La tierra de la traición. Arantxa Comes
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Primera edición.
La tierra de la traición.
© 2020, Arantxa Comes.
© Onyx Literature SL.
www.onyxeditorial.com
© Corrección: Pablo Hernández.
© Ilustración de portada: Diego García.
© Ilustración mapa: Diego García.
© Maquetación digital: Gonnhe.
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Para Rolly, aunque siempre ha estado
Escapaste de un matadero, sin daño pero no sin cambio, y viste
la necesidad de libertad: no sólo para ti, sino para todos… Viste y,tras ver, te atreviste a hacer.
V de Vendetta, Alan Moore
LEYENDA
Distritos:
1. El Foco
2. Las Fuentes
3. El Horno
4. Las Cortes
5. Los Caminos
6. Los Llanos del norte
7. Los Llanos del sur
8. Zona Industrial del norte
9. Zona Industrial del sur
Ubicaciones:
A. Cementerio de Los Llanos del norte
B. Universidad Central
C. Casa Ilustre
D. Banco Único
E. Plaza del Experto
F. Escuela Argámica
Y, a pesar de aceptar todas las condiciones, no olvidaremos lo que provocamos. Que se perdieron muchas vidas. Que esas vidas pesarán en nuestra memoria y seremos nosotros quienes soportaremos la carga de las decisiones que tomamos y tomaron otros.
Este pacto de silencio enterrará la verdad y hará pervivir una versión diferente. Con ella, desgraciadamente, las muertes de nuestros amigos serán en vano.
Han convertido la argamea en un arma, pero nunca volverá a manchar de sangre nuestras manos. Ni las de nuestras familias.
El daño ya está hecho. El país entero ha perdido, aunque muchos crean que seguimos ostentando el máximo poder.
Prometemos un silencio perpetuo, a través de las generaciones, hasta el fin de los días.
Prometemos conservar esta tregua, esta alianza, esta nueva oportunidad, porque confesar ahora terminaría de derribar los pocos cimientos que quedan en pie. Ojalá ese futuro en el que nos deshacemos de la mentira esté próximo.
La prosperidad o, tal vez, la condena definitiva.
1
Honingal. Sureste de Brisea
A la familia Ederle siempre se la ha conocido por su curiosidad, excepto a Lior Ederle, quien, por primera vez en años, decide desenterrar ese impetuoso interés con el que halla la muerte.
Es un secreto sin fisuras que los miembros de esa familia han estado —o están— implicados en asuntos corruptos, tan turbios que, si fuera legal, los jueces habrían puesto un precio a sus cabezas. Por suerte para Lior, lo apartaron y él aceptó alejarse de la telaraña que podría enredarlo en un castigo con sabor a cenizas. A final.
Sobre su barca, cerca del puerto de Honingal, el chico permite que el sol le acaricie la piel morena y le seque los rizos que ni siquiera deshumedece en invierno, porque le gusta sentir cómo el agua recorre la piel de su cuello y le bordea la barbilla, lágrimas que nunca les brinda a aquellos que creyeron protegerlo si vivía en soledad.
La caña de pescar se tensa y se dobla, pero la mirada de Lior se ha perdido en el horizonte, clavada en el borrón gris que es la gigantesca y vieja estatua dedicada a Ithwel de la Valentía. Una de las cinco Nuestras Divinidades de la religión arastú a quienes ya nadie reza. Tal vez solo las familias que, tras siglos de devoción, todavía guardan la fe en unos seres que la Era Argámica desacreditó a golpe de ciencia.
Lior no piensa que ambas estén reñidas, si bien él dejó de creer en todo hace mucho tiempo. Incluso en sí mismo. Y debería haberse acogido a ese pensamiento con fuerza cuando, de pronto, el mar hace regresar sus ojos de miel a la marea, a ese incesante movimiento de espuma y sal que descubre una sombra.
—Estás viendo fantasmas, Lior. —Pese a que la caña insiste con otro tirón, es incapaz de apartar la mirada de eso que ha aparecido en la superficie del mar—. Da media vuelta… —masculla, la voz tan áspera que debe carraspear porque, de pronto, le duele la garganta.
Sin embargo, la irritación no la causan las palabras, sino esa sensación demasiado conocida: el peligro. Uno que no debería existir en Honingal, una ciudad pesquera que estrecha su tierra para convertirse en el cabo sureste del país de Brisea.
Eso se balancea al son de las olas y Lior siente tanta urgencia que corta el hilo de la caña con unas tijeras y la recoge. No debe acercarse a ese bulto. No debe hacer nada en unas aguas que muchos consideran malditas. Él pesca en ellas cada día, casi con una sonrisa de suficiencia por el temor de los ignorantes y crédulos, aunque hoy parecen aceptar su aterradora e impuesta fama.
No es un ser marino y al chico se le atraganta una suposición. Una que no desea averiguar si es veraz, por eso coge los remos y empuja en dirección contraria. A pesar de que el cielo está despejado, el agua se embravece y golpea las rocas de la costa acantilada como si avisara de que toda resistencia es inútil.
Lior intenta remar con más ímpetu, aun así, el mar se rebela de nuevo y lo impulsa hacia lo que ha emergido. Le gustaría ayudar, siempre lo hace, el vecindario lo considera una buena persona: colabora en la pesca, se ofrece en las labores del hogar y de construcción, jamás rechaza una cerveza… Pero Lior no es un héroe. Lior no es como su hermana, que enseguida se habría lanzado a las aguas mientras traza un plan que la conduciría, por enésima vez, al centro de unos problemas de los que luego le costaría caro escapar.
—¿Y si está vivo?
Si está vivo, la reticencia no podría excusarse con la venenosa curiosidad que casi parece un legado familiar, uno que vibra en las venas y trata de engañar a los pensamientos más sensatos. Y, si está muerto, entonces el mar engullirá una realidad que devastó al país hace ya treinta años. Al anochecer, de hecho, se conmemorará aquel incidente del año 146 de la Era Argámica, fatídico para unos y justo en silencio para otros.
—Es desgraciadamente irónico.
Irónico pero cierto. Y Lior acaba remando hacia al bulto. A medida que se acerca, la presión le tensa los músculos, el arrepentimiento crece. La intuición le suplica que dé media vuelta; la curiosidad, con la voz de su hermana, le grita que avance.
El pelo se le ha secado demasiado rápido, le pica la piel y el sudor viaja por su espalda, una advertencia amenazadora. Él no es así. Él es el vecino del que nadie se queja, porque, en realidad, nadie lo conoce. Ni siquiera su dichoso, condenado y verdadero apellido.