100 personas que han hecho único al Atleti. Fernando Castán
Le pregunto por quién siente más admiración de entre los jugadores que ha visto y responde: «Como todos los de mi generación, por Torres, luego he tenido la suerte de conocer a Godín y después de un partido bajamos a saludarle y le regaló una camiseta a mi padre, que tenía cáncer y estaba ya malito. Godín era el preferido de mi padre.»
Sobre el Cholo Simeone, Gonzalo argumenta: «Cogió un equipo que estaba destruido y mira dónde lo ha llevado. Tener un entrenador que es un hincha más es un privilegio. Antes, con otros entrenadores, la gente criticaba la alineación; ahora la gente no se fija, porque el Cholo va a sacar lo mejor para el equipo. No creo que haya atlético que no sea del Cholo.»
«Hay muchos toreros del Atleti porque se comparten los valores, el salir a morir en cada partido, el coraje y el corazón, el darlo todo. En casa no nos perdemos ningún partido. Salir cada tarde a darlo todo.»
Qué razón tienes…
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BEN BAREK, «LA PERLA NEGRA»
El 17 de abril de 1948, la mayoría de la afición colchonera supo por primera vez de él. Un jugador marroquí que se alineaba con el Stade Français parisino y que aquel día marcó el tanto del triunfo (2-1) del primer encuentro, amistoso, que los rojiblancos disputaron en la capital francesa. La calidad de Larby Ben Barek (Casablanca, Marruecos, 15-12-1914) llamó la atención de los dirigentes del Atleti. Tras la devolución de la visita en mayo (2-4), la directiva presidida por Cesáreo Galíndez fichó al delantero y al portero Marcel Domingo. Los dos marcarían la historia del club.
Larby, huérfano de niño y de familia muy humilde, había dado descalzo sus primeras patadas a un balón en Casablanca. Más tarde, cumplió su primera etapa entre equipos de su tierra y de Francia, cuya nacionalidad tenía y con cuya selección se alineó.
Su firma por el Atlético trascendió lo meramente deportivo y en el Madrid de entonces no se hablaba de otra cosa que de la firma de aquel elegante futbolista. Sin embargo, Ben Barek no fue muy puntual a la hora de presentarse la temporada de su fichaje, la 1948-49, y su ausencia en la fecha prevista llevó la preocupación a la entidad y a los seguidores. Parece ser que aquel verano había fallecido su mujer. Sin embargo, el marroquí pronto cumpliría con las expectativas que había generado entre la afición del Stadium del Metropolitano, a la que su elegancia, rapidez y remate de cabeza volvieron loca. Ya en octubre en uno de sus primeros partidos fue decisivo para que los rojiblancos se impusieran a los blancos en el Bernabéu.
El final de los cuarenta y la década de los cincuenta marcarían una de las épocas más grandes del club. Su primer título de Liga llegaría en su segundo curso en la plantilla atlética ya con el argentino Helenio Herrera de entrenador y con el sueco Henry Carlsson, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Londres, de compañero en la delantera. Con el nórdico haría una gran pareja en la punta. Con el sueco y José Luis Pérez Payá, José Juncosa y Adrián Escudero formó la conocida como la «Delantera de Cristal». Los campeonatos no se harían esperar.
La prensa de la época había ideado primero la «Delantera de Seda» y la «Media de Cristal», aludiendo a las medias de las mujeres cuya calificación entonces de seda y de cristal hacía referencia a la calidad de las mismas. Estas estuvieron compuestas por Escudero, Juncosa, Alfonso Silva, Antonio Vida y Francisco Campos, la primera, y por Manuel Santana Farías, Juan José Mencía y Julián Cuenca, la segunda.
Pues bien, la «Delantera de Cristal» (en realidad se denominó así a la de la temporada 1950-51, aunque solo varió un nombre respecto a la del curso anterior, Pérez Payá por Silva) se hizo con dos Ligas seguidas y en una de ellas, la de 1951, fue capaz de marcar 87 tantos en un campeonato que solo tenía 30 partidos, 14 de ellos del protagonista de este capítulo y 19 de Escudero, en un once capitaneado por Alfonso Aparicio.
En la consecución de ambas, Ben Barek fue decisivo. Suyos fueron dos goles en la jornada final en un 4-4 frente al Valencia con el campeonato de 1950 en juego. Os podéis imaginar qué choque de infarto tuvo que ser aquel con todo tipo de alternativas en el marcador de un Metropolitano lleno hasta la bandera. Los dos de Larby remontaron el tanto inicial del Valencia.
En aquella época el Atlético de Madrid ya era un club diferente a todos.
La temporada siguiente, el Atleti renovó el título con la misma base que el curso anterior y otro final loco, esta vez en Sevilla cara a cara con el conjunto que lleva el nombre de la ciudad. En ella, «la Perla Negra» fue autora del tanto visitante.
Es curioso que el Atleti ganase de dos en dos sus primeros cuatro campeonatos ligueros: 1940 y 1941, como Atlético Aviación, y 1950 y 1951. No ha vuelto desde entonces a repetirlo.
Aunque los comentarios de la época nos dejan una imagen del jugador de Casablanca no muy dado a entrar en batalla cuando los partidos se endurecían, Larby fue uno de los pilares de los éxitos de aquel cuadro que en noviembre de 1950 endosó al Madrid un 3-6 a domicilio. De los seis, dos fueron del delantero de Casablanca.
Hay quien considera que aquel Atleti ha sido el que mejor fútbol ha hecho en la historia del club.
El verano de 1953 supuso el final de la «Delantera de Cristal» con la salida de Pérez Payá y Carlsson. Ben Barek permaneció en la plantilla atlética hasta 1954.
Regresó a su país natal, donde se retiró y fue el primer seleccionador nacional tras la independencia. Falleció en 1992, desgraciadamente, sin el debido reconocimiento ni deportivo ni social.
Pelé lo definió: «Si yo soy el rey del fútbol, él es el dios del fútbol.»
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ROBERTO SIMÓN MARINA NO PARABA NUNCA
Roberto Simón Marina no paraba. Para un lado, para otro, la toca, la pasa, la recupera, la pierde, pero se vuelve a hacer con el balón. Un coloso. Un jugador de 1,64, ligero, que tiene el don de la ubicuidad. Un jugador de 60 kilos, que da la sensación de que nunca se cansa, de que siempre le queda algo, de lo liviano que es. Me recordaba —con perdón— a esos muñecos a los que nunca se les acaba la cuerda. Ha pasado tiempo. Igual no era para tanto. No lo sé, pero ese es mi recuerdo de aquel gran centrocampista.
Marina es una imagen de un Atleti, el de los años ochenta, plagado de canteranos y que, en una situación en la que no había mucho dinero y el club no tenía la estabilidad necesaria, ganó una Copa del Rey, la de la temporada 1984-85, y fue capaz de llegar a la final de la Recopa en 1986, en la que cayó frente al Dinamo de Kiev, en Lyon. Con Luis Aragonés en el banquillo, también ganó la Supercopa de España en 1985.
De la mano de Marcel Domingo, Marina debutó joven en Primera, en mayo de 1980, con solo 18 años. Cedido al Zaragoza, y tras la vuelta de Vicente Calderón y Luis Aragonés al club, el técnico le subió al primer equipo dos años después para acompañar, entre otros, a canteranos como Juan José Rubio, Quique Ramos, Miguel Ángel Ruiz, Juan Carlos Pedraza o Pedro Pablo. Sirvan estas líneas para homenajear a todos ellos, los que cito y los que se quedan en el tintero. Y también a los que no se habían criado deportivamente con la camiseta roja y blanca, que vinieron de otros clubes o de otros países y defendieron al Atleti en aquellos difíciles tiempos: Chus Landáburu, Quique Setién, «el Negro» Cabrera, «el Pato» Fillol, Juan Carlos Arteche o «Polilla» da Silva.
Unos años en los que casi cada miembro de la plantilla sentía los colores porque muchos de ellos se habían criado en los equipos filiales y, los que no lo hicieran, para eso estaba Luis Aragonés en el banquillo y en cada entrenamiento, para sacar el máximo de todos. Por eso un equipo se llama así, porque, si uno falla, lo harán todos. Un conjunto del que nos sentíamos muy orgullosos los aficionados, tal y como se puso de manifiesto en el desplazamiento masivo a Lyon en la final de la Recopa de 1986. 20.000 aficionados se desplazaron a la ciudad francesa donde caímos ante el Dinamo de Kiev. Treinta y dos años después, en 2018, regresamos a Lyon y entonces sí ganamos. «El Atleti siempre vuelve», se podía leer en las camisetas de algunos seguidores rojiblancos.
Roberto Simón fue fundamental en la consecución de la Copa