Mis Personajes de Películas y Televisión y Yo. Jesús Amancio Jáquez Hernández

Mis Personajes de Películas y Televisión y Yo - Jesús Amancio Jáquez Hernández


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LA BÚSQUEDA

      El ambiente era agitado en el campamento; todos se movían aprisa preparándose para embarcar. El regreso estaba programado para las doce del mediodía, la excursión estaba por terminar.

      —Dónde rayos se metería Jesús? —preguntó Max.

      —No lo sé —contesto Ariana—. Y, la verdad, estoy empezando a preocuparme —agregó.

      —¿No te contó sus planes? —preguntó Alejandro.

      —Solo dijo que le hubiera gustado tomar más fotos, así que no sé. Ya debería estar de regreso —concluyó con la voz quebrada por la preocupación.

      —No te angusties —la consoló Max—. Verás que pronto aparece.

      —Sí, ya lo verás —reafirmó Alex—. Seguro traerá unas fotos fabulosas —concluyó tratando de sonreír.

      Pero, la verdad, estaba muy preocupado; quizás más que Ariana. Jesús era su amigo y sabía que era muy responsable. Nunca los tendría con esa angustia si no le hubiera pasado algo malo. Trató de deshacerse de ese mal presentimiento y se dijo a sí mismo que todo iba a estar bien.

      Pero las horas pasaban y no había ninguna señal de él, el capitán envió a varios de sus hombres a buscarlo, pero no pudieron encontrar nada. Ni siquiera sus huellas, pues las ventiscas levantaban la nieve y borraban todo rastro.

      Ariana estaba desesperada; Alejandro y Max también, aunque procuraban no hacerlo tan evidente. También el capitán estaba muy consternado, pero aun así sabía que tendrían que marcharse. Habían quitado las tiendas de campaña desde el amanecer, descasarían en el rompehielos por unas horas y continuarían la búsqueda. Alex se comunicó con la embajada de México en Argentina para que los auxiliaran en la búsqueda: enviarían dos helicópteros para apoyar a la guardia costera, y tres exploradores.

      Se hizo un gran esfuerzo por encontrarlo; varias personas se unieron a la búsqueda, pero no hubo suerte. Los días fueron pasando y el clima empeoraba, las temperaturas fueron bajando y permanecer ahí se fue haciendo imposible. Ariana, Max y Alejandro no querían marcharse, pero los militares los obligaron a volver al continente, pues sus vidas peligraban en ese clima. Los padres de Jesús intentaron todo para que las pesquisas continuaran, pero el invierno llegó y la oscuridad de la noche en la Antártida lo cubrió todo. No había más que hacer, así que Ariana, con lágrimas en los ojos y el corazón hecho pedazos, volvió a México prometiéndose que regresaría a buscar a Jesús hasta encontrarlo.

      Regresó una vez más y muchas otras, pero jamás encontró la respuesta que buscaba. De Jesús nadie volvió a saber nada.

      CAPÍTULO 5.

       CONGELADO

      Todo pasó demasiado rápido. Un momento estaba admirado contemplando a los pingüinos, y al otro bajo el océano congelado, formando parte de un bloque de hielo. No sentía nada, ni siquiera frío. Se fue adormilando casi al instante, pero por su cabeza pasaban cientos de escenas e imágenes sin sentido, revueltas cada una con algún recuerdo de su vida. No sintió que le faltara el aire, no tuvo tiempo ni de manotear para intentar salir, su cuerpo no lo obedecía. Se fue quedando dormido en lo que a él le pareció una eternidad, pero en realidad solo fue una fracción de segundo, convirtiéndose en parte del paisaje marino del antártico, ese que solo pueden mirar las focas y los pingüinos pues ningún humano puede entrar ahí por voluntad propia.

      El sol inmutable y la luna siguieron girando sin parar y fueron silenciosos y lejanos testigos de su vida. El tiempo pasó a gran velocidad, olvidándose de la existencia de Jesús. Él no sentía nada, no era consiente de cosa alguna, dormía. Había caído en un estado involuntario de hibernación; su corazón disminuyó sus pulsaciones hasta casi detenerse y su cuerpo entero entró en pausa mientras los años pasaban y el mundo se transformaba en algo muy distinto a lo que él conoció.

      Los presagios fatalistas del calentamiento global y el cambio climático poco a poco se fueron cumpliendo, derritiendo los hielos perpetuos y, al cabo de muchas décadas, la gran masa congelada de la que ahora formaba parte se desprendió del continente y empezó a flotar por los océanos lenta y constantemente. Algunas veces los animales se acercaban a ver la extraña figura que estaba dentro del hielo y hasta intentaban alcanzarla, pero después se volvió como parte del panorama. Con el tiempo, ya ni sentían curiosidad, era solo algo un poco extraño que flotaba en el agua del mar.

      Pasaron muchos veranos para que el iceberg empezara a deshacerse. Perdía algo de masa cada día y se fue volviendo tan delgado como una lente de cristal, como uno de esos llaveros que guardan dentro una mariposa. Pero él no era una mariposa y no tenía alas para volar lejos de ahí y volver a su vida.

      CAPÍTULO 6.

       ¡ME AHOGO!

      Ciento ochenta y tres años pasaron para que la gruesa capa de hielo se convirtiera en una delgada lámina cristalina, tan frágil como un ventanal, pero suficientemente fría como para mantenerlo en ese estado de inconsciencia muy parecido a la muerte. Su cuerpo seguía flotando al capricho de las olas en su congelado féretro, pero el sol ya lo iluminaba y con sus rayos poderosos calentaba su mortaja. Las olas lo llevaban hacia aguas cálidas que diluían la masa del iceberg poco a poco, como se derrite un cubo de hielo dentro de un vaso de agua.

      Otros días pasaron y el cielo se llenó de nubes grises que anunciaban tormentas. Las olas tomaron fuerza y el viento apareció. El iceberg era lanzado de un lado a otro por la fuerza del temporal, hasta que se estrelló contra unas salientes de rocas cerca de tierra firme. El hielo crujió y se rasgó soltando fragmentos en todas las direcciones. De pronto se abrió una grieta más grande, permitiendo que el cuerpo de Jesús saliera y tocara el agua. Estaba frío y rígido, algo así como un tronco, y cayó pesadamente hacia al fondo del mar.

      De pronto, Jesús abrió los ojos. ¿Dónde se encontraba? No tenía la respuesta. Su cuerpo temblaba y se agitaba sin control. No podía ver nada, solo sentía frío y miedo, mucho miedo. Sus recuerdos llegaron de golpe: Ariana, sus amigos, el viaje. De pronto tomó conciencia de que estaba bajo el agua y el oxígeno empezó a faltarle; intentó subir, pero sus brazos aún temblaban y le pesaban como piedras, no podía moverlos, ni un solo músculo de su cuerpo le respondía. Alcanzó a menear su cabeza con desesperación:

      «Me voy a ahogar», pensó mientras sus ojos se cerraban de nuevo. No luchó más, ya no le quedaban fuerzas.

      De repente sintió algo suave y fuerte a su alrededor. Una fuerza que lo empujaba hacia la superficie y la vibración de un sonido muy peculiar.

      Eran delfines. Cuatro enormes delfines que lo salvaban de morir ahogado y lo llevaban a la orilla del mar, cerca de la playa.

      «¿Dónde estoy?», se preguntó.

      Los delfines no podían contestarle; sin embargo, con sus sonidos activaron sus sentidos y poco a poco empezó a sentir su cuerpo y a moverse lentamente. Todo le dolía. Podía sentir un adormecimiento leve, como una corriente eléctrica que le corría desde la planta de los pies hasta la cabeza. No sabía qué pasaba. Por fin, las olas lo llevaron hasta la playa, donde se quedó dormido cobijado por los rayos del sol del mediodía.

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