El escocés dorado. Lourdes Mendez

El escocés dorado - Lourdes Mendez


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Es uno de los mejores sabores que probé en mi vida, ¿qué tiene?

      — Se elabora a base de asaduras de cordero u oveja, mezcladas con cebollas picadas, harina de avena, hierbas y especias, todo ello embutido dentro de una bolsa hecha del estómago del animal.— Las mandíbulas de Johanna que no paraban de trabajar quedaron detenidas por un momento con el contenido en su boca.

      — Pero cocido durante varias horas— replicó Heilin intentando retomar el incómodo momento que se reflejaba en la cara de Johanna.

      — ¿Cuál es el problema, Johan?— le preguntó Duncan.

      Johanna se percató de su cambio brusco y de cómo la estarían viendo los demás, por lo que, intentando simular que nada sucedía, hizo un gran esfuerzo por mascar el resto de comida que tenía en la boca y tragar.

      — No hay problema alguno— respondió Johanna y miró de nuevo el plato y a los hombres que tenía en la mesa junto a ella, hizo una pausa pensativa y continuó—: Una tontería, me impresionó lo de... ¿una bolsa hecha del estómago del animal?— se oyó a sí misma y volvió a mirar el plato humeante, el aroma seguía siendo delicioso, rico, penetraba con tibieza las fosas nasales de la muchacha, nunca había tenido el placer de sentir que el sabor la acariciara con el aroma, de repente Johanna estalló en una carcajada—: Al demonio con los estómagos, después de un viaje tan largo... esto es mucho mejor que un asado— dijo mientras reía y continuó comiendo de la misma manera en que lo hacían los dos hombres antes de detenerse, olvidando completamente que hasta hacía un día atrás era vegetariana, y entregándose a la libertad.

      — Dígame, Johan, ¿en qué puedo ayudarla? A decir verdad la esperaba ansioso desde que Duncan me pidió que la reciba por algo de una nota a mis antepasados.

      En ese instante Johanna recordó para qué estaba allí, un temor copó su pecho como una descarga eléctrica, pensaba por dentro «¿qué digo? ¿Qué tenía que hacer?». Tomó el vaso que tenía al frente bebiendo de un sorbo todo su contenido e intentando apaciguar su nerviosismo, no tenía la remota idea de qué pretendía Lidia que le preguntara o hiciera en casa de ese hombre, pensaba que tendría más tiempo, que la comida sería tranquila, le mostraría el lugar y después de una larga charla de bienvenida con unos tragos ahí tendría oportunidad de llamar a Lidia, anotar en su móvil las preguntas, transmitirlas con un café de por medio para bajar la ensoñación que le producirían los anteriores tragos, pero no estaba sucediendo así y debía improvisar, rápido.

      Maldijo por dentro mientras el silencio invadía la sala aguardando respuesta, una respuesta o pregunta que ella no tenía. Miró a Duncan y recordó cómo le mintió diciendo que era antropóloga, no quería quedar mal frente a ese hombre, pues le daba orgullo y algo más, no lo podía descifrar por qué, pero no quería quedar mal vista. Se sintió estúpida por no haber telefoneado a su debido momento a Lidia e informarse de su rol allí, que al fin y al cabo para eso estaba, para ayudar en la investigación a su vecina.

      Vino como un destello fugaz una imagen de Lidia enviándole a su móvil algo sobre la investigación, si no hubiese estado pensando en ese momento en Dick le habría prestado más atención, pero en ese momento solo podía pensar en la reacción que tendría su marido cuando se enterara que se había ido a otro país, mejor dicho, a otro continente sola y sin haberle consultado.

      — Permítame tomar mi cartera, allí tengo mi celular y puedo ser más concreta— dijo Johan para salir del paso.

      Se volteó tomando la cartera que había dejado colgada en el respaldo de la silla; rebuscó entre sus pertenencias para hallar su móvil, cuando lo encontró, buscó entre sus mensajes a Lidia, solo había mandado unas fotos que nada le decían. Johanna se apretó los labios nerviosa, solo deseaba salir impune de esa situación, no quería quedar como idiota o farsante frente a Duncan. Intentó disparar una llamada, pero no tenía señal. No tuvo otra opción que volver a mirar las fotos que Lidia le pasó, a las que llamó por dentro furiosa «esta imbécil cosa», no tenía idea de qué decía, la rapidez mental de Johan la ayudó una vez más a dar otro paso. Acercó su móvil a Heilin y le enseñó la primera foto.

      — ¿Qué me dice de esto?— preguntó Johan como si supiera de qué se trataba.

      Heilin cogió el celular, miró serio con detenimiento la foto.

      — Si pasa a la foto siguiente, hay una igual con más detalles, más nítida— dijo muy caradura Johan.

      El viejo Heilin, luego de tomarse un tiempo al inspeccionar la foto, bajó el móvil de manera seria y cortante, se dirigió a Johan mirándola fijo y penetrante a los ojos.

      — Esta es una antigua carta, escrita sin duda por un escocés, eso lo debe saber.

      — Por supuesto que lo sé— replicó Johan con soltura.

      — ¿Y qué quiere saber de esto?, ¿no habrá viajado a Escocia para que le haga una traducción?

      Con nerviosismo Johan improvisó, aunque apenas titubeó, comenzaba a convertirse en una experta en ocultar detalles y eso parecía gustarle.

      — Claro que no viajé solo por eso, pero primero necesito que me diga qué dice ahí para chequear mi fuente, que el traductor no haya cometido ningún error, imagine usted la importancia de esta carta que me trajo hasta aquí, no puede haber ningún detalle al azar.

      Heilin la observó de manera prudente analizándola un momento, luego tomó el teléfono ampliando la fotografía para comenzar a leer por dentro, el viejo papel gaélico escocés tenía sus defectos por el paso del tiempo y debía verlo bien.

      Al fin Johanna sabría un poco, al menos suponía que comprendería por qué estaba allí. El viejo Heilin abrió sus viejos y arrugados ojos como platos, tomó una larga bocanada de aire para comenzar a hablar con evidente sorpresa.

      7 Plato típico de Escocia.

       7

      Lidia se encontraba pálida como el cielo en invierno, sus pupilas no paraban de contraerse y dilatarse, sus palpitaciones tras un intenso galopeo parecieron detenerse con su mente, estaba a punto de desmayarse.

      Se encontraba sentada en la silla personal de Rafael. El asistente que leía las mentes se había adelantado cuando ni habían terminado de relatar de qué se venía todo el asunto y de manera fugaz, con un gran reflejo, tomó con una de sus manos envolviéndola por detrás de los hombros a Lidia, mientras su otra mano tomaba ágil un folleto que descansaba sobre el escritorio para abanicarla. Mientras ella perdía el equilibrio en aquella silla que le parecía ser la más inestable del planeta como si estuviese en una zamba en el momento menos oportuno.

      — Señorita Rodríguez, ¿se encuentra usted bien? ¿Acaso no le parece una buena noticia? ¿A qué viene tal reacción?— dijo Rafael preocupado e intercambiando miradas con su asistente que continuaba abanicando.

      Luego por primera vez oyó la voz del asistente, lo cual la sorprendió en gran medida, pues ella habría jurado que era mudo, ese simple pensar la quitó de a poco de su estado de conmoción y bebió como pudo algunos sorbos de agua que Dora le ofreció.

      — ¿Puedo ofrecerle azúcar?— dijo el asistente que hasta dos minutos era mudo y vidente. Lidia de mirarlo con sorpresa por un momento asintió suave con la cabeza.

      — Usted no le habrá contado a nadie, ¿no?— dijo Dora visiblemente preocupada—. Sería una perdida inmensa para nuestro país. ¿Entregó una copia a alguien?

      La mente de Lidia estaba detenida en el rostro de Johanna, no podía sacar de su cabeza a la joven vecina y en las fotos que le había pasado al móvil para que obtuviese más información.

      — Es la emoción— dijo por fin Lidia recuperando su color poco a poco mientras se colocaba el azúcar bajo la lengua—, por supuesto que no cometería tal negligencia de entregar una copia o... fotografía a nadie, no soy una novata.

      — Pues mejor así, porque sería


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