Todo por un balón de futbol. Jaime Hernán Cortés Torres

Todo por un balón de futbol - Jaime Hernán Cortés Torres


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pito es víctima de la presión. Paro el juego unos instantes por la agresividad de los asistentes. La situación es un naufragio. Reanudo el encuentro. Queda un minuto. Los Marmoleros centran por la derecha. Gol. El Línea levanta la bandera; sin embargo, yo señalo al centro y el final. Celebra la oriental. Golpean mi cabeza y caigo, luego patadas por todo mi cuerpo. Papá vivirá.

      Destinos inciertos

      Tercer lugar

      Gustavo Eduardo Green

      Transcurrían los minutos finales de un partido muy disputado entre los jubilados de la plaza “Libres del Sur”. A ritmo lento, pero con las mismas ganas de la juventud, los jugadores veteranos continuaban con la práctica del deporte que jamás habían abandonado.

      Todos aguardaban, en silencio, el envío de tiro libre de don Antenor, apenas dos cortos pasos le bastaron para el impulso. Todavía conservaba los destellos de un excelso jugador, su posición final luego del envío era de una gran belleza estética.

      Todas las miradas se posaron en la cancha palpitando la definición; pero el balón tardó mucho en llegar, en realidad el balón no llegó nunca a destino.

      Según don Celso habría quedado atascado en una de las ramas del frondoso jacarandá; para el viejo Ambrosio la pelota ingresó en la boca del obeso defensor contrario ubicado en la barrera; don Bernabé, en cambio, asegura que el balón se fue para atrás; a quien lo quiera escuchar don Severo manifiesta que lo vio cruzar la avenida “Mariscal Hermosillo”; los más fantasiosos afirman haberlo visto desintegrarse en pleno vuelo. Lo cierto es que no volvió a aparecer.

      En vista de la inminente definición del encuentro y para resolver tamaña situación embarazosa, el abuelo Lindor cruzó el empedrado rumbo a su casa, en busca de otro balón.

      Caen las hojas secas. Los abuelos, como adormecidos, esperan al compañero que no llega.

      Don Segundo cree haberlo visto entrar a una casa equivocada; para don Rodolfo no sería raro que el abuelo se hubiera quedado durmiendo la siesta; Ambrosio asegura que vio con claridad cómo Lindor entraba, de forma muy ajustada, en la boca del obeso defensor contrario ubicado en la barrera; don Celso -confusamente- afirma que don Lindor estaría atascado en el jacarandá; don Fermín está convencido de que este hombre -del que no recuerda el nombre- tiene serios problemas de memoria que le impedirán regresar al lugar.

      El tiempo pasa, las hojas secas caen en abundancia y se confunden con los ancianos cuerpos de los hombres que esperan.

      Golazo de mujer

      Primer lugar

      Isabel Cristina Tamayo Zapata

      Nos tratamos mal, es cierto. Nos insultamos. Tiré la puerta y salí. Llegué al estadio repleto de hinchas, me sacudí el agua. Me vestí en silencio, cogí el banderín y salté a la grama. Vi a las personas y sentí como si todas juntas fueran más terribles que mis pensamientos; el griterío me estaba dando ira. Pero tocaba ser profesional, poner atención al juego y a los fuera de lugar. Admito que le quería pegar un tiro, sí, no lo niego. No veía la hora de volver al apartamento y acabar con eso. Era obvio que se trataba de una infidelidad, estaba claro. Sin embargo, corrí como si nada pasara, sin levantar sospechas, la lluvia me caía en los ojos y no veía bien; gritaban que el balón estaba resbaladizo, difícil de controlar. No tuve que levantar mucho el banderín, entonces me puse a mirar a la gente agarrándose el pelo, se les notaba el desespero y creo que a mí la rabia. Mis guayos emparamados hacían burbujas, la gramilla estaba llena de charcos. Por fin el gol, el golazo de tiro libre de Olivia Andrade por encima de la barrera. El estadio que se caía. Celebraron en el banco y en la tribuna, demás que en la calle y en el vecindario. Pero a mí qué carajos me importaba. Luego del pitazo final me fui para el apartamento, con los puños como trueno, empujé la puerta y le puedo asegurar, señor juez, que mi esposo ya estaba estrangulado cuando yo entré.

      1948

      Segundo lugar

      Emmanuel Stiven Gil Gómez

      Desde muy pequeño mi padre y mi abuelo materno me habían mostrado las maravillas del fútbol, cada jueves íbamos al campo más cercano a patear el balón y cada domingo a la superfilme a ver a Jaime Cardona y Alfredo Castillo meter golazos desde la otra esquina de la cancha, tan majestuosos en la blanca tela de ese gran proyector, 1948, tan triste estaba el pueblo, tan ahogado, tan frustrado, tanta sangre cayendo por el desagüe en la carretera del país, ardía en llamas la capital. Veía siempre que la gente estaba tan furiosa, con insondables gritos daban inicio a la revolución, ondeando la bandera y, en ella, el rostro de un hombre cuyo nombre era Gaitán, no entendía el porqué de su fama, salía en todos los periódicos y revistas, con un gesto parecido al de mi padre cuando le molestaba la luz del incandescente sol. Pronto se acercaba mi cumpleaños número 10, y mis padres estaban aterrorizados por lo que ocurría, el silencio era perpetuo, tal vez no querían manchar mi inocencia, pero escuchaba con mis grandes orejas, lo que decían, “pronto va a estallar”, no comprendía el significado de sus palabras, pero, estalló, o a eso creo que se referían, el famoso que salía en los periódicos, había muerto, mientras en el boletín trimestral anunciaban el trágico suceso, la contraportada se decoraba con una buena noticia, se celebraría un primer campeonato oficial de fútbol en agosto. Escuché a mi padre decir que don Julio, el que vendía dulces y cigarros en una caja de madera, gritaba ansioso, que traerían a los mejores jugadores de América y que tan buenos eran que el mismísimo Alfredo Castillo visitaría el país, desde Argentina. Ese día, mi corazón iba tan rápido como mis ídolos tras el balón, deseaba con todas mis ansias verlos en el terreno, la gente estaba siempre llorando pero sin lágrimas en el rostro, en vez de eso, sus mejillas parecían arder de ira, su líder se había ido, como la brisa final en un diluvio. Se acercaban los días áureos, todos se preparaban para ver a los grandes ir tras el balón, el día quince del mes de agosto la dicha había llenado cada rincón de la ciudad. Se gritaba gol desde la tribuna y no solo desde ahí, se trepaban a los árboles y cercos para ver a los deportistas, mi momento de felicidad había llegado ver al gran ídolo Castillo, anotar 31 goles, tanta había sido mi dicha, lo recuerdo con tanta melancolía que casi tengo ganas de llorar. Santa Fe había sido campeón y, por primera vez, no se disputaba la política. 1948 brillaba ahora con luz propia, como los ojos de alegría de mi pueblo como el oro tan puro que adornaba las columnas del trofeo. Y el rojo que antes fue salpicado, ahora se había convertido en el rojo pasión que coloreaba la camiseta que llevaban puesta sus campeones.

      Gritos monumentales

      Tercer lugar

      Daniel Estupiñán Ramírez

      Siempre me ha llamado la atención el fútbol y especialmente el Club Atlético River Plate, “La banda cruzada”. Mis preferidos: “El burrito”, “El príncipe”, “El muñeco” y “Quinterito”.

      El 3 de junio del 2018 fue, quizás, el día más frustrante en mi vida porque me hospitalizaron y, días después, fui diagnosticado con leucemia. Vinieron varios meses de tratamientos, exámenes y diagnósticos. Mientras se preparaba el partido de ida de la final por la Copa Libertadores de América, vendida como una final histórica, el superclásico River Plate vs Boca Juniors, a mí me preparaban para hacerme el trasplante de médula ósea. El resultado fue bueno para ambos… un empate en el partido y una victoria para mi salud; ahora a esperar la vuelta…

      Fueron días oscuros para River y para mí. El partido fue cancelado por violencia alrededor del estadio. Las noticias, rumores y angustias se entrecruzaban. Mi diagnóstico no era el mejor, según el médico; el destino de la copa era incierto. Finalmente, hubo fecha y sede: se jugaría el 9 de diciembre en el mítico Santiago Bernabéu, ¡El teatro de La Castellana! Sin embargo, seguía en mi tortuoso tratamiento.

      Por


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