El Plan de la República para derrotar al Kirchnerismo. Ernesto Castellote

El Plan de la República para derrotar al Kirchnerismo - Ernesto Castellote


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      ERNESTO CASTELLOTE

       EL PLAN DE

       LA REPÚBLICA PARA DERROTAR AL KIRCHNERISMO

      Editorial Autores de Argentina

      Castellote, Ernesto

       El plan de la República para derrotar al Kirchnerismo / Ernesto Castellote. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2021.

       Libro digital, EPUB

       Archivo Digital: online

       ISBN 978-987-87-1428-8

       1. Política Argentina. I. Título.

       CDD 320.82

      Editorial Autores de Argentina

      www.autoresdeargentina.com

      Mail: [email protected]

      Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723

      Impreso en Argentina – Printed in Argentina

      Ese hijo que amamos a niveles inentendibles, que desde que lo recibimos en nuestros brazos se convirtió en la luz de nuestros ojos, en el motivo de nuestras sonrisas más puras. Ese ángel que nos empuja a levantarnos cada mañana con la sola prioridad de hacerlo más feliz que ayer.

      Es ese ser, inmaculado, sobrenatural y humano, sólo porque podemos tocar y abrazar, ese tesoro que se convirtió en nuestro milagro diario, ahora está entrando a un quirófano.

      Nos atormenta todo. El aire que respiramos parece veneno en nuestros pulmones. Flota la sensación de que caímos a un abismo de oscuridad y horror que jamás imaginamos vivir.

      Le sostenemos la manito mientras avanza la camilla por los pasillos. Lo dejaremos definitivamente en la entrada, le soltaremos esa manito sagrada y las puertas se cerrarán.

      Si bien quedará en manos de médicos que según nos dijeron, tienen experiencia en cirugías de riesgo, también sabemos que para ellos nuestro ángel más perfecto es un caso más en su rutina profesional. Harán lo que saben hacer, tendrán incluso cuidados compasivos.

      Pero no lo aman con todo su ser.

      Soportaremos horas de espera. ¿Cuántas horas serán? No hay respuesta.

      ¿Sabremos a cada minuto cómo va la operación? Responde un tajante NO. Sólo se nos informará médicamente al final de todo.

      ¿De qué vamos a valernos en las horas de espera?

      ¿Qué tenemos a mano para abrazar e implorar? Solo rezar.

      Lo hacen los agnósticos de la misma manera que los creyentes, en momentos como este.

      Todos gritan con todas las fuerzas de sus corazones dentro de sus pechos: ¡Dios!

      La puerta del quirófano se abre y una enfermera toma nuestras manos intentando abrirlas para soltar la de nuestro hijo.

      Dentro nuestro podrá estallar todo, pero debemos abrirla y dejarlo ir.

      Ahora sí, la puerta se cierra y comprendemos que jamás lo hemos abandonado tanto como en este instante. Ya nada, pero absolutamente nada, podemos hacer para evitarle ese combate que librará por seguir viviendo.

      Y ahora que solo nos queda Dios ¿Seremos escuchados?

      ¿Con qué objetivo, y peor aún, con qué final, nos habrá llevado Dios hasta ese día?

      ¿Encontraremos dentro nuestro alguna palabra o algún sentimiento tan poderoso que sensibilice el oído del mismísimo Dios y obre el milagro que nos quita la respiración?

      Hemos pasado un tiempo indefinido en ese trance de luchar por ser escuchados por Dios, cuando bruscamente las puertas del quirófano se abren y caemos violentamente, de nuevo, a la tierra.

      ¡Tenemos problemas y necesitamos la ayuda de ustedes, urgente!

      ¿Qué? ¿Cómo? ¿Qué podríamos hacer? ¡No sabemos absolutamente nada de medicina!

      ¡Vengan urgente, alguien tiene que ayudar al cirujano, no han venido asistentes, ni colegas suyos, no tenemos anestesista!

      A uno de nuestros familiares se le ocurre reclamar a los organismos de salud.

      ¡Qué delirio! Cada minuto vale el oro más preciado en la existencia ...

      Dilapidar un minuto es una verdadera aberración.

      Ya con guantes, camisolines, cofias y barbijos enfrentamos al cirujano, que quedó solo y preocupado, listos para recibir sus instrucciones. ¿Cómo lo ayudamos Doctor?

      Una amiga de la familia que vino con nosotros, tiene la osadía de decir: -Yo llamo ahora mismo a un abogado, intimemos ahora mismo al sanatorio-

      ¡Como se nota que no es su hijo el que pelea en esa camilla por su vida!

      ¡Y pensar que lleva largos años compartiendo todo con nosotros!

      ¡Doctor! ¡Díganos cómo lo ayudamos por favor!

      Se acabó la oportunidad de las opciones, porque las mismas opciones se extinguieron.

      Se esfumó algún minuto de reflexión, el espacio para que discutamos en familia cuál es el mejor camino, no existe más.

      Sólo actuar. Sólo accionar.

      Seremos autómatas recibiendo órdenes. El cirujano dirá y nuestras manos allí irán.

      Veremos sangre, de la más sagrada, -si todavía hace falta subrayarlo- y no sabemos cuánta. Veremos órganos fuera del cuerpo, pero no debemos osar desesperarnos o atormentarnos, estamos en un modo que no conocemos: somos una máquina que renunció a todo sentimiento. Paradójicamente, nos transformamos en eso, durante ese lapso, sólo por inmenso amor.

      ¿Cómo termina este tormento? No lo sabemos. Sólo haremos lo que debamos hacer sin pensar en nada.

      ¿Cómo termina este relato? No lo sabemos. Este autor no lo sabe.

      Sólo sabe una cosa.

      Se terminaron las discusiones filosóficas, las diferencias ideológicas, los colores partidarios.

      Se esfumaron los tiempos para opinólogos, para los críticos crónicos, para los ignorantes sociales.

      Intelectuales, pensadores y “resolvedores” planetarios de café, ¡háganse a un lado!

      No es para ustedes la batalla que viene, ni siquiera este trabajo.

      Tendremos, de hecho, la cláusula de devolución por insuficiencia de comprensión.

      La República que pone el sol cada mañana en la frente de nuestros hijos, de nuestros padres, y de nuestros amores, es quien agoniza en una camilla.

      La misma que de morir, también se llevará vidas de las que amamos. Le ha sucedido a cada país que ha sido consumido por el comunismo asesino.

      -Cuando las papas quemen, me rajo a España-

      -Cuando esto no dé para más, paso a Uruguay-

      -En el momento preciso, compro un vuelo al destino que todavía se pueda ir, y de ahí veré que hago-

      Pequeños pensamientos de todos.

      ¿No se detienen a pensar que lo mismo se les ocurrió a miles de venezolanos, en los últimos 10 años?

      Todos estamos convencidos de que “en el momento preciso” sabremos qué hacer.

      Creemos que sonará una alarma dentro de nuestra casa, o en el barrio, o dentro de nuestro edificio, creemos que a continuación una operadora nos solicitará amablemente comenzar a empacar valijas y se detendrá a detallarnos qué podemos y que no podremos llevar con nosotros.

      En


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