Neoliberalizando la naturaleza. Arturo Villavicencio
aeropuertos y carreteras), energética (centrales hidroeléctricas, refinación y comercialización de derivados de petróleo, explotación de hidrocarburos) y servicios (comunicaciones)[20].
Todo este proyecto ha venido acompañado de una oleada de destrucción creativa de las instituciones y estructuras regulatorias del aparato gubernamental (Peck, 2004: 396). Las nuevas modalidades de neoliberalización emprendidas por el gobierno de la revolución ciudadana han exigido reformas y modificaciones de todo un andamiaje legal y regulatorio cuyas repercusiones en la institucionalidad del Estado recién empiezan a aflorar[21]. No se trata, como se señaló anteriormente, de una estrategia de reducción de la capacidad de intervención del Estado en la economía, sino de un proceso de rerregulación que debe ser interpretado como una reconfiguración del papel del Estado para asegurar la continuidad del funcionamiento de la acumulación capitalista (Bakker, 2005).
¿La aplicación de estas medidas y leyes neoliberales fue una reacción desesperada a la crisis o una consecuencia inevitable del modelo aplicado en estos años? Esta fue la pregunta que oportunamente planteaba J. Cuvi[22] a propósito de la expedición de la ley sobre incentivos para las alianzas público-privadas. La dificultad en la respuesta a esta interrogante consiste en la ausencia de un modelo explícito con perspectivas a medio plazo para el pretendido cambio de un modelo de acumulación. En el mejor de los casos, se puede afirmar que la política económica del gobierno de la última década transitó dubitativamente entre intentos fallidos por establecer desde un modelo económico autoritario regulador y productor hasta un modelo centrado en una relación entre las agencias gubernamentales y los grupos empresariales enfocada en asistir a estos últimos a «lograr las economías de escala y externalidades positivas que les permitan competir en el mercado internacional»[23]. De todas maneras, si el gobierno anterior estuvo siempre atrapado en las contradicciones internas entre un Estado «custodio/demiurgo» (custodian/demiurge) o un Estado «comadrona» (midwife), de acuerdo a la tipología de Evans (1995), sobre el involucramiento del Estado en los procesos de desarrollo económico, la estrategia del gobierno actual, con la promulgación de la Ley de Fomento a la Producción, continúa y fortalece el proceso de implantación de un proyecto neoliberal iniciado por la administración anterior[24]. Bajo el obsceno membrete de «monetización», el actual gobierno se apresta a malversar los bienes públicos del país; no se trata de una simple privatización, sino, como califica J. Stiglitz estos procesos, de un verdadero proceso de sobornización.
Los análisis y críticas del neoliberalismo tienden a enfocarse en las reformas de programas gubernamentales de carácter social, en la flexibilidad laboral y políticas de apertura al comercio, privatización de servicios públicos, regulaciones monetarias y control de la inflación, entre otras. Escasa atención se ha prestado y se presta al nexo entre el mundo biofísico y la realización del proyecto neoliberal. Se olvida que el neoliberalismo es necesariamente un proyecto ambiental, es decir, un proyecto en el que, a parte del resto de sus dimensiones (las que sean), el mundo geofísico es la parte clave de su racionalidad (Castree, 2008). Esta reflexión es relevante en este punto porque todo el programa de revigorización neoliberal en marcha al que nos hemos referido, involucra una peligrosa y preocupante producción intensiva de la naturaleza (Smith, 2007: 16) en la expansión del capital en el Ecuador.
En 2015, luego de nueve años de anunciar reiterativamente un nuevo modelo de desarrollo para el país, el gobierno, en las postrimerías de su mandato, presentó al país una «Estrategia Nacional para el Cambio de la Matriz Productiva». No sería este el espacio apropiado para referirse a este tema si no fuese porque todo este plan, retomado con entusiasmo por el actual gobierno, tiene, ahora sí, como pilar fundamental el aprovechamiento «de nuestra mayor ventaja comparativa»: la naturaleza. Toda la reactivación productiva que nos llevará al cambio de un modelo extractivista de acumulación, pasa por el desarrollo de la industria minero-siderúrgica, la instalación de plantas de refinación de cobre y aluminio, la producción de celulosa, megaproyectos que implican, entre otros, la explotación de las vastas reservas de hierro y cobre, gas natural (este último por descubrirse), el uso del inmenso potencial hidroeléctrico que dispone el país y la incorporación de extensas áreas para plantaciones forestales. En otras palabras, esta vez son los ríos, cuencas hídricas, ecosistemas, páramos y la riqueza del subsuelo los elementos que entran directamente en la ecuación de un nuevo modelo de acumulación del capital. La contradicción naturaleza-capital ahora excede los tradicionales problemas ambientales puntuales asociados al desarrollo económico, un río contaminado aquí, o un ambiente degradado allá. Esta vez, las escalas tempo-espaciales sobrepasan se magnifican y son extensas áreas del territorio nacional las que se incorporan en la dinámica de acumulación neoliberal. La salida de la crisis consiste entonces en la puesta en marcha de un patrón ya conocido, pero que esta vez se pretende aplicar con inusitada intensidad. Se trata de resolver la crisis poniendo a trabajar la naturaleza «a todo vapor» (Moore, 2015: 1).
Sostiene N. Smith que «la extensiva producción de la naturaleza que ha caracterizado el desarrollo del capitalismo desde su infancia hasta la década de los setenta ha sido desafiada y sustituida por una producción intensiva de la naturaleza» (2007: 16). Retomando el planteamiento de Aglieta sobre el desarrollo del fordismo en Estados Unidos, Smith nos recuerda que a comienzos del siglo pasado el régimen predominante de acumulación extensiva se había ampliado horizontalmente, a través de la influencia geográfica del capital y la búsqueda de excedente y verticalmente, construyendo capas sucesivas de innovación industrial. Por el contrario, el régimen intensivo de acumulación que lo sucede invierte esta prioridad. El crea un nuevo estilo de vida al integrar nuevas formas de consumo social y nuevas formas de regulación del Estado con las nuevas formas de producción características del fordismo. Esto significa que, asociado a otras formas estructurales (las relaciones salariales, por ejemplo), la tensión ecológica determina diferentes regímenes de acumulación que permiten especificar la estructura ecológica particular de una economía (Gendron, 2008: 32).
Las observaciones anteriores son pertinentes simplemente porque el proyecto de crecimiento económico que se pretende aplicar, nos lleva a afirmar que el Ecuador podría entrar en régimen de acumulación ecológicamente intensivo[25]. La escalada en la explotación y degradación de bienes ambientales comunes (agua, aire y tierra) y la proliferación en la degradación de los hábitats no serían simplemente un problema de escalas, sino todo un modelo de desarrollo sustentado en la instrumentalización, mercantilización neoliberal y, por supuesto, degradación de la naturaleza. Ante esta arremetida, categorías como extractivismo o neoextractivismo pierden significado y, por consiguiente, resulta indispensable profundizar en el debate, por lo menos desde el lado de la academia, para hacer frente a esta nueva embestida del proyecto neoliberal. Al respecto, la reflexión de D. Machado es muy oportuna:
Es un síntoma de las limitaciones intelectuales de los principales protagonistas del debate político nacional que a estas alturas el neoliberalismo siga siendo interpretado como si fuera al mismo tiempo una ideología y una política económica inspirada en esa ideología. En realidad, el neoliberalismo está muy lejos de reducirse a un acto de fe fanático sobre que el mercado puede ser el eje organizador de nuestras vidas. Más allá de los aspectos negativos históricamente constados por la aplicación de políticas neoliberales –destrucción programada de las reglamentaciones y las instituciones–, el neoliberalismo es el productor de un nuevo tipo de relaciones sociales, lo que implica generar nuevas maneras de vivir y nuevas subjetividades. Partiendo de lo anterior, el sentido ideológico y económico del neoliberalismo pasa a un segundo plano, pues es ante todo una racionalidad la razón del capitalismo contemporáneo, teniendo como principal característica la generalización de la competencia como norma de conducta y de la empresa como modelo de subjetivación social[26].
En conclusión, es tiempo de empezar a convencernos de que «el capitalismo no es un sistema económico; no es un sistema social; es ante todo una manera de organización de la naturaleza» (Moore, 2015: 2). Peligrosamente el gobierno y las elites se encuentran empeñados en una reorganización de consecuencias impredecibles para los entornos naturales del país.
[1] A lo largo del texto, las referencias entre corchetes indican un epígrafe del presente libro