El escocés dorado. Lourdes Mendez

El escocés dorado - Lourdes Mendez


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amor, ellos siempre estaban dispuestos en su vida. Esa insólita comparación interna le recordó que debía avisar al señor que iba a quedarse ese mes en su casa con los gatos que no fuera, ya no era necesario. Miró la hora y se percató de que era algo tarde, Rafael la esperaba.

      — No deberías afligirte tanto, Johan, a tu edad la vida te pone muchas oportunidades— le dijo Lidia intentando consolarla.

      — Pero no puedo ser feliz, sé que debería ser más agradecida, tengo quizá mucho de lo que otras jóvenes quisieran, pero muy dentro de mí algo me dice que una pizca está mal, que no es lo que parece— respondió Johanna en tono ya tranquilo pero desesperanzado.

      Lidia sintió pena por la joven, fue desconcertante verla tan diferente a lo que estaba acostumbrada, por un instante se cruzó en su interior esa ola que a veces la invadía, esa ansiedad que no le permitía usar la lógica y la llevaba a cometer impulsos sin siquiera analizar lo que su boca transmitía. Quizá el modo correcto en el cual llevaba su vida, donde todo funcionaba como un reloj alemán, donde el tiempo era exacto, donde todo estaba planeado como en la agenda que compraba dos meses antes de que terminase el año. Lidia era tan correcta que cuando las olas de impulsos aparecían en su vida lo hacían también de la manera correcta, «a lo grande», y embarcada en su ola interna, que era lo único con lo cual no podía luchar en su prolija vida, permitió que de su interior salga hasta la última palabra que inútilmente intentó reprimir.

      — ¿Irías a Escocia?— dijo Lidia, ambas se miraron permaneciendo unos instantes en silencio dejando actuar al pesado aire que ocupaba el espacio entre ellas en ese momento—. Tengo una investigación que hacer allí muy, muy importante, pero en mi trabajo surgió... algo relacionado con ese mismo asunto y debo quedarme, necesito a alguien que me reemplace, alguien que sea mis ojos.

      Johanna la oyó descolocada, después de unos pocos segundos de un silencio mortal la joven le respondió:

      — ¿Por qué yo? No sé nada sobre investigar, en realidad no sé nada, de nada... soy modelo.

      — Eso no va a ser un problema— dijo Lidia, mientras se envalentonaba con su descabellada idea—. Yo te voy a guiar, te voy a decir a dónde tenés que ir, cómo recoger la información, qué es lo que necesito, vamos a estar conectadas al teléfono todo el tiempo, tengo un hotel pagado donde iba a hospedarme con comidas, tengo el pasaje, tengo todo— dijo Lidia convencida.

      — Es una locura— replicó Johanna.

      — Una locura es que pierda mi investigación, vos necesitás despejarte, y hacer algo, ¿no sería bueno que Dick se pregunte al menos por un momento dónde estás? ¿Que deje de ignorarte? Hacerte visible con tu ausencia... yo necesito ayuda en mi trabajo, las dos podemos ayudarnos mutuamente— le rogó con la mirada Lidia—. Además, sería buena idea que hagas algo... diferente, te va a hacer bien descubrir el mundo, Dick es un mundo muy pequeño.

      — ¿Cómo que... un mundo pequeño?

      — Dick es menos que un átomo, de verdad, te va a servir.

      Ambas se miraron un largo instante, las dos pensaban quizás lo mismo, la incertidumbre, lo correcto, lo descabellado de sus pensamientos se entrelazaban como trenza en un hombre calvo que no sabría qué hacer.

      Johanna rompió el largo silencio dudosa.

      — Tengo buen inglés, ¿cuándo debería ir?— preguntó mientras sus ojos color miel se dilataban comenzando a brillar.

      — Ahora.

       4

      Johanna se encontraba parada en el centro del aeropuerto, Lidia notó que los ojitos de la muchacha estaban asustados como aquellos gatitos suyos cuando hacían alguna travesura, sabía que esto era algo más que una travesura, esto lindaba con la locura. Pues enviar a una chica inexperta, modelo, en plena crisis, a la otra punta del mundo a ocuparse de lo más sagrado para ella que era su trabajo, definitivamente era una locura, pero en su interior la ansiedad le decía que era una oportunidad y no podía permitirse perderla, debía estar en dos sitios a la vez y Johanna podía hacerlo bajo sus directrices; su mente sabía que no se trataba solo de ella, sino también de la joven modelo, necesitaba ayuda, atención, y Lidia estaba resuelta a dárselas.

      Sin medir más palabras abrazó fuerte a Johanna a modo de despedida, le pasó la valija que ella misma había armado de manera pulcra antes de que el teléfono sonara en su casa.

      — Es la maleta que iba a llevar, tiene toda la ropa necesaria, creo que con esto vas a estar bien por un tiempo, voy a girarte dinero para que compres algo que sea más de tu gusto— dijo Lidia intentando tranquilizarla—. Lamento que no hayas tenido tiempo de hacer tu propia maleta.

      — Gracias, ¿vas a hablar con Dick?

      — Le digo lo que quedamos, quedate tranquila, Johan.

      — Tengo miedo, no estoy segura, pero tampoco quiero quedarme acá, necesito huir...

      — Hui tranquila, nadie te va a seguir hasta allá— dijo Lidia mientras le extendió el pasaje junto al dinero—. Si cometiste la locura de casarte joven con un galán de novelas, esto te aseguro que va a ser un chiste en tu prontuario.

      Johanna luego de varias horas de tristeza pareció olvidar su problema, embarcada en el delirio de su vecina tomó lo que le ofreció entre sus manos, sonrió porque sabía que alguien la necesitaba, era hora de demostrar al mundo de todo lo que era capaz, lo que ella debía hacer era algo muy importante, al menos lo era para alguien y el corazón le decía que sería importante también para ella.

      Desembarcó del avión dirigiéndose a una cabina donde entregó su pasaporte, luego de escasos minutos extendió la mano tomando el documento que un hombre mayor trajeado le devolvió, leyó el sello sin poder creerlo «Immigration officer -6129 - 18 feb 2020 Edinburgh».

      Con nerviosismo se dirigió con su maleta a la salida, allí debería esperarla alguien, internamente intentaba tranquilizarse, sabía que cometió una locura, quizá la más grande de su vida, pero algo por dentro le decía que era lo correcto, siguió los carteles que la guiaban encontrándose al final de un pasillo con la sala principal, donde observó a muchas personas esperando, llevando carteles escritos con diferentes nombres y apellidos, miró en alerta entre la multitud buscando el nombre de Lidia, leía de un cartel a otro sin hallarla, hasta que detuvo intrigada su mirada en un hombre que le llamó poderosamente la atención, era el primer escocés que propiamente veía con el típico atuendo.

      Siguió con la mirada el kilt mientras ella curiosa se acercaba, dos personas se apartaron abriendo paso, como en un grisáceo día cuando la entrada de los luminosos rayos de sol surgen, el camino se abrió dando paso frente a ella al escocés.

      Imponente, la totalidad de su figura se presentó dibujada en una gran sombra, justo en el piso frente a ella; Johanna no lo podía creer, era estar en una fantasía real, observó la oscura sombra de contextura grande, fue levantando la vista de a poco con cierto temor que se entremezclaba con ansiedad y alegría, sí, ella sabía que le predominaba la alegría.


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