Breve historia de la Economía. Niall Kishtainy
cuantos siglos antes del nacimiento de Cristo, habían existido civilizaciones humanas en Mesopotamia y Egipto, India y China por miles de años, y se daban las circunstancias necesarias para la nueva civilización que apareció en Grecia. Allí, las personas comenzaron a pensar con mayor detenimiento acerca de lo que significa ser un humano que vive en una sociedad. Hesíodo, uno de los primeros poetas griegos, declaró el punto de partida de la economía: «Los dioses mantienen oculto el alimento de los hombres». El pan no nos llueve del cielo. Para comer necesitamos cultivar trigo, cosecharlo, molerlo para que se convierta en harina y hornearlo en hogazas. Los humanos deben trabajar para mantenerse con vida.
Un antepasado de todos los pensadores es el filósofo griego Sócrates, cuyas palabras conocemos solo a través de los escritos de sus discípulos. Se dice que una noche soñó con un cisne que extendía sus alas y se alejaba volando mientras graznaba con intensidad. Al día siguiente conoció a Platón, el hombre que se convertiría en su pupilo predilecto. Sócrates vio en Platón al cisne de sus sueños. El pupilo se convirtió en maestro de la humanidad y su pensamiento se elevó y extendió durante los siglos venideros.
Platón (428/427-348/347 a.C.) imaginó una sociedad ideal. Su economía sería diferente de la que ahora damos por sentada. Asimismo, la sociedad en la que vivió era diferente de la nuestra. Por un lado, no había una nación en el sentido que ahora entendemos. La Grecia antigua era una colección de ciudades Estado como Atenas, Esparta y Tebas. Los griegos llamaban polis a la ciudad Estado, término del cual proviene nuestra palabra política. La sociedad ideal de Platón, por lo tanto, era una ciudad compacta y no un gran país. Sus gobernantes la organizarían cuidadosamente y habría poco espacio para los mercados, en los que se compran y se venden el alimento y el trabajo por un precio. Consideremos el trabajo, por ejemplo. Actualmente nos planteamos cómo utilizar nuestra mano de obra: tal vez usted decide hacerse electricista porque le gusta arreglar cosas y está bien pagado. En el Estado ideal de Platón, el lugar de todos se determinaría al nacer. La mayoría de las personas, incluyendo a los esclavos, trabajan la tierra. Ellos son la clase más baja, con bronce en el alma, dijo Platón. Por encima de los agricultores colocó a la clase de los guerreros, con alma de plata. En la cima estaban los gobernantes, un grupo de «reyes filósofos», hombres con almas de oro. Cerca de Atenas, Platón estableció su famosa Academia con el fin de preparar a los hombres sabios adecuados para gobernar al resto de la sociedad.
Platón desconfiaba extremadamente de la búsqueda de riqueza, tanto que en el Estado ideal los soldados y los reyes no tendrían permitido ser dueños de propiedad privada, evitando así que el oro y los palacios los corrompieran. En su lugar, vivirían juntos y compartirían todo, incluso a sus hijos, quienes se criarían en conjunto en vez de estar a cargo de sus padres. Platón temía que si la riqueza se volvía demasiado importante las personas comenzarían a competir por ella. Con el tiempo, los ricos gobernarían el Estado y los pobres los envidiarían. Todos terminarían por discutir y pelear.
Aristóteles (384-322 a.C.), el siguiente cisne de alto vuelo, se unió a Platón en la Academia. Fue el primero en intentar organizar el conocimiento en campos diferentes: ciencia, matemáticas, política, etc. Su curiosidad abarcaba desde grandes preguntas de lógica hasta el diseño de las branquias de los peces. Algunas de las cosas que dijo pueden parecernos extrañas, como que a las personas con orejas grandes les gustan los chismorreos, pero esto no es sorprendente en un hombre que intentó engullir con su mente todo el mundo que lo rodeaba. Durante siglos, los pensadores lo consideraron la autoridad definitiva y se le llegó a conocer simplemente como el Filósofo.
Aristóteles criticó el plan que Platón tenía para la sociedad. En lugar de imaginar la sociedad ideal, pensó en aquello que funcionaba teniendo en cuenta las imperfecciones de las personas. Creía que no sería práctico prohibir la propiedad privada como recomendaba Platón. Era cierto, decía, que cuando las personas son propietarias de cosas envidian las posesiones de los otros y discuten por ellas. No obstante, si comparten todo, es probable que terminen peleando aún más. Es mejor dejar que las personas sean dueñas de bienes porque los cuidarán mejor y habrá menos disputas en torno a quién contribuyó más a las arcas comunales.
Si las personas crean riqueza utilizando las semillas y las herramientas de las que son dueñas, entonces ¿cómo conseguiría alguien un nuevo par de zapatos si no hace zapatos? Los obtiene del zapatero a cambio de algunas de sus aceitunas. Aquí Aristóteles ilumina la partícula fundamental del universo económico: el intercambio de un bien por otro. El dinero ayuda en esto, dijo. Sin él tendríamos que recoger aceitunas para cambiarlas por los zapatos que necesitamos y tendríamos que ser suficientemente afortunados para encontrarnos con alguien que los ofrezca y que necesite aceitunas. Para facilitar esto se acordó designar un objeto, por lo general plata u oro, como el dinero, con el que comprarán y venderán —intercambiarán— cosas útiles. El dinero crea una vara de medida del valor económico —lo que algo vale— y permite que el valor se pase de una persona a otra. Con dinero no es necesario encontrar a alguien que le venda zapatos, en ese preciso momento, a cambio de unas aceitunas; pueden venderse aceitunas a cambio de monedas y al día siguiente usar las monedas para comprar un par de zapatos. Las monedas son pepitas estandarizadas del metal que se designa como dinero. Las primeras fueron de electro, una mezcla natural de plata y oro, y aparecieron en el siglo VI a.C. en el reino de Lidia, que actualmente forma parte de Turquía. No obstante, el dinero de verdad despegó en la Antigua Grecia. Incluso se honraba a los campeones olímpicos con dinero, cada uno recibía 500 dracmas. Para el siglo V a.C. había casi cien casas de moneda en funcionamiento. El flujo de monedas de plata ayudó a mantener girando los engranajes del comercio.
Aristóteles se dio cuenta de que, una vez que las personas intercambiaban bienes usando dinero, había una diferencia entre el uso de algo (aceitunas como comida) y aquello por lo que se podía intercambiar (aceitunas por un precio). Es perfectamente natural que en los hogares se cultiven aceitunas y se coman, y que se vendan por dinero para obtener otros bienes necesarios, dijo. Cuando en los hogares se dan cuenta de que pueden hacer dinero vendiendo aceitunas, ellos pueden comenzar a cultivarlas simplemente para obtener una ganancia (la diferencia entre en cuánto venden las aceitunas y lo que les costó cultivarlas). Esto es comercio: comprar y vender cosas para hacer dinero. Aristóteles desconfiaba de él y pensó que el comercio que va más allá de obtener lo necesario para un hogar era «antinatural». Al vender aceitunas para obtener una ganancia, los hogares hacían dinero a costa de otros. Como se verá en un momento posterior de nuestra historia, a los economistas modernos les cuesta entender esto porque cuando compradores y vendedores compiten entre sí para intercambiar cosas, la sociedad gana. Sin embargo, en la época de Aristóteles, simplemente no existían los compradores y vendedores en competencia, las cuales ahora nos parecen tan normales.
Aristóteles señaló que la riqueza que venía de actividades económicas «naturales» tiene un límite porque una vez cubiertas las necesidades del hogar, no se necesita más. Por otro lado, no hay límite en la acumulación antinatural de riqueza. Se pueden seguir vendiendo aceitunas y encontrar todo tipo de cosas nuevas que vender. ¿Qué evita que alguien acumule tantas riquezas que estas lleguen hasta el cielo? Nada en absoluto, con excepción del riesgo para la sabiduría y la virtud de uno mismo. «El tipo de personalidad que resulta de la riqueza es la de un bufón próspero», dijo Aristóteles.
Había algo peor que cultivar aceitunas para crear una montaña de monedas en continuo crecimiento, y era usar ese mismo dinero para ganar más dinero. De igual manera que el uso natural de las aceitunas es comerlas (o intercambiarlas por algo que necesita el hogar), el uso natural del dinero es ser un medio de intercambio. Hacer dinero a partir de dinero, prestándoselo a alguien a cambio de un precio (por una «tasa de interés») es la actividad económica más antinatural que puede existir. Como se verá en el siguiente capítulo, el ataque de Aristóteles contra los préstamos influyó durante siglos en el pensamiento económico. Por lo tanto, para él estaba claro que la virtud yacía en los honestos agricultores, no en los banqueros astutos.
Mientras Platón y Aristóteles escribían, Grecia se alejaba de sus visiones para la economía. Las ciudades Estado estaban en crisis. Atenas y Esparta habían mantenido una guerra prolongada. Los proyectos económicos de los filósofos se aferraban a la gloria del pasado. La solución