Neoliberalizando la naturaleza. Arturo Villavicencio

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aeropuertos y carreteras), energética (centrales hidroeléctricas, refinación y comercialización de derivados de petróleo, explotación de hidrocarburos) y servicios (comunicaciones)[20].

      Los análisis y críticas del neoliberalismo tienden a enfocarse en las reformas de programas gubernamentales de carácter social, en la flexibilidad laboral y políticas de apertura al comercio, privatización de servicios públicos, regulaciones monetarias y control de la inflación, entre otras. Escasa atención se ha prestado y se presta al nexo entre el mundo biofísico y la realización del proyecto neoliberal. Se olvida que el neoliberalismo es necesariamente un proyecto ambiental, es decir, un proyecto en el que, a parte del resto de sus dimensiones (las que sean), el mundo geofísico es la parte clave de su racionalidad (Castree, 2008). Esta reflexión es relevante en este punto porque todo el programa de revigorización neoliberal en marcha al que nos hemos referido, involucra una peligrosa y preocupante producción intensiva de la naturaleza (Smith, 2007: 16) en la expansión del capital en el Ecuador.

      En 2015, luego de nueve años de anunciar reiterativamente un nuevo modelo de desarrollo para el país, el gobierno, en las postrimerías de su mandato, presentó al país una «Estrategia Nacional para el Cambio de la Matriz Productiva». No sería este el espacio apropiado para referirse a este tema si no fuese porque todo este plan, retomado con entusiasmo por el actual gobierno, tiene, ahora sí, como pilar fundamental el aprovechamiento «de nuestra mayor ventaja comparativa»: la naturaleza. Toda la reactivación productiva que nos llevará al cambio de un modelo extractivista de acumulación, pasa por el desarrollo de la industria minero-siderúrgica, la instalación de plantas de refinación de cobre y aluminio, la producción de celulosa, megaproyectos que implican, entre otros, la explotación de las vastas reservas de hierro y cobre, gas natural (este último por descubrirse), el uso del inmenso potencial hidroeléctrico que dispone el país y la incorporación de extensas áreas para plantaciones forestales. En otras palabras, esta vez son los ríos, cuencas hídricas, ecosistemas, páramos y la riqueza del subsuelo los elementos que entran directamente en la ecuación de un nuevo modelo de acumulación del capital. La contradicción naturaleza-capital ahora excede los tradicionales problemas ambientales puntuales asociados al desarrollo económico, un río contaminado aquí, o un ambiente degradado allá. Esta vez, las escalas tempo-espaciales sobrepasan se magnifican y son extensas áreas del territorio nacional las que se incorporan en la dinámica de acumulación neoliberal. La salida de la crisis consiste entonces en la puesta en marcha de un patrón ya conocido, pero que esta vez se pretende aplicar con inusitada intensidad. Se trata de resolver la crisis poniendo a trabajar la naturaleza «a todo vapor» (Moore, 2015: 1).

      Sostiene N. Smith que «la extensiva producción de la naturaleza que ha caracterizado el desarrollo del capitalismo desde su infancia hasta la década de los setenta ha sido desafiada y sustituida por una producción intensiva de la naturaleza» (2007: 16). Retomando el planteamiento de Aglieta sobre el desarrollo del fordismo en Estados Unidos, Smith nos recuerda que a comienzos del siglo pasado el régimen predominante de acumulación extensiva se había ampliado horizontalmente, a través de la influencia geográfica del capital y la búsqueda de excedente y verticalmente, construyendo capas sucesivas de innovación industrial. Por el contrario, el régimen intensivo de acumulación que lo sucede invierte esta prioridad. El crea un nuevo estilo de vida al integrar nuevas formas de consumo social y nuevas formas de regulación del Estado con las nuevas formas de producción características del fordismo. Esto significa que, asociado a otras formas estructurales (las relaciones sa­lariales, por ejemplo), la tensión ecológica determina diferentes re­gímenes de acumulación que permiten especificar la estructura ecológica particular de una economía (Gendron, 2008: 32).

      En conclusión, es tiempo de empezar a convencernos de que «el capitalismo no es un sistema económico; no es un sistema social; es ante todo una manera de organización de la naturaleza» (Moore, 2015: 2). Peligrosamente el gobierno y las elites se encuentran empeñados en una reorganización de consecuencias impredecibles para los entornos naturales del país.

      [1] A lo largo del texto, las referencias entre corchetes indican un epígrafe del presente libro


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