora acompáñame a buscar algo para beber.
—¿Eso es todo lo que me vas a decir? —me reclama, una vez que llegamos a la barra. Me siento en un taburete y él toma asiento a mi lado. Después, le pide refrescos al barman.
—Vine aquí para bailar, no a despotricar sobre lo que Louis cree que es una cita —digo, dándole un sorbo a la pajita.
—Me dirás, ¿verdad? —sigue insistiendo. Mi amigo es demasiado protector cuando quiere.
Todavía recuerdo cuando, por primera vez, le conté que le hablaba a un fantasma. Se puso tan histérico que me dijo que tenía dos opciones para conservarlo como amigo: él se ofrecería para comprarme café y así mantenerme despierta o me secuestraría y me vigilaría durante la noche y compraría café para sí mismo. Al final lo convencí de que llevaba haciendo eso de conversar con Chuck desde los doce, aproximadamente; porque no fue hasta unos meses después de la primera vez que lo acepté completamente, y di por hecho que era un fantasma y que daño no me podría hacer después de todo.
Terminó por aceptarlo porque se dio cuenta de que yo no iba a ceder.
—Si tanto quieres saber, pero no acá.
Dejo el refresco en la mesa y me bajo de un salto. Tiro de la mano del moreno hasta la pista para que baile conmigo un rato. Me abraza y yo comienzo a mover las caderas en sintonía con la música.
Con mi mejor amigo nunca nos han importado los acercamientos físicos hacia el otro. No es que estuviéramos siendo sensuales constantemente, algo que no hay entre nosotros es sensualidad. Me refiero a que nos podemos cambiar de ropa sabiendo que el otro está en la pieza, pero no observando y siempre manteniendo la ropa interior, o a que muchas veces hemos llegado a dormir en la misma cama. Por lo que un simple baile entre los dos no nos produce extrañeza, ni menos incomodidad.
—¿Vas a bailar conmigo y dejar a Louis botado? Porque, por más que te quiera, prefiero bailar con Mila, es mejor bailarina que tú, aunque la idea de que lo dejes de lado no me molesta en absoluto —acota, cerca de mi oído sin detener su ritmo.
—Creo que se fue a saludar a sus amigos. ¿Te crees acaso que Louis Tomarelli venga a estas cosas solo? Porque te aseguro que no es así —le respondo sonriendo—. Además, no te preocupes si lo dejo solito, si hay algo que pude notar hoy, aparte de lo inesperado que puede llegar a ser ese chico, es que no se enoja por cosas así.
—¿Y eso te hace querer estar más cerca de su círculo de amigos? —pregunta, tratando de ocultar su seriedad, pero ya no hay nada que mi mejor amigo me pueda esconder.
—Considero a Louis un amigo, sí, pero nada más —puntualizo a la par que le pongo las manos en la nuca—. Que él sea mi amigo no quiere decir que quiero a los suyos, yo ya tengo los míos, además planeo robarte tu grupo —digo, burlona.
Esto último logra sacarle una sonrisa y puedo percibir como su cuerpo se relaja con mis palabras, lo veo en su rostro y en sus ojos. Siempre percibo la mayoría de las cosas por los ojos.
La gente dice que los globos oculares son las ventanas del alma. En mi caso lo encuentro cierto, pero hay excepciones. Charles es una, nunca lo he visto, pero escucho su voz y él es la persona o criatura que me enseñó que, a pesar de que las acciones son importantes, las palabras también significan mucho. También son una forma de comunicación después de todo.
Así que tomo las palabras y los ojos como las ventanas del alma. Al final de cuentas, soy una de esas personas peculiares que ven las cosas distintas y escuchan las más extrañas.
—Nadie puede robarme mis amigos, me aman —se defiende.
Mi amigo es egocéntrico, pero esto le resulta afectivo porque es divertido—. Puedes hacerte amiga de ellos, pero los conoces gracias a mí, ellos y el mundo me necesitan.
Todo el mundo necesita a un Floyd, para mi suerte solo hay uno, y lo tengo yo. Me digo a mí misma realmente agradecida de que esté a mi lado.
Hace mucho que no me reía tanto con alguien. Claro que con Mila y Charles me río, incluso también con Louis, pero con mi mejor amigo, la risa llega a otro nivel. Su espontaneidad y encanto es lo único que necesita para que consiga gustarles a todos y para sacarme sonrisas hasta el fin