Un vaquero difícil. Erina Alcalá
el acento.
―¿Y tú quién eres?
―El hijo de Donald, tu padrastro.
―Encantada, siento lo de tu padre.
―Y yo lo de tu madre. Y no te quiero aquí en mi casa ni en mi rancho ―le dijo acercándose a ella―. Si piensas que vas a quedarte con un trozo de mi tierra, vas lista. ―Y se alejó de ella.
―¡Será estúpido! ―dijo despacio.
Lo que tenía de guapo, sexy y atractivo, lo tenía de imbécil, pero no iba a irse hasta que se leyera el testamento, para fastidiarle la bienvenida que le había dado.
Según Nani, el notario quería que estuviera presente e iba a estar. A ella, nadie la ninguneaba. Claro que no quería nada de ese rancho, pero lo fastidiaría unos días.
Vio a Nani hablar con el notario, un tipo alto y delgado de unos cincuenta años y se acercó a ella con una sonrisa.
―¿Eres Emma, la hija de Marina?
―Sí señor.
―Soy Fergus, el notario, eres tan guapa como tu madre. No puedes irte hasta el jueves que venga y abramos el testamento. Estás en él desde hace muchos años.
―¿En serio?
―Sí, la verdad.
―Gracias, pero no quiero nada. Nada de esto me pertenece. Me lo ha dejado bien claro el hijo del señor Jones.
―Ese muchacho, Chris, es un chico difícil, siempre estuvo enfadado con su padre por la forma de llevar el rancho. Tuvieron sus discrepancias acerca de cómo dirigirlo y se fue. Ha vuelto hace tres meses tan solo. Ya veremos. No te preocupes. Siempre está enfadado. No sé por qué, porque con los muchachos se lleva bien y chicas no le faltan.
―Ya lo veo…
Y el notario rio ante el comentario de Emma.
―Bueno, bonita. Ya es hora de que me vaya. El jueves os espero a las once de la mañana.
―Está bien, me quedaré hasta entonces.
―Tienes que quedarte, no se puede abrir sin ti.
―Hasta el jueves, señor Fergus.
―Adiós, adiós.
En una hora y media todo el mundo había desaparecido, las chicas terminaban de limpiar y Nani le dijo que sacara sus maletas que la acompañaría a su habitación. Estaba cansada y Chris se ve que había desaparecido.
Subió las maletas y su maletín, y ocupó un dormitorio precioso y amplio. Con colores suaves, una cama enorme, televisión, música, una gran cómoda alta y dos mesitas de noche. Un escritorio y sillón frente a la ventana y en un rinconcito, un balancín con una mesa alta y pequeña y una lámpara de lectura.
El dormitorio tenía un vestidor amplio a la izquierda en un pasillo y un gran baño a la derecha que daba a la explanada, como la ventana y el escritorio.
El baño era maravilloso, tenía ducha y una bañera de patas, un estante para las toallas y lavabo tipo spa, con distintas canastitas para colocar el maquillaje y los enseres de aseo. En un lado tenía el lavabo y en el otro un gran espacio y un espejo que ocupaba todo el lavabo.
Maravilloso. Imaginaba a su madre preparándole esa habitación y se emocionó por todo lo que le había ocurrido ese último mes y en los anteriores.
Y con un poco de fortaleza, deshizo las maletas, colocó todo, planchó la ropa arrugada, con una plancha que había en el vestidor, se dio una ducha, se puso un chándal y unos calcetines, y miró un rato por la ventana.
Lo que vio del rancho era una preciosidad. Nunca había visto uno, pero se veía enorme, los caballos a lo lejos libres y salvajes, preciosos.
Se secó el pelo y se acostó en esa hermosa cama. Necesitaba dormir y descansar.
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