Acordes para un lamento. Manuel M. Represa Suevos

Acordes para un lamento - Manuel M. Represa Suevos


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caso —dijo Harris con satisfacción.

      —Ya veo —dijo Félix ojeando los papeles—, …dossier del jeque, datos e informes sobre Gulf Prime Electronics Ltd. y todo lo relativo a la investigación policial del asesinato de mi viejo amigo, el profesor Soltani.

      —Estudia esos papeles y luego destrúyelos. Una cosa más. A partir de ahora tendrás que moverte solo por tu intuición. Hay muchas cosas que desconocemos sobre el lugar al que te diriges y la gente con la que tendrás que relacionarte. Habrá momentos en los que no tengas ayuda —dijo Harris entregando una tarjeta a Félix—. Este es mí número de teléfono personal. Mantenme informado. Puedes llamarme a cualquier hora.

      —Muchas gracias mi general.

      —Mucha suerte querido amigo.

      Ambos se estrecharon las manos.

      Capítulo III

       Nuestro hombre en Oriente Medio

      El vuelo de siete horas de duración desde Madrid dio tiempo a Félix para leer algo más sobre la empresa donde tendría que trabajar. Gulf Prime Electronics Ltd. había sido fundada en 2019 por el multimillonario jeque Al Awadi de origen saudí. Se creó inicialmente como una empresa de tecnología punta con la finalidad de avanzar en investigaciones electrónicas, empleo de superconductores y nuevos materiales recientemente descubiertos. La empresa formaba parte del grupo multinacional de inversión Alyira, propietario entre otras cosas del cinco por ciento de una conocida marca de automóviles deportivos de super lujo con presencia en la Fórmula Uno.

      Alyira era un grupo inversor muy activo y complejo, con múltiples ramificaciones. Félix había leído con atención el dossier que le había preparado Harris. El grupo Alyira había desplegado capital en diversas partes del globo, diferentes clases de activos y sectores en beneficio de los Emiratos Árabes Unidos. Estratégicamente, la cartera de sociedades incluía líderes industriales globales en sectores como la industria aeroespacial, la agroindustria, las TIC (tecnología de la Información y Comunicaciones), los semiconductores, los metales y minería, la tecnología farmacéutica y médica, las energías renovables y servicios públicos, y la gestión de diversos holdings financieros. Alyira también había invertido y forjado alianzas que abarcaban una amplia gama de iniciativas empresariales y áreas de cooperación conjunta con empresas líderes como Airbus, Boeing, SIEMENS, Rolls Royce y Statkraft.

      El jeque Al Awadi estaba muy bien posicionado. Formaba parte del consejo de dirección del grupo Alyira y sus opiniones solían tener mucho peso. En principio, todo era legal. El grupo, como cualquier otro grupo inversor, generaba una sensación de gran honestidad en sus actividades. Félix pensó que era la tapadera ideal para alguien sin escrúpulos. Gracias a los contactos del grupo Alyira con Sergey Semiónov, jefe de la legación rusa en Abu Dabi, Gulf Prime Electronics Ltd. había tenido acceso a los últimos minerales descubiertos en le península de Kamchatka. Sus laboratorios trataban ahora de sintetizar estos elementos para obtener en laboratorio las propiedades de los nuevos materiales, pero Félix sospechaba que los fines perseguidos por Al Awadi con estas investigaciones poco tenían que ver con las actividades legales del grupo Alyira.

      Después del aterrizaje, una limusina trasladó a Félix a la terminal del gigantesco y lujoso aeropuerto de Dubái. El aeropuerto se encuentra situado en el distrito de Al Garhoud, a cuatro kilómetros al sudeste de la ciudad, en pleno corazón de los Emiratos Árabes Unidos. Desde el momento en el que pisó la terminal, Félix se dio cuenta de que acababa de entrar en otro mundo. Allí todo es superlativo y desmesurado. En una de las terminales del aeropuerto, con su mercadillo de oro, se podía ver a hombres y mujeres entregados a una frenética actividad comercial. En el aire flotaba un aroma dulzón típico de los fuertes perfumes orientales que tanto gustan a los locales. El tránsito de viajeros con aspecto de altos directivos dejaba claro que aquella parte del mundo era un lugar esencial para los negocios y las transacciones de alto nivel.

      La policía comprobó la visa de Félix. Escanearon su iris con modernos y sofisticados aparatos antes de dejarle entrar. Félix comprobó que existía mucha seguridad en el país. Los trámites no fueron excesivamente burocráticos y pronto vio como el oficial de inmigración estampaba la fecha de entrada en su pasaporte. En la salida de la terminal Félix echó un vistazo con discreción y se percató de algo. Una figura corpulenta que parecía estar leyendo un periódico seguía todos sus movimientos. Félix se sabía vigilado y decidió desplazarse de forma natural hasta el área donde esperaban los chóferes y los taxis sin hacer nada que pudiera parecer extraño.

      —¿Félix Brun-Hoffman? —preguntó el conductor de la limusina.

      —El mismo —contestó Félix mientras se dirigía con el equipaje al maletero.

      —¿Le ayudo con el equipaje?

      —No hace falta —contestó Félix poniendo una maleta y su porta trajes dentro del maletero—. El maletín viaja conmigo. Listo, vámonos.

      El automóvil tomó la salida del aeropuerto. Desde ahí, por carretera, el chófer de la Gulf Prime Electronics trasladó a Félix hasta Al Ain, en mitad del desierto del mismo nombre. Al Ain forma un triángulo con la capital Abu Dabi y la vecina Dubái donde cada ciudad se ubica equidistante a una distancia de unos ciento cincuenta kilómetros de las otras dos.

      Llamó la atención a Félix, ver que estas tres ciudades están unidas por autopistas que cruzan el desierto y se encuentran totalmente iluminadas por farolas las veinticuatro horas del día. Estaba claro que el dinero no era un problema en aquel país. Durante el viaje, que duró algo más de una hora, Félix se dio cuenta de que les seguía de cerca otro coche.

      Pensó que se trataba del mismo individuo que vio en la terminal y decidió no preocuparse de momento. Intentó relajarse y disfrutar del paseo. Atardecía. Desde su ventanilla pudo ver palmeras y muchas dunas, también se cruzó con unos cuantos camellos. La carretera de cuatro carriles no tenía vallado en los laterales y era frecuente ver a locales pastorear estos animales e incluso cruzar la vía. Nada más llegar a Al Ain Félix se alojó en el espectacular Hotel Intercontinental que pagaba la empresa para los recién llegados. Hizo el check-in y subió a su habitación acompañado del mozo. La lujosa suite en el primer piso era grande y muy oriental. Tenía mesitas bajas, un par de divanes, farolillos y alfombras con motivos arabescos. La estancia estaba dividida en varios ambientes.

      El dormitorio era muy acogedor. También de estilo oriental, aunque equipado con todo el confort moderno. El botones le informó que la cena se servía a las siete y media. Félix deshizo el equipaje. Se aseó y después bajó la escalera. Atravesó un gran salón, salió a la terraza y subió un tramo de escalera que comunicaba con un espectacular comedor. Después de cenar tomó el café en la terraza. Se relajó un rato escuchando el sonido de una fuente cercana y después subió a su habitación.

      Había anochecido. Hacía mucho calor y en el ambiente flotaba un aroma peculiar, mezcla de flores olorosas y fragancias árabes. La paz y la belleza de aquel lugar eran asombrosas. Félix no quiso poner el aire acondicionado. Le gustaba la sensación de estar en un ambiente casi irreal. De pronto alguien llamó a su puerta rompiendo la armonía.

      —¿Quién es? —preguntó Félix sin abrir la puerta.

      —Dowson. El general Harris le habrá hablado de mí supongo.

      Félix entreabrió la puerta con la cadena echada y vio a un hombre corpulento impecablemente vestido y con un maletín. Por un momento dudó, pero cuando Dowson sonrió le dejó pasar.

      —El general no me dijo que también estaría usted aquí.

      —El general es muy cauteloso —dijo Dowson acomodándose sin ser invitado a hacerlo en el sofá de la suite—. Soy, por así decirlo, su ángel de la guarda.

      —Un fornido ángel de la guarda —replicó Félix con ironía—. Usted ha sido el que me ha estado siguiendo desde el aeropuerto —dedujo Félix.

      —Así


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