Shorai. Kike Ferrari

Shorai - Kike Ferrari


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delicado equilibrio térmico compensa todo el calor generado en el fondo y lo disipa por las paredes.

      Solrac Kostov, eminente kostoviano nacido mil años antes y que vivió doscientos cincuenta y siete años, dedujo que más allá de las paredes de los lagos debía existir un mundo inmenso que absorbiera el excedente de energía. También dedujo que su forma era cuasiesférica al comprobar cómo las variaciones de presión en profundidad eran uniformes en toda la extensión de los lagos y cómo los vórtices generados en el agua siempre tenían el mismo sentido. Dedujo que existían un arriba y un abajo y que el aire se desplazaría siempre hacia arriba, por la simple observación del vapor de agua generado en las chimeneas hidrotermales y la formación de burbujas ascendentes hacia donde sus sensores percibían ligerísimos aumentos de presión.

      Musa trabajaba en las compuertas de regulación de las chimeneas, hechas de lava solidificada para ralentizar la emisión de calor y conducirla a los planotubos del fondo marino, que se extendían hasta los sumideros fríos.

      La sociedad kostoviana era tremendamente individualista, la enorme longevidad de sus miembros imponía que cualquier relación tenía un principio y un fin indeterminados, pero lo tenían. Sin duda, la reproducción limitada hacía innecesaria la convivencia. Los retoños nacían independientes, inteligentes y formados, y las hembras morían al nacer sus hijos a voluntad de estos, lo que derivaba en la ausencia total de vínculos familiares.

      Un kostoviano recién alumbrado seguía su formación con conexiones directas con sus congéneres, cualquiera de ellos celebraba la adquisición de nuevas experiencias surgidas del nuevo habitante de Kostov, y este recibía las enseñanzas de los viejos, los no tan viejos y los demás jóvenes.

      La distribución de tareas en una sociedad como la kostoviana, donde cada miembro siente lo que los demás sienten y sabe lo que los demás conocen, es tan sencilla como elegir al mejor para cada puesto cuando no hay duda de quién es, y todos lo saben.

      Y sin embargo no eran capaces de trepar por las paredes del lago, a pesar de que cien mil años antes ya sabían que la capa de hielo encima de ellos era de gran espesor, al menos de tres kilómetros y medio, y que más allá aparecía una inmensa nada. La nada más insulsa para un kostoviano, que solo busca más agua. La razón no era tecnológica, o sí, sino algo mucho más sencillo: el miedo al desplome de la bóveda helada sobre el lago, al estar formada por un medio inestable, quebradizo, lleno de grietas, del que regularmente se desprendían pequeños elementos y cuya estructura no podían reforzar ni asegurar.

      Sí habían detectado agua en horizontal a través de la roca, la construcción del túnel de Waterbranch era su obra magna y el mayor de sus esfuerzos. Tres mil de ellos se dedicaban desde hace tres generaciones a excavar en horizontal hacia el límite, donde habían detectado una modificación de las ondas sísmicas a trescientos kilómetros de distancia por una geodésica y donde esperaban encontrar, de acuerdo con sus cálculos, una masa de agua inmensa que multiplicaba su pequeño lago por cien mil. El miedo a encontrar especies depredadoras en el océano gigantesco no les detenía, tenían tiempo para prepararse, también podría no haber nada al otro lado.

      Musa había aprendido a tratar la lava con delicadeza y diseñaba herramientas cada vez más sofisticadas con los distintos elementos que surgían del subsuelo, basalto, diamantes, hierro, minerales raros, una mezcla interminable de materiales que cristalizaban unos y se deformaban otros al abandonar el magma y mezclarse con el agua.

      El calor de las chimeneas permite conformar de nuevo cada material y crear herramientas de todo tipo, también para dar forma en frío a otros materiales. Sus herramientas estaban acercando a su generación al éxito de la misión de descubrir nuevas aguas sin fin, el sueño de una especie inteligente.

      Si el ritmo de los trabajos de perforación del túnel se mantenía, dentro de diez años llegarían al océano exterior; el nuevo mundo.

      Sabrían entonces si las ondas recibidas en sus sensores pertenecían a los animales y a la maquinaria que pronosticaban. ¿Amigos o enemigos?

      Para Musa la cercanía de su muerte programada, casi coincidente en el tiempo con la terminación de los trabajos del túnel, era una idea devastadora, que trataba de ocultar en lo más profundo de su cerebro para que Krane no fuera capaz de percibirlo. Las ganas de perdurar para vivir el momento de apertura del túnel, y con ello un nuevo mundo y nuevas posibilidades, acrecentaban su deseo de eliminar el disparador químico de su muerte en manos de su propio hijo. Ese instrumento que, mil generaciones antes, se dispuso para mantener la población del lago estable y controlada; ese instrumento de muerte que ella misma utilizó al nacer contra su madre para sustituirla en el mundo. Desde el mismo día de su nacimiento ese pensamiento la acompañaba, y a lo largo de toda su vida intentó comprender y entender sin éxito cómo funcionaba su propia biología, para eliminar de su futuro descendiente el impulso biológico artificial que sus antepasados diseñaron tan hábilmente y por el cual el nuevo kostoviano adquiría toda la vida física y psíquica de su madre y tomaba la decisión consciente de matarla unos minutos antes de nacer.

      Él nace, él decide y así había ocurrido sin excepción durante los últimos trescientos cincuenta mil años.

      Pero, ahora, Musa era consciente de que ella estaba preparada para vivir hasta los límites de su cuerpo, que calculaba en cuatrocientos cincuenta años, mucha vida por vivir en un mundo nuevo por descubrir y conquistar, lleno de espacio, de retos y de nuevas experiencias.

      Todo este caudal de ideas se detuvo en el momento de la fecundación de Krane; para un kostoviano el cuerpo de su madre era solo un lugar donde prepararse para su salida al lago, y su mente algo que le pertenecía por derecho propio de descendencia.

      Sin embargo, no siempre había sido así, los kostovianos vivían y morían como cualquier otra especie de la antigüedad, y podían tener varios descendientes a lo largo de su vida; pero un grupo de iluminados se separó de la comunidad, provocó el hundimiento de una sección de túneles y vivieron aislados por tres generaciones. Cuando volvieron, simularon una celebración de unidad universal y a través de sus apéndices sensores inocularon a toda la población un disparador bioquímico que modificaba el ADN y el comportamiento, provocando una mutación hereditaria irreversible.

      Este grupo había observado este comportamiento en una subespecie de peces que indefectiblemente morían al desovar, se conectaron a ellos, los comprendieron, los asimilaron a través de los apéndices sensoriales y en dos generaciones lo tenían listo. En la tercera lo probaron y salieron al gran lago a imponer su concepción de la vida y la eugenesia de toda una generación con su caudal de ideas, conocimientos y experiencia heredados y transmitidos, pero robando la vida a los mayores.

      ANTÁRTIDA

      La base española en la Antártida había quedado vacía temporalmente, sin permiso gubernativo, debido a la celebración de una fiesta en la base Vostok, de la federación rusa en el continente antártico. El barco ruso, que desplazaba al equipo de relevo de la base, se había averiado en las islas Shetland del Sur y, raudo en su ayuda, el equipo español decidió acompañar a los rusos hasta la costa. El pequeño detalle de que la expedición rusa fuera la primera expedición completamente femenina de ese país y la caballerosidad natural del equipo español, junto con el cargamento de vodka de primera calidad, determinó el abandono de la base Juan Carlos I y la adhesión inquebrantable al proyecto ruso.

      Al llegar a la base Vostok, los doce militares y científicos rusos, que esperaban al relevo después de catorce meses aislados, solos y pelados de frío no vieron de buen grado la presencia de esos seis sonrientes españoles y las cincuenta botellas de vodka vacías.

      Al entrar la última de las científicas rusas, bloquearon el paso y dieron las gracias por los servicios prestados a Pepe, Paco, Hernán, Álvaro, Juan y Felipe con gestos evidentes de «idos ya a vuestra casa» a través de la pequeña ventana redonda de la puerta de acceso, cerrada a cal y canto.

      Pepe dijo que había que derribar la puerta como fuese, Paco que le sujetasen el cubata, Hernán empezó a buscar aliados y, como estaban en la Antártida, no encontró ninguno, Álvaro empezó a planificar la vuelta,


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