El escocés dorado. Lourdes Mendez
profundo para evitar largar un suspiro en ese sitio tan concurrido, continuó subiendo la mirada preguntándose qué llevaría en el sporran5 que rodeaba la cintura. Un destello de luz al moverse el escocés iluminó el alfiler que unía las dos partes de la falda por delante.
— No puede ser— exclamó sorprendida Johanna, mientras pensaba intrigada si ese hombre llevaría en sus calcetines un sgian dubh6, por un instante imaginó que la pequeña daga estaba allí lista para ser usada.
Cuando terminó de levantar los ojos descubrió a un hombre de torso ancho, la contextura sin duda era grande y proporcionada en todas sus partes, arriba llevaba una remera blanca que le marcaba en los brazos la musculatura, cruzaba a un lado el tartán que venía desde su falda, aquellos grandes músculos que tenía en los hombros dejaron sin aliento a Johanna, pero cuando descubrió el varonil rostro que la estaba mirando fijo de manera risueña y burlona, la joven se alertó de inmediato por la expresión de él convencida de que ella estaba haciendo el ridículo al deleitarse sin reparos descaradamente ante aquel escocés, procedió a cerrar la boca que le había quedado abierta por la sorpresa de lo que sus ojos no se privaron de ver, aquel delicioso espectáculo de hombre nativo escocés.
Se sintió avergonzada por ser descubierta al mirarlo, él la contempló con esos ojos pícaros de que el secreto se descubrió; Johanna en ese instante experimentó un sentimiento inmediato, el cual transformó la vergüenza en un gran enojo.
— Idiota— dijo Johanna, aunque no supo si ese comentario fue para ella o para él.
Sin perder tiempo se volteó y siguió buscando el nombre de Lidia en algún cartel, pero nadie parecía tenerlo.
Johanna comenzó a preocuparse. «¿Y si nadie la esperaba? ¿Qué haría en otro continente sola, sin nadie que la oriente, sin saber qué hacer? ¿Pero por qué le haría una cosa así su vecina?», se preguntaba Johanna mientras unas náuseas se asomaban junto al nerviosismo.
Continuó buscando sin ver el maldito nombre de Lidia por ningún lado, sacó su celular para llamarla, quizá estaba a otro nombre, pero el intento fue en vano, el aparato no contaba con batería, allí Johanna se maldijo a sí misma por haber dormido todo el viaje y no haberse dedicado a cargar su celular durante el vuelo.
Se sobresaltó cuando una pesada y gran mano la tocó de atrás en el hombro. Pero más fue la sorpresa cuando al voltearse descubrió al escocés que observó antes, este pegado a ella le doblaba en altura, llevaba una hoja con el nombre de ella.
3 Falda típica, pero tiene la peculiaridad de que la visten los hombres.
4 Es un tipo de tejido asociado tradicionalmente con Escocia, el patrón consiste en líneas horizontales y verticales que cruzan formando un efecto de cuadrados.
5 Bolsa que se lleva en la cintura sobre el kilt.
6 Pequeña daga parte del traje tradicional de Escocia.
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— ¿Usted es Johanna?— preguntó con cierta dificultad al pronunciar el nombre, con un inglés de tono entrecortado de pronunciación firme y gruesa, un estilo muy escocés que lo volvía único y masculino, era el mismo hombre de kilt que ella descubrió de manera curiosa anteriormente.
— Sí, puede decirme Johan si le resulta más sencillo— le respondió Johanna vislumbrando la dificultad al pronunciar su nombre—. ¿Y usted es...?
— Soy Duncan Mac Kinntosh— contestó el escocés mientras extendía su mano de gran tamaño para saludarla.
Johanna con dudas de cómo dirigir el saludo le extendió su pequeña mano que se fundió con aquella potente, la envolvió con firmeza y seguridad, aunque mantenía cierta delicadeza de protección. Johan sintió que le ofrecía en ese momento algo más a ese hombre puro escocés, dudó en acercar su mejilla para darle un beso, con precaución, algo de pudor, decidió no hacerlo bajando su tímido mentón al suelo.
Duncan audaz percibió la pequeña incomodidad, de manera maliciosa pero seductora, le sonrió con solo uno de los extremos de sus labios dibujando una pequeña mueca que inútilmente no pudo ocultar. Al percibirlo Johan frunció el ceño en disgusto creyendo una semiburla hacia su persona, aunque esto solo se debía a su imaginación. Duncan echó una corta y seca carcajada divertida como adueñándose de producir tal actitud, sin dudas divertido, él en ese momento se sintió un gran galán.
El inglés de Johanna era bueno, pero no tanto, aun así se defendía y con algo de torpeza en su acento latino lograba establecer una comunicación aceptable con cualquiera de habla inglesa, si bien este escocés le hacía llevar algunos segundos más en el proceso de traducción por su entonación cerrada, el resultado de la conversación sucedía llegando con el tiempo a ser cada vez más fluida. Las torpezas de ambos terminaron siendo una gran combinación.
— Imagino que Lidia le habrá explicado que un percance no le permitió venir.
— Así es— contestó el escocés mientras le enseñaba con la mano el camino para que la acompañase.
— ¿Entonces sabrá que estoy para colaborar con la investigación de ella?
— Sí— respondió Duncan sin comprender por qué la aclaración, para él a quien guiaría por los diferentes lugares de Escocia le era indiferente, sobre todo porque su paga ya había sido realizada con anticipación.
La joven sonrió aliviada cuando percibió que aquel hombre no tenía idea más que de su nombre, no tenía idea de quién ella era, y en un impulso al encontrarse las miradas, ella al intentar sentirse alguien importante junto a él emitió su primera pequeña y traviesa mentira.
— Soy colega de Lidia, Dra. Johan me llaman— dijo Johanna con alarde.
— Johan, bienvenida a Escocia— dijo con mirada profunda e interés el escocés.
La simple maleta que preparó Lidia y entregó a Johan para evitar demoras en la partida porque no tenía nada aprontado además de que Johan había botado toda su ropa, fue abierta por primera vez en la habitación donde se hospedó la pequeña embustera... la Dr. Johan.
— Veamos qué traje— se dijo a sí misma mientras hurgaba entre las prendas que fueron colocadas con pulcritud, ¿qué habría guardado su vecina que pudiera serle útil? Miró las prendas con cuidado una y otra vez sorprendida del mal gusto de Lidia.
Ese mal gusto la llevó a plantearse que justamente era algo diferente a lo habitual de su vida y en un giro imprevisto de su interior, ese interior que cambiaba esos últimos días de manera repentina, la hizo sentirse cómoda por primera vez, eso era lo que necesitaba, algo diferente, algo con lo cual no fuera observada por lo que llevaba puesto, sino por quien era.
Se probó algunas de las prendas, por el grueso tamaño de Lidia todas las prendas le quedaban holgadas, ninguna marcaba sus finas curvas, sus pequeños pero firmes senos se perdieron entre ellas. Johan emitió una risa triunfal, no más perfección, no más modelo, allí solo sería observada por quien era ella realmente. Al surgirle ese pensamiento se preguntó, ¿y quién era ella realmente?
Se dirigió a la sala principal una vez que se aseó y vistió, allí la esperaba Duncan sentado en un viejo sillón de terciopelo bordó que tendría al menos los mismos o iguales años que el hotel donde se encontraban a solo unos quince minutos de la gris ciudad de Edimburgo.
Ambos caminaban por las calles de la ciudad, ella miraba hacia todos lados asombrada por la belleza que se topaba a cada paso, se sentía como un turista en vacaciones con la diferencia de que ella estaba allí por algo muy importante.
Su cuerpo se relajó de inmediato al pisar el asfalto, respirando el aire suave y frío del lugar, llevaba cómoda un suéter holgado color marrón que, si