Vaticinio de amor. Christine Cross

Vaticinio de amor - Christine Cross


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con ellos?

      —Vosotros dos os uniréis a la XX Legión Valeria Victrix, al mando del gobernador de Britania y comandante en jefe Cneo Julio Agrícola. Le entregaréis las órdenes del emperador y un mensaje mío, y acataréis sus órdenes respecto a la muchacha.

      —¿Cuándo debemos partir? —preguntó Lucius.

      El tintineo de unas copas hizo que Marzius pospusiese su respuesta. Un sirviente asomó la cabeza por entre la cortina y el prefecto le hizo señas de que entrara. Obedeció y entró, seguido por otro esclavo que portaba una bandeja con copas y una jarra con vino que depositó sobre una mesa pequeña situada cerca de la mesa de piedra. El sirviente tomó la jarra y sirvió las copas, abandonando luego la estancia junto con el esclavo.

      Marzius tomó las copas y se las fue ofreciendo.

      —Mi mejor mulsum—indicó oliendo el contenido de la copa—, una mezcla fresca de vino y miel; la mejor bebida cuando se tiene el estómago vacío.

      —Veo que sigues manteniendo tus costumbres, padre.

      Marzius le devolvió la sonrisa a su hijo.

      —Así es. Ahora bien —continuó—, con respecto a cuándo debéis partir, mañana por la mañana deberéis presentaros ante el emperador. No sé exactamente qué quiere—comentó con un encogimiento de hombros—, probablemente transmitiros las órdenes en persona. Una vez que abandonéis el palacio imperial, tendréis tiempo para aprovisionaros con todo lo que necesitéis. Os entregaré una bolsa para costear los gastos del viaje. Una vez que tengáis todo listo, podréis partir.

      —¿La muchacha estará lista? —Quiso saber Marcus.

      Marzius asintió.

      —Lo estará.

      Quinto apuró su copa de un trago y se volvió hacia su amigo.

      —Tengo que regresar a la ciudad para darle a Flavia las noticias —le dijo despidiéndose de él y encaminándose hacia la entrada. Se detuvo y volvió su mirada a los dos jóvenes—. Os agradezco desde ahora la protección que brindaréis a mi hija, y confío en que haréis todo lo posible para mantenerla a salvo—manifestó. Luego se volvió hacia el prefecto que lo había acompañado para despedirse—. ¿Habrá posibilidad de que veamos a Lavinia antes de partir?

      —Mañana tendrá que comparecer también ella ante el emperador. Arreglaré las cosas para que podáis verla antes de eso. Creo que convendría que vosotros mismos le explicarais la situación antes de que se encuentre con Domiciano. Así se hallará preparada. No quisiera que la impresión le provocase un desvanecimiento en presencia del emperador.

      Quinto negó con la cabeza.

      —Lavinia no se desmayaría. Ella es fuerte. De todas formas, quiero que seamos nosotros quienes se lo contemos; somos su familia.

      Marzius asintió satisfecho.

      Marcus observó a Quinto mientras se despedía del prefecto y conversaban en voz baja. A pesar de su condición de senador, lamentaba la situación en la que se encontraba. Perder a una hija por una orden rayana en la locura, aunque proviniese del mismísimo emperador, ya constituía por sí mismo una injusticia; pero perderla por ofrecerla como tributo a los infieles paganos, especialmente si eran pictos, era una crueldad.

      Se preguntó cómo recibiría la muchacha la noticia. Probablemente se mostraría aterrorizada hasta el punto de la histeria, y no la culparía si se pasaba todo el viaje llorando, aunque no por eso lo toleraría; pero sí, la comprendería. En el fondo, ya la compadecía. ¿Qué clase de muchacha sería para que la sacrificasen de esa manera?

      Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz grave de Quinto.

      —Marcus, Lucius, hay una cosa que deberíais saber sobre Lavinia.

      —¿Sí, señor?

      Miles de opciones fueron sopesadas en la mente de Marcus en apenas unos segundos; una característica que lo hacía peligroso en el combate y un gran estratega. «Quizás la muchacha no sea más que una niña», pensó. A partir de los doce años las niñas entraban en la edad casadera y sus padres podían concertar alianzas matrimoniales ya a esa edad. Tal vez fuese asustadiza o débil, y le costaría demasiado realizar el viaje.

      Se encontraba preparado para cualquier cosa, menos para lo que escuchó.

      —Mi hija es sacerdotisa de Vesta.

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