100 personas que han hecho único al Atleti. Fernando Castán

100 personas que han hecho único al Atleti - Fernando Castán


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en la letra de la canción «Soy un socio del Atleti» que versionaba el «Soy un novio de la muerte» legionario. En ella, un grupo de los años ochenta, Glutamato Ye-ye, liderado por Iñaki Fernández y Patacho, gritaba en pleno éxtasis: «¡Aplasta Arteche!» o «¡Rompe Arteche!». Este himno es uno de los habituales del Frente Atlético y durante décadas se escuchó en el fondo sur de nuestro añorado Calderón.

      Sin duda, el protagonista de este capítulo está entre los jugadores más carismáticos del Atleti. Tan carismático dentro como fuera del campo, de tal forma que sus críticas a Gil y Gil y el hecho de liderar un «levantamiento» contra el dirigente le costaron la salida del equipo en 1988 tras once temporadas.

      Nacido en Maliaño (Cantabria), el 11 de abril de 1957, Juan Carlos se formó en las categorías inferiores del Racing de Santander para ser fichado por el club de la ribera del Manzanares en el verano de 1978. El 4 llegó a tiempo para compartir dos temporadas en el eje de la defensa con Luiz Pereira, quizás el mejor central que haya vestido la camiseta rojiblanca del que aprendió todo lo que un futbolista puede enseñar a otro. No ganó la Liga, pero estuvo muy cerca de hacerlo en 1981, cuando el equipo dirigido por José Luis García Traid y presidido por Alfonso Cabeza (ver capítulo 36) sufrió uno de los mayores atracos que el fútbol español recuerda. Bueno, el fútbol español no creo, pero la afición atlética sí.

      Aquella Liga perdida al final de la misma fue un mazazo. Sin embargo, Arteche y un equipo plagado de canteranos y jóvenes, entre otros, Roberto Simón Marina, Quique Ramos o Miguel Ángel Ruiz, se impondría en la Copa del Rey de 1985, la Supercopa de España posterior y llegaría hasta la final de la Recopa un año más tarde.

      Qué más da… En cualquier caso, Juan Carlos Arteche es mucho más que un jugador en el universo atlético en el que las personas, su pundonor, su actitud y su generosidad no se miden por el número de goles o de títulos que uno gana o pierde. No.

      Una buena muestra de cómo era Juan Carlos la hallamos en un partido en el Calderón contra el Betis en noviembre de 1983, en uno de sus mejores encuentros. El jugador cántabro lideró una increíble remontada en una tarde lluviosa con dos tantos de cabeza en los últimos minutos del encuentro para imponerse por 4-3 después de ir perdiendo 1-3. Pero como en nuestro equipo nada puede ser perfecto y sí épico, el bueno de Arteche se rompió el menisco en el remate del cuarto tanto, ya en el tiempo añadido, y tuvo que ser retirado en camilla. Genio y figura. Pura leyenda.

      ¡¡¡Aplasta Arteche!!!

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      ANDRÉS TUDURI, EL CABALLERO ATLETA

      Nos remontamos en este capítulo al pleistoceno futbolístico español. Entre otras cosas para rendir de alguna forma homenaje a los primeros jugadores que se pusieron la camiseta rojiblanca, blanquiazul al comienzo de la historia del club. Para ello he escogido a Andrés Tuduri (Tolosa, Guipúzcoa, 28-8-1898), al que descubrí cuando escribí 100 goles que han hecho grande al Atleti (Lectio Ediciones).

      Tuduri fue un futbolista, jugador de hockey hierba y un atleta que, incluso, llegó a poseer récords de España en pruebas de relevos. Andrés permaneció entre 1916 y 1928 en el club, en unos tiempos en los que se jugaba a este deporte por afición, pero en el que la gente ya se dejaba todo sobre un terreno de juego en el que ahora no se celebraría ni un partido de preferente. Un centrocampista que en 1924 consiguió un tanto que la prensa de la época calificó de «el mejor de la historia». Y fue contra el Real Madrid en el homenaje a su paisano Mariano Arrate, de la Real Sociedad. Parece increíble pero el homenajeado no era de ninguno de los dos conjuntos que le homenajearon. Cosas de aquellos años, cosas del Atleti, que ya despuntaba en aquella década como una entidad singular.

      El caso es que el veloz Andrés dribló a medio conjunto blanco para rematar por alto al guardameta rival, Martínez, e inaugurar el marcador en el antiguo Campo de Salamanca, de Madrid. El peculiar homenaje terminó con un empate a tres.

      En los años veinte, al conjunto que, entre otros, formaron Tuduri, Pololo, Barroso, Fuertes de Villavicencio, Alfonso y Luis Olaso, Burdiel, De Miguel y Marín, se le conoció como el Equipo de los Caballeros, debido a que firmaron una carta en la que defendían el amateurismo del fútbol frente a la incipiente profesionalización de algún club vecino, recuerda Bernardo de Salazar en sus Cien años del Atlético de Madrid, editado por As. Nuestros jugadores defendieron su forma de vida por el puro placer de practicar «el sport» al tiempo que estudiaban o trabajaban. Recordemos que el club Athletic de Madrid fue fundado a modo de sucursal del Athletic de Bilbao por estudiantes vascos, vizcaínos en concreto, que vivían en Madrid. Y lo único que querían era jugar al fútbol.

      Hasta 1928 no se disputó la primera Liga y en su fundación estuvo el cuadro colchonero, así que los «caballeros» se tuvieron que conformar con conquistar los primeros títulos regionales para el club.

      Tras su retirada, Andrés Tuduri fue miembro del Comité Olímpico Español (COE) y presidente de la Federación Española de Atletismo. Como buen amateur finalizó su carrera de ingeniería y trabajó en el Metro. Los años traerían a la entidad a otro vasco estudiante de ingeniería y caballero también llamado a hacer historia, José Eulogio Gárate (ver capítulo 90), «el ingeniero del área».

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      MI TíO PEPE Y SUS DIEZ HIJOS

      Una de las personas que fue decisiva en mi afición colchonera fue mi tío Pepe, José Roncero.

      Suelo decir que para un niño es fundamental, en su ser futbolístico, cuando se decide por un equipo u otro, la primera vez que pisa un estadio. Esa primera visión del césped, de los colores, del ruido, de los olores, incluso, en aquella época de los puros y del coñac que se vendía en las gradas, no se vuelve a tener en la vida y te marca para siempre. Puedes volver mil veces al mismo lugar, pero ya nada será igual. Parecido, sí. Sin embargo, ya nunca será lo mismo. Como en tantas facetas de la vida. El primer beso, el primer partido: ¡aquella primera vez!

      Del párrafo anterior se deduce que a mi primer encuentro en el Calderón fui con mi tío Pepe, una de las personas de las más peculiares que he conocido, y mira que las he conocido con carácter, raras, especiales y bizarras. A cientos. No recuerdo la fecha, pero sí el encuentro. Fue contra el Málaga, hacía frío, sería a mediados de los setenta y ganamos 1-0. Me asombró el juego en sí mismo, pero, por encima de este, la gente y el ambiente. Tengo grabado el momento en el que, poco a poco, fui divisando el césped saliendo hacia la grada y a medida que subía las escaleras hacia nuestras localidades. Durante años, en el Calderón, procuré que mi asiento estuviera lo más cerca posible de aquella primera localidad que había ocupado de niño.

      José Roncero era tan peculiar que solía ir a los partidos de casa acompañado de un sacerdote y un abogado, ambos amigos suyos. No sé si la profesión de sus vecinos de localidad tendría algo que ver con el trago que habitualmente se pasaba en aquella tribuna entonces de bancos corridos de madera en una de las zonas «nobles» del coliseo del Manzanares. El caso es que mi tío se «hacía escoltar» por un cura navarro y un letrado melillense. El padre Guaras o Eguaras, nunca me enteré bien del apellido, y don Ramón, respectivamente.

      Iba pues al fútbol bien preparado para todo, lo terrenal y lo celestial, que pudiera acontecer allí, por si acaso debía echar mano de uno o de otro. Más que a un estadio parecía que fuera al patíbulo. Además solían acompañarle dos de sus diez hijos, ya que disponía de otros dos abonos. Aquella tarde yo ocupé el asiento destinado habitualmente a uno de sus vástagos junto al sexto de la lista en orden de nacimiento, mi primo Aníbal. Nunca le agradecí lo suficiente a Pepe que aquel domingo me llevara al Calderón, pues, si ya era rojiblanco por mi familia materna, que es la suya, hubo un antes y un después de aquel domingo sin fecha.

      Pepe y mi madre, Conchi, se habían criado en el barrio de Cuatro Caminos, muy cerca de donde estaba el antiguo estadio Metropolitano, en plena Ciudad Universitaria de Madrid, donde ahora se hallan varios colegios mayores. Su vocación atlética había sido, por lo tanto, ineludible. De hecho, mi abuelo Luis era amigo de los Otamendi, la familia que construyó aquel moderno recinto deportivo antes de la Guerra Civil


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