Acordes para un lamento. Manuel M. Represa Suevos

Acordes para un lamento - Manuel M. Represa Suevos


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Harris.

      —Bien, bien. Siento haberte hecho venir de forma tan precipitada, pero no tenemos mucho tiempo.

      —Se trata de Ebrahim Soltani supongo —Félix fue al grano.

      —Supones bien ¿Quieres tomar algo?

      —Un café solo sin azúcar por favor —contestó Félix.

      —Veo que no has dormido nada en el avión.

      —Así es —dijo Félix con expresión cansada.

      Harris llamó por el interfono a su secretaria y le pidió un par de cafés bien cargados.

      —Dime, tú eras amigo de Ebrahim. Trabajasteis juntos en la OTAN… —dijo Harris mientras se sentaba.

      —Sí. Tuvimos una excelente relación. Conocía su trabajo técnico, pero desde que se marchó a trabajar a Oriente medio he sabido muy poco de él.

      —¿Qué sabes de sus investigaciones?

      —Gran profesional. Entregado a su trabajo. Era una persona reservada. Hablaba poco de las cuestiones técnicas, pero donde de verdad nos entendíamos era en el campo de la música. Era un experto en música clásica y a mí siempre me ha apasionado. Me dio a leer alguna de sus composiciones.

      —Eres una caja de sorpresas Félix ¿de verdad sabes leer música? —preguntó Harris arqueando las cejas.

      —Un poco. Solo soy un aficionado. El profesor me enseñó mucho en ese campo.

      —¿Y qué sabes de su asesinato?

      —Poca cosa —dijo Félix con pesar—. Lo que ha salido en los periódicos. Hacía tiempo que no nos veíamos.

      Hubo una pausa. Félix y Harris se miraban.

      —¿…y qué sabes del Estado Islámico? —preguntó Harris a quemarropa.

      Félix frunció el ceño ¿que tenía el grupo terrorista que ver con el fallecido profesor? Harris continuó hablando.

      —Muchos estados del Golfo Pérsico han sido acusados de financiar al Estado Islámico. Pero nuestro departamento piensa que en esta guerra las cosas no son tan claras ni definidas como parecen. Siempre hemos pensado que el apoyo que el Estado Islámico recibía se circunscribía a Qatar y Arabia Saudita y era solo cuestión de dinero.

      —Creo que era obvio desde hace tiempo general —interrumpió Félix—. Pero sospecho que me va a decir algo más.

      —La verdad es un poco más compleja querido amigo —prosiguió Harris—. Sabemos que algunos acaudalados individuos del Golfo han financiado a grupos extremistas en Siria, muchos llevando bolsas de efectivo a Turquía, simplemente repartiendo millones de dólares cada vez. Esta era una práctica extremadamente común en 2012 y 2013, pero desde entonces ha disminuido y es un porcentaje mínimo del ingreso total de Estado Islámico.

      Harris hizo una breve pausa para saborear el café. Luego siguió explicando la situación a Félix.

      —¿Has oído hablar del jeque Abdulá Al Awadi?

      —¿Se refiere al millonario saudí al que siempre se le ha relacionado con la debilitada al Qaeda?

      —Veo que estás enterado. Efectivamente, nunca se encontraron pruebas concretas de que apoyara al grupo terrorista, pero sus negocios siempre fueron turbios como poco. Los servicios secretos llevaban mucho tiempo detrás de esta intrigante figura que últimamente había intentado blanquear su imagen haciendo grandes inversiones en ciencia y tecnología gracias al grupo Alyira. Un fondo de inversión muy poderoso de los Emiratos Árabes.

      —¿Y qué más dicen los servicios secretos?

      —Suponen que es una pieza fundamental, no solo del Estado Islámico, sino de muchos otros grupos terrorista. Abdulá es una especie de tecnócrata del terrorismo. Se vale de una serie de científicos de fama mundial para desarrollar tecnologías que puedan ser empleadas para amar a estos grupos.

      —¿Sugiere que el profesor Soltani había descubierto algo importante y Abdulá quería utilizarlo? —dedujo Félix.

      —Así es. En realidad, el profesor trabajó sin saberlo para Abdulá. Cuando el profesor lo descubrió dejó la compañía donde desarrollaba su labor inmediatamente. Creemos que Abdulá se enfureció porque el trabajo quedó a medias. Mandó seguir al profesor. Le hizo una vigilancia exhaustiva. Espió su trabajo cuando daba clases en la universidad, pero no pudo dar con la clave de sus investigaciones. Finalmente mandó un par de sicarios para sonsacarle información.

      —La cosa terminó mal para el viejo profesor —interrumpió Félix dejando su taza de café en la mesita.

      —Así es. Pero creemos que Abdulá tiene parte de la información que el profesor Soltani iba a pasarle a Dowson, nuestro hombre en Berna.

      —¿Y cuál es mi papel en todo esto?

      —Tú has trabajado en los sistemas de defensa del caza europeo, ¿no es así?

      —Sí, estuve trabajando en contramedidas pasivas. Pinturas que absorben radiaciones, señuelos y otras técnicas que hacen nuestros aviones sigilosos.

      —Félix, lo que te voy a contar ahora está considerado como alto secreto —dijo Harris con tono adusto—. Ebrahim trabajaba en una base de datos para identificar con un margen de error casi nulo cualquier avión en vuelo.

      —¿Cómo es eso posible? Tenemos técnicas para hacer que los aviones sean indetectables al radar.

      —Ya no Félix. El profesor desarrolló un algoritmo muy sofisticado que literalmente puede detectar cualquier avión, aunque este emplee esas tecnologías sigilosas que tan bien conoces.

      —Sé que el profesor estuvo trabajando en diversos aspectos del sistema defensivo de nuestros aviones. Pero no sabía que había dado con la clave para hacer detectables los aviones stealth.

      —Pues así es —dijo Harris con tono de profunda preocupación—. Cualquier avión en vuelo presente y futuro ya no será invisible a los sistemas de detección enemigos. De alguna manera son todos susceptibles de ser derribados por un misil que tuviera esa información en su base de datos. Esta técnica también podría utilizarse para detectar barcos de guerra, submarinos y otros vehículos…

      —¿Qué quiere que haga general? —contestó Harris inmediatamente al darse cuenta de la gravedad del asunto.

      —Quiero que averigües qué es lo que el profesor había descubierto. Para ello, necesitamos que trabajes para Abdulá y te hagas con el sistema de detección para aviones sigilosos.

      —¿Y cómo podré trabajar para el jeque?

      El general sacó de un cajón varias fotografías y se las enseñó a Félix.

      —Sabemos que Abdulá reside en los Emiratos Árabes. Es el CEO de una empresa de alta tecnología llamada Gulf Prime Electronics Ltd. Sabemos que está reclutando gente para proseguir con el trabajo del profesor. Tú tienes la cualificación y la experiencia. No te preocupes —prosiguió Harris con tono tranquilizador—, no estarás solo. Ya tenemos allí a una persona infiltrada que se pondrá en contacto contigo. Ella goza de buena reputación y ha hablado en tu favor para que seas aceptado como investigador asociado. Tus credenciales serán inmejorables.

      —¿Ella? —preguntó perplejo Félix.

      —Sí, es una mujer muy valiosa para nosotros. Especialmente para mí —dijo Harris con una sonrisa—, la he protegido desde que la conocí. Es casi como una hija. Contactará contigo cuando llegues allí y te dará más detalles.

      Llamaron a la puerta y la secretaria de Harris entró de nuevo, esta vez con abundante documentación que entregó al general.

      —Te hemos preparado todo lo necesario —dijo Harris entregándole varios papeles a Félix—. Tienes una cuenta abierta en el HSBC a tu nombre. Tarjetas de crédito, visado, tus credenciales y todo


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