Las alas del reino I - Cuervo de cuarzo. Tamine Rasse
pasara.
—Selma, cierra la puerta.
—Yo puedo cerrarla, su alteza —se ofreció Lily, que estaba junto a ella.
—No. Selma, hazlo tú —le ordené—. De hecho, ciérrala por fuera. Lily puede prepararme ella sola para la cama.
—Sí, su alteza —la amargura en el tono de Selma me hizo sentir tan solo un poco mejor. Hubo un tiempo en el que nos llevábamos de maravilla, cuando era pequeña y no era capaz de darme cuenta de que la forma en la que me trataba era la más pura frialdad. Los últimos años, sin embargo, nos habíamos distanciado mucho, y me causaba cierta satisfacción hacerla enojar.
—¿Qué ocurre, señorita? —me preguntó Lily en cuanto Selma se hubo ido.
—Nada, no lo sé —apuré. No se me ocurría nada.
—Parece como si hubiese visto un fantasma —dijo mi doncella preocupada—, ¿quiere que le prepare algo?
—No gracias, Lily. Tan sólo la cama.
Normalmente, el ruido que hacía el agua de la fuente de la estrella me tranquilizaba e incluso me ayudaba a dormir, esa noche, en cambio, el torrente me parecía un infierno. Cuando sentía que los días se iban repitiendo todos iguales, semana tras semana, mes tras mes, me gustaba pretender que el agua que caía subía y volvía a caer sentía lo mismo, y que ambas vivíamos como compañeras en un eterno ciclo que se repetía. Esa noche, sin embargo, el pensamiento no me pareció reconfortante.
Hace tres no sabía con quién iba a casarme ni me importaba mucho, tiempo después lo supe y me sentí contenta por mi suerte, y ¿esta noche? Esta noche no podía dejar de cuestionarme todo para lo que me había preparado, ¿estaría bien casarme con el Príncipe Hiro? ¿Acaso mi padre podría haber tomado una mejor decisión? Jamás me había parecido un problema que decidieran por mí, conocía mi lugar perfectamente y las responsabilidades que conllevaba, pero el presenciar las nupcias blancas en el pueblo me había provocado un embrollo de ideas que parecía no tener fin. Aunque me costara admitirlo, muy en el fondo pensé que quizás me habría gustado la posibilidad de escoger por mí misma, o al menos haber tenido una opinión, una palabra sobre el tema. Tenía claro que estaba muy por encima del nivel del cadete, y la verdad es que ni siquiera estaba segura de cómo llamar ese cosquilleo que sentía en el estómago, ni si acaso bastaban un par de miradas furtivas para enamorarse.
Pero tal vez un par de miradas furtivas también sean suficientes con Hiro.
Bueno. Tenían que ser suficientes.
—¿Quiere regresar? —me preguntó Lily, mirando hacia arriba—, el cielo se ve como que va a llover.
Habíamos salido a dar un paseo matutino, dejando atrás a Selma, a mi maestra, y las clases para perfeccionar mi Chas. A mi otra doncella la idea no le había gustado nada, pero yo jamás me quejaba ni dejaba a medias lo que me correspondía hacer, tan sólo esta vez me había dado el gusto de dejar mis responsabilidades de lado y hacer aquello que realmente quería.
—Aún no —respondí mirando también las nubes—, creo que todavía tenemos tiempo.
Le había pedido a Lily que me acompañara afuera con la excusa de querer mirar a las ardillas escondiendo comida para cuando el invierno se pusiera más duro. La verdadera razón era que esperaba toparme con el joven cadete. No era estúpida, sabía que aquello no llevaría a nada, pero planeaba divertirme mientras me fuera posible, y sabía que Lily no diría nada ni me haría preguntas incómodas. Además, puede que si nos topábamos con otros cadetes ella también pudiera divertirse un rato; no era la única que pensaba que a Lily le hacía falta un novio, y es que hasta ahora no había ningún candidato digno para mi doncella. Un guardia real podía hacer la diferencia.
Llevábamos caminando cerca de una hora y todavía no nos habíamos topado con nadie. Al jardinero no se lo veía por ninguna parte, y los establos estaban aún muy lejos como para coincidir con un mozo. El problema era que no sabía dónde empezar a buscar, no tenía ni idea de dónde podrían estar las tropas; jamás había tenido una razón para visitarlas, y ni siquiera sabía que se suponía que hacían durante el día, menos aún durante las pruebas para los nuevos soldados. Tan solo me había limitado a caminar en dirección al lago, esperando ver algo en el camino, pero no había tenido suerte.
—Lily, ¿tienes alguna idea de dónde están las tropas?
—Mmm, pues lo más lógico sería que estuvieran en su gimnasio. Aunque sé que a veces entrenan en la planicie junto al campo de girasoles. No estoy segura, señorita.
—¿Puedes llevarme?
—Claro, señorita.
Lily no hizo preguntas y yo no ofrecí razones. Esa era una de las muchas ventajas de estar con ella: jamás se entrometía en lo que no era de su incumbencia, pero no dudaba a la hora de responder preguntas, hablar de lo que sabía o incluso dar su opinión, que era mucho más de lo que se podía esperar de una doncella.
Antes de tenerla, había pasado por Ariana, Perla, Camil y Selma. Siempre Selma, había estado junto a mí desde que tenía memoria, y cuando era pequeña no había forma de que se separara de mi lado, incluso tenía una cama dentro de mi habitación para acompañarme durante la noche. A pesar de eso, nunca había mostrado afecto por mí. Mis otras doncellas, a pesar de que iban y venían -mi padre parecía no poder decidirse por una-, siempre habían sido amables conmigo, cercanas y alegres. Selma era seria, taciturna, y a decir verdad me daba un poco de miedo.
No la culpaba. Selma había sido la doncella de mi madre por muchos años, y ni siquiera yo podía perdonarme el hecho de haberla matado. Mi padre siempre repetía lo mismo, que había muerto de forma natural en el parto, que habían hecho todo lo posible, y que solo gracias a la gracia de la Estrella no había muerto yo también.
Pero no importaba lo que me dijeran. Yo estaba viva, y ella no. Era así de simple.
Aún faltaban unos cientos de metros para llegar al gimnasio y ya se podían escuchar los rugidos de los nuevos cadetes junto con el silbato del sargento; al parecer, los ponían a trabajar duro desde el primer día. Me detuve frente a la puerta, insegura sobre si debía entrar o no. No lo tenía prohibido, pero algo me decía que mi padre no se pondría muy contento al saber que había pasado tiempo en un recinto sólo en compañía de hombres y una de mis doncellas. Miré a Lily como preguntándole, y me devolvió una mirada preocupada, aun así, resultaba obvio que ella también tenía curiosidad.
Abrí la puerta con cuidado, pero hubiese dado igual si lo hubiese hecho de manera brusca: había tal alboroto dentro que nadie habría notado que alguien había entrado de todas maneras. Docenas de chicos hacían sentadillas, carreras, se arrastraban sobre sus estómagos o saltaban la cuerda. El sargento se paseaba entre los grupos observando y gritando de vez en cuando, haciendo que los grupos cambiaran de estación a cada soplido de su silbato. Era, también, el único que llevaba uniforme, los cadetes llevaban simple ropa de gimnasia, y algunos de ellos incluso se habían quitado la camiseta.
En el centro del recinto, estaba el cadete de cuerpo esbelto que había venido a buscar. Lo había encontrado casi de inmediato, haciendo lagartijas a un ritmo imposible, sacando a relucir músculos bien definidos en sus brazos y piernas. Eso no se notaba con el traje, pensé sin poder evitarlo. Para mi sorpresa, Lily también tenía los ojos clavados en él. Un dejo de celos me apretó el pecho levemente, y debo admitir que estuve más que tentada a sacarnos a ambas de ahí, sólo para que Lily dejara de mirarlo, pero en vez de eso, me obligué a calmarme y a recordarme que estaba comprometida, y que no importaba cuánto mirara a mi cadete: eso nunca iba a pasar. Quisiera decir que eso fue suficiente, pero, cobardemente, intenté que Lily fijara su atención en cualquiera de los otros muchachos con hermoso cabello o con su torso desnudo, pero al igual que yo, sus ojos parecían estar invariablemente al único cadete que parecía ser digno de nuestra atención.
—¡Intrusas!