Chicos de la noche. Bárbara Cifuentes Chotzen
gustado la experiencia. Simplemente, el juego lo encontré muy lento y sin ningún sentido. Pero fue divertido verme hacer la prueba.
No bailé con Louis como él tanto deseaba, pero varias veces me encontré con él y seguimos conversando o jugando algún juego. También fue el rubio quien me llevó a casa y me dijo que luego me hablaba para ver si hacíamos algo el fin de semana, pero yo no estoy tan segura de eso. Me gusta como amigo y, por más mal que suene, a veces dos días, o noches, con puro Louis Tomarelli es suficiente por lo menos para mí. Por eso creo que durante el sábado y domingo solo voy a contestar sus mensajes, ya tendré tiempo de sobra cuando lo vea el lunes y todo el resto de los días.
Me tiré en la cama hecha polvo y ni siquiera tuve tiempo para cambiarme de ropa o sacarme lo poco que llevaba de maquillaje cuando me quedé completamente dormida, esperando para contarle a mi buen amigo como estuvo mi día, como me fue con Louis y en la fiesta.
Pero esa oportunidad nunca llegó, porque aquel viernes por la noche, por primera vez en cinco años, no tuve una parálisis y no hablé con Charles, por lo menos no mientras no podía mover nada más que mi boca.
05
Admito que me asusté cuando no tuve la parálisis. Por el breve lapso en el que el sueño se formulaba, estuve consciente de que quizás aquel suceso que se me había hecho habitual por las noches, no iba a suceder más porque lo había perdido tras salir de fiesta. Pero el cerebro jamás se pudo haber preparado para lo que esa noche iba a significar. Mi más grande temor se había hecho realidad y eso me aterraba.
El sueño fue realmente extraño. Y yo estaba realmente asustada por lo que tener un sueño, y no una parálisis, podía significar.
Era como un limbo, ese lugar donde, en las películas, las almas vagan, aquellas que no tienen ningún propósito y se quedan atascadas entre dos mundos o, simplemente, hay algo que les queda por hacer en el de los vivos.
El lugar en el que me encontraba estaba completamente vacío, una densa neblina se desplegaba por todo el sector y no se oía ni un suspiro. Solo se veía una luz blanca y tenue que parecía ser igual de potente a metros de distancia. Alguien me llamaba, pero solo veía niebla a metros y metros hasta que divisaba una silueta en la lejanía. Comenzaba a caminar hacia ella, pero aun así no tenía rumbo buscando a quien pronunciaba mi nombre porque no parecía avanzar hacia ningún lado, como si no tuviera o no hubiera destino, ni lugar al que ir. Como si fuera otra más de las almas que seguramente se encontraban ahí.
Entre el silencio escuchaba pasos aproximándose, apresurados y desesperados, pero seguía sin ver cosa alguna y la silueta ya no estaba donde creía haberla visto. Volvía a estar sola.
—Verónica.
Esa vez la voz sonaba más desesperada, y ahora la reconocía.
—Chuck —decía, entrecerrando los ojos para ver entre la penumbra. Un escalofrío me recorría la espalda tras mencionar su nombre.
No me dio tiempo para reaccionar, un cuerpo chocó conmigo y me encontré de golpe con unos ojos verdes y apremiados.
—Verónica, necesito que me escuches, no tengo tiempo de explicar por qué no hay parálisis esta noche —dijo, mientras me tomaba por los antebrazos.
—Chuck, respira, cálmate y habla —le ordené.
—No hay tiempo, escúchame bien El mundo de las almas tiene reglas, tiene facciones y tiene guardianes. Yo he roto dos reglas y los guardianes lo han descubierto.
Me miró a los ojos tratando de que sus palabras se metieran en mi cerebro.
—Los buscadores de cuerpos tenemos un año para que el ser humano nos ayude a encontrar nuestro cadáver, si no lo logramos, jamás seremos libres. Pero un año contigo no fue suficiente para mí, necesitaba hablar contigo, te necesito. Entonces prolongué ese tiempo a cinco años, no sabía que los podría engañar por tanto tiempo, pero ahora me persiguen. No te dije antes porque no quería preocuparte, pero hay una razón específica por la que es arriesgado volver a la vida.
Hizo una pausa para respirar en la que no pude más que ponerme nerviosa y con los pelos de punta. Él continuó:
—Está prohibido, los buscadores de cuerpos tenemos la única tarea de encontrar lo que es nuestro para ser libres, si nos encarnamos los guardianes intentan que el destino nos mate para restaurar la balanza de la vida y la muerte. No podía hacer lo que todos hacemos, porque eso significaba no volver a hablar contigo, ser libre significa cortar todo contacto con la vida, yo no podía hacer eso, no podía, simplemente, encontrar mi cuerpo, porque significa afrontar solo lo que viene después.
Al terminar su discurso me quedé petrificada. Esto sí que no me lo esperaba.
—¿Por qué me dices esto ahora? —le pregunté, desesperada y asustada.
—Necesito que me ayudes. Llevo en esto casi desde que tienes once años y no planeo volver a ser libre, si me encuentran quizás qué castigo me darán. Por eso, necesito que encuentres mi cuerpo, que investigues sobre mí, sobre el ritual de los buscadores de almas, que es el que me traerá a la vida, y me ayudes a burlar a la muerte. Es la única forma de escapar de los guardianes, por lo menos es la única forma por un tiempo ya que intentarán que muera. Pero no me puedo someter al castigo, ¿entiendes? Romper las reglas significa castigo. Encontrar mi cuerpo significa no volver a verte o hablarte. Y encarnarse significa peligros por donde lo veas.
Me tomó varios segundos procesar todo lo que me había dicho, pero al final asentí, comprendiendo lo que esto significaba para él.
—No entiendo nada de lo que está pasando, pero lo intentaré, te ayudaré, no tengo nada que perder.
Acepté porque es verdad y porque yo tampoco me podría arriesgar a perderlo como él decía.
—Pero dime una cosa, ¿por qué te arriesgaste tanto tiempo?
—Eso es parte de la segunda regla que he roto —dijo, en un tono avergonzado.
—¿Me lo vas a explicar o no? —le insistí, completamente ajena a toda la información que no sabía.
—No hay tiempo para explicar más. Solo te puedo decir que morí en un accidente, supongo que mi cuerpo está enterrado en un cementerio. También te digo que el ritual lo puedes encontrar en una biblioteca. Busca algo llamado “La parada de las almas”, en la sección de la historia de Greenwood, en la Biblioteca Municipal. Confío en que podrás hacer el resto.
—¿Esperas que haga esto sola? No es que no esté dispuesta a hacerlo, pero sola es mucho para mí, tengo que saber si cuento con ayuda.
—Floyd, si es que lo entiende, pídele ayuda a él. Solo a él —exigió. Hizo un movimiento de querer retirarse, pero lo retuve tomándolo del antebrazo—. Me tengo que ir, no hay más tiempo.
—Solo dime una cosa —le pedí, dispuesta a no dejarlo ir sin que me lo dijera—. ¿Por qué no fuiste en busca de lo que debías, por qué te arriesgaste a permanecer tanto tiempo y a ser castigado? Quiero saber, lo necesito.
Me miró dudoso. No sabía si confesármelo o no.
—Porque a medida que crecías, me enamoré de ti —reveló, mirándome a los ojos, sin una sola gota de arrepentimiento y sin asomo de intentar ocultar su mirada.
No me dio tiempo de replicar ni de reaccionar, pues desapareció de mi vista como si nunca hubiera estado allí, dejándome sola entre la densa neblina, esta vez con los murmullos de las almas a mi alrededor.
Luego de unos segundos ahí parada, me desperté cubierta de sudor y con las sábanas enredadas entre las piernas. De milagro no me caí de la cama.
No pude volver a pegar un ojo en toda la noche.
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—¿Que soñaste qué? —me pregunta mi mejor amigo, con la boca abierta. Le doy un sorbo a mi café extragrande antes de contestar.
—¿De