Rebelión en la granja. George Orwell
de uno acarrea la prosperidad de los otros. Son mentiras. El Hombre no busca el beneficio de ninguna creatura, excepto el suyo. Deseo que haya una unión perfecta entre nosotros, los animales; un perfecto compañerismo para la lucha. Todos los hombres son nuestros enemigos; todos los animales son nuestros compañeros».
En ese momento se produjo una inmensa conmoción. Durante el discurso de Mayor, cuatro grandes ratas habían salido cautelosamente de sus cuevas y, sentadas sobre sus patas traseras, lo escuchaban con atención. Los perros las habían descubierto de pronto y solamente lograron salvar sus vidas porque volvieron a entrar a sus cuevas con gran celeridad.
Mayor alzó su pata para pedir silencio.
–Compañeros –advirtió–, aquí hay algo que debemos dejar en claro. Las creaturas salvajes como las ratas y los conejos, ¿son amigos o enemigos? Sometámoslo a votación. Propongo esta consideración a la asamblea: ¿Son las ratas compañeras nuestras?
Se contaron los votos de inmediato y se acordó por abrumadora mayoría que las ratas eran compañeras. Hubo solamente cuatro votos disidentes: los tres perros y la gata, la cual según se descubrió más tarde, había votado en ambos sentidos. Mayor continuó diciendo:
–Tengo muy poco más que decir. Simplemente reitero que deben recordar siempre su deber de tratar como enemigo al Hombre y todo lo relacionado con él. Todo el que se desplaza en dos patas es un enemigo. Todo el que se desplaza en cuatro patas o tiene alas, es un amigo. Recuerden también, que en la lucha contra el Hombre no debemos llegar a parecernos a él. Incluso cuando lo hayan vencido, no adopten sus malas costumbres. Ningún animal debe vivir jamás en una casa, usar ropa, beber alcohol, fumar tabaco, manejar dinero, o hacer negocios. Todas las costumbres del Hombre son perniciosas. Por sobre todas las cosas, ningún animal debe jamás oprimir a sus semejantes. Débiles o fuertes, inteligentes o ingenuos, somos todos hermanos. Ningún animal debe dar muerte a otro animal. Todos los animales son iguales.
«Ahora, compañeros, les contaré sobre mi sueño de anoche. No se los puedo describir; era un sueño sobre cómo será la Tierra cuando el Hombre haya desaparecido. Pero les puedo contar que me hizo recordar algo que hace mucho tiempo había olvidado. Hace muchos años, cuando yo era un pequeño lechón, mi madre y las demás cerdas solían cantar una antigua canción de la cual conocían solamente la melodía y las primeras tres palabras. Durante mi infancia yo me sabía la melodía, pero hace ya mucho tiempo que la había olvidado. Lo extraño es que anoche esta se me presentó en sueños, y lo que es más, también apareció la letra. Una letra que, estoy seguro, era cantada por los animales de antaño y había estado perdida por varias generaciones. Les cantaré esa canción ahora, compañeros. Soy viejo, y mi voz ha enronquecido, pero una vez que se las haya enseñado, ustedes la podrán cantar mejor que yo. Se llama Bestias de Inglaterra.
El viejo Mayor carraspeó y comenzó a cantar. Tal como lo había dicho, su voz era ronca, pero cantó bastante bien. Era una melodía conmovedora, un poco entre Clementine y La Cucaracha. La letra decía así:
Bestias de Inglaterra, Bestias de Irlanda,
bestias de todos los países y regiones,
escuchad ahora las buenas nuevas
del maravilloso tiempo que vendrá.
Tarde o temprano llegará el momento
en que el humano tirano será vencido.
Sólo las bestias recorrerán
los fértiles campos de Inglaterra.
No más anillos en las narices,
no más arneses en las espaldas,
el freno y la espuela por siempre olvidaremos,
y nadie más sufrirá por el látigo cruel.
Riquezas increíbles,
trigo, cebada, avena y heno,
trébol, granos y rojas remolachas
serán nuestros ese día.
Brillarán los campos ingleses,
sus aguas serán cristalinas
dulcemente soplarán sus brisas,
el día que seamos libres.
Por ese día trabajemos todos,
y aunque la muerte llegue antes del amanecer,
las vacas, caballos, gansos y pavos,
juntos deben luchar por la libertad.
Bestias de Inglaterra, Bestias de Irlanda,
bestias de todos los países y regiones,
escuchad ahora las buenas nuevas
del maravilloso tiempo que vendrá.
El mero hecho de cantar esta canción produjo una enorme agitación entre los animales. Casi antes que Mayor llegara a la última estrofa, ellos ya la estaban coreando. Hasta los más tontos del grupo se habían aprendido la melodía y unas cuantas palabras. Los inteligentes, por su lado, como los cerdos y los perros, se habían aprendido de memoria toda la canción al correr de pocos instantes. Luego, después de algunos intentos preliminares, la granja entera entonó el himno Bestias de Inglaterra en una ejecución tremendamente armoniosa. Las vacas la mugieron, los perros la aullaron, las ovejas la balaron, los caballos la relincharon, los patos la graznaron. Estaban tan encantados con la canción, que la cantaron cinco veces de principio a fin y podrían haber seguido entonándola toda la noche, de no haber sido interrumpidos.
Desgraciadamente el barullo había despertado al señor Jones, quien saltó raudo de su cama pensando que había un zorro en el patio. Tomó la escopeta que mantenía todo el tiempo apoyada en un rincón del dormitorio y con ella lanzó una descarga de perdigones número seis hacia la oscuridad de la noche. Los perdigones se enterraron en el muro del establo y la reunión terminó apresuradamente. Todos se dirigieron velozmente a sus respectivos lugares. Las aves saltaron hacia sus perchas, los animales se arrellanaron en la paja, y la granja entera se quedó dormida en un instante.
Capítulo 2
Tres noches más tarde el viejo Mayor murió serenamente mientras dormía. Su cuerpo fue enterrado al fondo del huerto.
Esto sucedió a comienzos de marzo y durante los tres meses siguientes hubo muchas actividades misteriosas. El discurso de Mayor había hecho que los animales más inteligentes cambiaran su manera de ver la vida. No sabían cuándo tendría lugar la revolución anunciada por Mayor; no tenían motivos para pensar que sucedería durante el transcurso de sus propias vidas, pero entendían perfectamente que tenían el deber de prepararse para aquél suceso.
Naturalmente, la tarea de enseñar y organizar a los demás recayó en los cerdos que eran, según la opinión generalizada, los más inteligentes del grupo. Predominaban entre los cerdos dos verracos llamados Bola de Nieve y Napoleón, que el señor Jones estaba criando para la venta. Napoleón era un verraco grande, de raza Berkshire y aspecto feroz. Era el único de esa raza en la granja y aunque no hablaba mucho, tenía fama de conseguir lo que se proponía. Bola de Nieve era un cerdo más vivaz que Napoleón, más rápido al hablar y más ocurrente, pero se pensaba que no poseía mucho temple. Todos los demás cerdos de la granja eran cebados y el más conocido entre ellos era uno chico y gordo llamado Chillón, de mejillas muy redondas, ojos chispeantes, agilidad de movimiento y voz estridente. Era un conversador brillante y cada vez que discutía acerca de un tema espinudo, acostumbraba a brincar de un lado a otro y agitar su cola. Esto de algún modo hacía que sus argumentos sonaran convincentes. Los demás afirmaban que Chillón podía hacer que el negro pareciera blanco.
Estos tres personajes habían organizado las enseñanzas del viejo Mayor en una doctrina bien delineada, la cual llamaron Animalismo. Varias noches a la semana, después que el señor Jones se retiraba a dormir, ellos realizaban reuniones secretas en el establo y explicaban las bases del Animalismo a los demás. Al principio se encontraron con mucha estupidez y apatía. Algunos de los animales