Un vaquero difícil. Erina Alcalá

Un vaquero difícil - Erina Alcalá


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desayunó y se compró otras dos maletas con ropa de invierno, botas, un buen abrigo, otro más tipo rancho, jerséis de lana, calcetines y pijamas, pantalones calentitos de pana y vaqueros, bufanda, guantes… se gastó en ropa casi mil dólares. No le faltaba de nada de ropa de invierno.

      Los llevó al hotel y preguntó si podía meter un coche en el parking y le dijeron que sí.

      Y fue a mirar coches… Era una delicia conducir un coche sin marchas. Eligió un Ford Kuga.

      Le encantó, porque era coche y todoterreno, pero fino, elegante y era grande. Lo eligió en color gris oscuro y pagó su primera gran pasta con su tarjeta, veinticinco mil dólares con todos los extras.

      Se fue encantada con un seguro que le regalaron por un año, aunque no sabía si iba a estar allí un año.

      De nuevo se fue al hotel y allí comió y cenó. Miró en internet donde estaba situado Stevensville, en el condado de Ravalli y encontrar el rancho Jones.

      Así que miró planos en internet. Casi cuatro horas de viaje, pero pondría en el coche el navegador y no tendría problemas.

      Al siguiente día, se levantó temprano se duchó, terminó de hacer las maletas, su maletín y bolso, y se marchó a pagar. Bajó todo en el ascensor al parking y metió en el maletero todo, menos su bolso. Puso el navegador y salió hacia su destino.

      Cuando llevaba una hora conduciendo tras salir de Helena, paró en una cafetería de carretera a desayunar y llenar el depósito de gasolina, ya que cuando compró el coche, tenía gasolina suficiente para un par de horas.

      El paisaje era maravilloso, pero fuera hacía frío, menos mal que se vistió para soportarlo. No quería saber el frío que haría en pleno invierno.

      Cuando por fin llegó al pueblo Stevensville, le encantó, con casas de madera a ambos lados de la carretera y casas en las afueras con un cierto encanto que había visto al entrar.

      Paró en una cafetería del centro y tomó otro café y allí preguntó por el rancho de Donald Jones, su padrastro.

      Debía seguir la misma dirección, salir del pueblo y como a cinco kilómetros girar a la derecha y a otros dos kilómetros más o menos vería el cartel del rancho. Le dio las gracias a la camarera y continuó.

      Conforme avanzaba, veía más vegetación y se acercaba a una zona que le dejaba ver a lo lejos, montañas de pinos en la lejanía.

      Por fin entró al rancho, estaba cansada y aún tuvo que conducir otros cuatrocientos metros por una carretera rodeada de árboles a ambos lados, preciosa, antes de llegar a la gran explanada que tenía el rancho.

      Una gran casa de madera enorme y lo que le extrañó era que había más de treinta coches aparcados a ambos lados de la casa, había gente en la puerta con copas bebiendo y habría más dentro. Quizá estaban celebrando algún evento o alguna fiesta.

      Se colocó el abrigo, tomó el bolso y de momento dejaría las maletas dentro del coche.

      Saludó a las personas que había fuera y que se le quedaron mirando, y cuchichean tras ella y entró en la gran casa. Avanzó entre la gente que hablaban y comían de platos y bebían de copas que había repartidas por las mesas y muebles.

      Divisó a una mujer con un delantal blanco que entraba en lo que parecía la cocina y fue tras ella.

      ―¡Hola!

      ―¡Hola, querida!, y ¿tú quién eres?

      ―Soy Emma, la hija de Marina, quizá me he equivocado, pero con tanta gente no la encuentro, además, hace años que no la veo.

      ―Por Dios, mi niña. Ven, siéntate. ―Y le hizo sentarse en una de las sillas que había en la cocina, mientras daba instrucciones a otras dos chicas jóvenes para que llevaran más comida a la sala.

      ―¿No te has enterado de nada?

      ―¿De qué debo enterarme? Llevo casi cuatro días de viaje desde España.

      ―Siento ser yo quien te dé la mala noticia, pero tu madre y el señor Donald tuvieron un accidente hace tres días y han muerto. Se han enterrado arriba en el cementerio esta mañana.

      Y ella murió de nuevo de repente. No había nadie con más mala suerte que ella con la familia, sus padres habían muerto con menos de un mes de diferencia. Y estaba a miles de kilómetros de su casa.

      ―¿Cómo? Pero…

      ―Sí, hija, te esperábamos antes, no después de la muerte de tu madre. Fue un accidente horrible.

      ―Lo siento, tuve que arreglar muchos documentos con la muerte de mi padre el mes pasado.

      ―Hija. Lo siento. En cuanto termine el sepelio y se vaya toda esta gente, te preparo tu habitación. Soy Nani y cuido la casa, toda la vida llevaba con tu madre y el señor Jones.

      ―¿Y su hijo? Tenía uno, ¿también ha muerto en el accidente?

      ―No, cariño, menos mal, se quedó en el rancho. Nunca se llevó bien con su padre. Cuando cumplió dieciocho años y terminó el instituto, se fue a trabajar a otro rancho a cien kilómetros de aquí. Hace tres meses, su padre lo llamó incesantemente e hicieron las paces y lleva tres meses trabajando en el rancho como capataz, tu padrastro se ocupaba de las cuentas y dejó el trabajo duro a su hijo Chris. Aún las cosas entre ellos no estaban bien del todo. Tenían distintas formas de trabajar. Después te lo presento. ¿Tienes hambre?

      ―Un poco, la verdad.

      ―Pues sal al salón y comes algo mientras esto termina. Luego sacamos tus maletas y te llevo a tu habitación, está preparada.

      ―Puedo irme al pueblo y volver a España. Ya no es necesario que me quede.

      ―No, cariño, tienes que quedarte hasta la lectura del testamento.

      ―¿Qué testamento?, si no tengo nada, nunca he estado aquí.

      ―Pero eres hija de Marina.

      ―Está bien, me vendrá bien descansar en un lugar así unos días antes de irme. No estaba unida a mi madre desde que me abandonó, esto lo hice por mi padre, pero si le soy sincera, Nani, me hubiera gustado conocerla al final.

      ―Era una mujer preciosa y maravillosa, encantadora. Una señora. Pero venga, ya tendremos más tiempo de hablar. ¡Emma, sal y come algo y conoce a algunas personas!

      Y Emma salió al salón y tomó un par de copas, más de cinco canapés y otros tantos bocadillos con apetito, sin ser consciente de que un hombre alto con ojos negros y pelo más negro aún, la observaba desde uno de los rincones de la sala, mientras hablaba con un par de hombres.

      ―Vamos, Chris ―le decía el notario—. El rancho era de tu padre y ella ya está avisada. No sé por qué no ha llegado ya. Marina la esperaba la semana pasada. Va a ser todo un golpe para su hija. La semana que viene vengo y abrimos el testamento. Estará aquí para entonces. O eso espero.

      ―No pienso darle un trozo de mi rancho. No va a venir una niñata busca fortunas a quedarse con lo que me pertenece. El rancho era de mi padre antes de que se trajera a Marina de España. Ella vino sin nada y ha sido la señora de la casa sin trabajar.

      ―Se hará la voluntad de tu padre, Chris. Además, tu padre no quiso que trabajara. Te cuidó de pequeño, no seas ingrato. Fue una madre para ti. Dejó a su hija y se preocupó de ti porque se enamoró de tu padre, y siempre te trató como a un hijo.

      ―¡Maldita sea!

      ―Venga, cálmate, hijo.

      Chris se separó del notario y siguió el rastro de esa pequeña morena con una cola alta, vaqueros y botas altas y un jersey negro. Era guapa, parecía despistada porque no hablaba con nadie, quizá era hija de alguno de los presentes.

      Se acercó a ella.

      ―¡Hola!, ¿aburrida?

      Y Emma miró atrás y hacia arriba.


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