Shorai. Kike Ferrari

Shorai - Kike Ferrari


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El exterior estaba más cerca que nunca y eso significaba peligro, pero también significaba que era su oportunidad para seguir viva.

      Krane se removía confuso en el interior de Musa, demasiados impulsos eléctricos, demasiados sentimientos, sentimientos cruzados, emociones, percepciones a borbotones de una situación nueva y, de entre todas ellas, un sentimiento profundo y desconocido de la traición que su madre quería perpetrar; seguir viviendo contra la propia voluntad de Krane de deshacerse de ella, sustituirla y ocupar su espacio, la esperanza de contravenir el orden para continuar con una vida destinada a desaparecer a la sola voluntad de otro igual que ella, su hijo.

      —¡No! —dijo Krane con furia, revolviéndose dentro de su madre—. ¡No vivirás! Te mataré como es tu destino y nada me lo va a impedir, tu vida y tu experiencia son mías, y solo yo sobreviviré para experimentar este nuevo mundo que se avecina.

      —¡Quiero vivir, Krane! Siempre he querido, y desde que yo misma maté a mi madre he estado pensando en cómo hacerlo. He querido vivir sin la seguridad de que mi propio hijo me mataría a voluntad, conocedora desde siempre de que llegaría un día como el de hoy, donde las limitaciones podrán terminar en un mundo mucho más grande, donde podamos convivir sin devorarnos los unos a los otros, como en Kostov, donde la vida es muerte y matar el fin macabro del que nace.

      —¡Lo siento madre, llevo dentro de mis glándulas el veneno que te matará y dentro de un año estará ya preparado para acabar contigo! ¡Tú solo te dedicarás a transmitirme todo lo que eres si no quieres que acorte ese tiempo soltando la ponzoña! —exclamó Krane con rabia.

      Musa era consciente de que este momento llegaría y, a sabiendas de que durante doscientos años no había comprendido cómo desactivar el mecanismo generador del veneno, se había preparado para ocultar sus sentimientos al futuro retoño, en eso era una experta; solo la explosión de emociones generada por los visitantes le había hecho descuidarse y mostrar su deseo de sobrevivir al nacimiento de Krane.

      Ahora su razón para seguir viviendo tenía una motivación extraordinaria, superior a cualquier sueño.

      Musa inició un desplazamiento a alta velocidad hacia la plataforma con una lama plana, de lava solidificada, entre sus apéndices tercero y cuarto. Se acercó a la posición de Ludmila y dejó la lama de exquisito diseño en la orilla.

      Felipe se adelantó a recoger la lama al ver cómo Ludmila tomaba distancia de la ofrenda al pensar que podría ser un arma. Reconoció al instante la procedencia de los materiales y el proceso industrial que habían sufrido para adquirir esa forma, no le encontró una utilidad al instante, pero, por la forma, le recordó a una lama del acondicionador Toshiba de su salón, una obra de ingeniería perfecta. Las perforaciones en los extremos le hacían concebir que era una parte de un todo mucho más grande, y una demostración de encontrarse con seres inteligentes capaces de transformar su entorno.

      Se acercó a la orilla y dejó su pequeña navaja multiusos, que solo había utilizado para abrir latas, y como mondadientes, en la orilla donde Musa había dejado la lama de lava.

      A Musa le gustó Felipe y deseaba que se acercase más para sentirle con sus apéndices superiores, llenos de terminaciones nerviosas; Krane se revolvía dentro y negaba mentalmente, a sabiendas de que no podía evitar que sucediera.

      Felipe se acercó sin miedo a observar cómo Musa recogía la navaja y la sujetaba con lo que parecía una de muchas patas que podría tener bajo la superficie. La piel de Musa parecía suave, no tan blanda como la de un pulpo, pero tampoco tan consistente como la de un delfín; no parecía tener un esqueleto que diera rigidez estructural, sino más bien ser cartilaginoso y flexible, deformable pero sólido, con cierta solidez y belleza.

      Musa se mantenía cerca de la orilla, sin miedo ni temor, observando el pequeño objeto que Felipe había dejado: mostraba claramente su origen artificial, elaborado, formado por una combinación de muchas piezas y, con seguro, muchas utilidades por su diversidad de formas, nada que la naturaleza hubiera podido crear por sí sola.

      Felipe se acercó a Musa y extendió la mano, Musa permaneció quieta y alerta ansiosa por el contacto, esos apéndices alargados con finas terminaciones podían conectar con ella y sus pensamientos, y no quería ser controlada externamente por un ser desconocido que había sido capaz de romper la cúpula helada del lago sin desplomarla, sin duda era inteligente.

      Felipe siguió acercándose, mostrando su mano con la palma hacia arriba, un signo que los humanos hacemos instintivamente para dar confianza. Musa se bamboleaba en quietud, acompasada por las olas, y movía sus apéndices nerviosos con pequeñas oscilaciones y giros.

      Felipe siguió acercándose y la tocó, Musa no notó nada, solo una temperatura extrañamente alta y ningún acceso nervioso con el que conectar, y eso le dio tranquilidad; no rechazó el contacto y presionó su cuerpo contra la mano de Felipe para recibirlo en respuesta de confianza entre dos seres que se reconocen inteligentes.

      Ludmila dirigió la luz de la linterna hacia Musa con intensidad mínima, para no dañarla, y Musa reaccionó bien al ver cómo ese objeto iba disminuyendo su luz al acercarse; una luz nunca vista antes, con matices desconocidos, y que ahora que disminuía su intensidad parecía menos una amenaza y más un saludo. Descubrió cómo era otra herramienta y no formaba parte de Ludmila.

      Dos kostovianos se acercaron a Musa para protegerla, tranquilos, sin brusquedad, sin interferir. Unieron sus apéndices a Musa para entender, y entendieron y vieron cómo sus vidas acababan de cambiar para siempre. Detectaron la tranquilidad de Musa y también su sentimiento escondido, mezclado con la furia de Krane y compartieron sus propios sentimientos mezclados y arremolinados en un mar de dudas, y descubrieron las ganas de vivir y de no morir como siempre se moría en Kostov.

      Ludmila miraba maravillada la escena de Felipe con los tres seres lacustres en contacto y pensó que toda su vida la conducía hasta ese momento y se proyectó hacia a un futuro maravilloso, lleno de nuevas experiencias, dedicado a comunicarse con esta nueva especie que habría de proteger.

      Ludmila se acercó a Felipe y le cogió por el brazo derecho. Musa notó su presencia sin tocarla, a través de la piel de Felipe, un impulso muy leve, y notó cómo dentro de ella cobraba vida un ser nuevo.

      Era una sensación distinta, estos tres seres no le enviaban sensaciones, pero sí le mostraban estar ahí presentes, vivos e individuales, los tres de la misma especie y, como en ella, uno dentro de otro para preparar una nueva vida.

      Felipe sintió más fuerza cuando los dos kostovianos unieron sus apéndices al primero, como si la presión que la extremidad de Musa ejercía sobre su brazo fuera en aumento. Vio cómo unos pequeños filamentos pilosos le acariciaban suavemente, tratando de unirse a él con fuerza, y entendió que era su forma de comunicarse, al ver el mismo movimiento entre ellos. No parecía que fueran a alimentarse de él, estaban intentando comunicarse y decir algo.

      Un cosquilleo, combinación de tacto e impulsos eléctricos de baja intensidad, recorrió su cuerpo, y permitió que el apéndice de Musa siguiera avanzando. Llegó a una herida, y allí se detuvo un rato. Entonces aumentó la presión, sin violencia ni afán por dañarlo, y Felipe sintió una gran paz y seguridad, mientras el narcótico se iba introduciendo en su torrente sanguíneo.

      Felipe cayó lentamente al suelo y Ludmila le sostuvo, al tiempo que otro de los kostovianos se adhería delicadamente a su cuerpo y repetía la administración del fluido narcótico. Un profundo sueño la invadió.

      Musa actuó rápidamente y escudriñó las terminaciones nerviosas más cercanas a la piel, hasta que raspó para adherirse a ellas. Los otros dos kostovianos se colocaron en serie con Ludmila y en paralelo con Musa, que permanecía unida a Felipe. Sabían qué buscar, la llave de la vida, la llave para modificarse genéticamente y destruir el sistema de glándulas venenosas que sus crías, ya adultas, generaban en el cuarto año de gestación.

      Y la encontraron en Felipe, en Ludmila y en Blas Bernal, encontraron que nada en su interior estaba preparado per se para matar a sus progenitores ni tenían residuos de bolsas glandulares de veneno.

      Tomaron


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