¿Qué es un maestro espiritual?. Omraam Mikhaël Aïvanhov
al primer advenedizo que les engañe con falsas apariencias, presentándose como un Maestro, le seguirán. En realidad, un verdadero Maestro nunca os dirá que lo es, nunca; dejará que vosotros lo sintáis y lo comprendáis; no tiene prisa en ser reconocido. Por el contrario, un falso Maestro no tiene más que una idea: la de imponerse a los demás.
Acabo de recibir una carta de un hombre que se creyó capaz de ser un guía espiritual: me escribe para contarme sus dificultades y sus angustias. Evidentemente, debía esperárselo. ¿Por qué tenía que engañar a la gente pretendiendo guiarla, cuando él mismo no estaba preparado? ¿De quién había recibido la orden de asumir esta tarea? Pero así son los humanos; se creen capaces de guiar a los demás antes de haber adquirido las virtudes necesarias: la sabiduría, el amor, la pureza, la fuerza, el altruismo. No, cuando no se ha recibido la orden de un ser superior para asumir esta ardua tarea de guiar a los humanos, es muy peligroso desempeñar este papel.
Yo, bien quisiera ayudar a este hombre, porque veo que es muy desgraciado y ni siquiera sabe por qué. Se imaginó que bastaba con leer algunos libros de ciencias ocultas, e invocó las formidables energías del mundo invisible par utilizarlas sin haber aprendido jamás a entrar previamente, en armonía con ellas. Pues bien, estas fuerzas se vengan, diciendo: “¿Por qué intentas esclavizarnos para satisfacer tus caprichos? Eres débil, ignorante, no queremos someternos, mereces una buena lección…” ¡Cuántos pretendidos ocultistas no tienen ningún verdadero conocimiento de las leyes del mundo espiritual! Os lo digo: han leído algunos libros y, sin prepararse, quieren asombrar a algunos discípulos haciendo prodigios ante ellos. No, no es así como hay que hacerlo.
Para asumir la tarea de guía espiritual, es necesario haber recibido un diploma, ya que en el mundo espiritual también se reciben diplomas. Los diplomas que existen en el plano físico tienen su correspondencia en el plano espiritual, a cuya imagen el plano físico ha sido creado. Los espíritus luminosos que nos han enviado a la tierra nos observan, nos miden, y si ven que hemos hecho esfuerzos, que hemos logrado dominarnos y corregir algunos de nuestros defectos, nos dan el diploma. Y, ¿dónde está ese diploma? En todo caso, no se trata de un papel que puede ser anulado o destruido. Es como un sello que se imprime sobre nuestro rostro y sobre todo nuestro cuerpo, para mostrar que hemos conseguido victorias sobre nosotros mismos. Los humanos quizá no lo vean, pero todos los espíritus de la naturaleza, todos los espíritus luminosos lo ven desde lejos y, en consecuencia, nos obedecen, nos ayudan.
Sí, para tener derecho a ejecutar ciertas tareas en el plano espiritual, es preciso obtener, también, la aprobación de ciertos seres; y no creáis que es fácil. Muchos encuentran largos y difíciles los estudios que hay que hacer para obtener el título de maestro o de profesor. Pero eso no es nada, nada, al lado de las condiciones que debe reunir aquél que quiera enseñar a los discípulos las verdades de la Ciencia iniciática. Siempre me asombra comprobar la ignorancia y la ingenuidad de la gente ante esta cuestión: todos o casi todos se creen preparados para llevar el título de Maestro, y cuando se encuentran ante un verdadero Maestro, se imaginan que ha caído del Cielo así, ya perfecto, sin haber hecho el más mínimo esfuerzo.
No, no encontraréis ninguna criatura que haya venido perfecta a la tierra. Cada uno tiene su debilidad, la muestre o la esconda, e incluso varias. Hasta los grandes Iniciados tienen al menos una debilidad: el miedo, el orgullo, la avaricia o la sensualidad. Pero la superioridad de un Iniciado estriba en que, ante todo, es consciente de su debilidad, y en que, además, emplea todos los medios para triunfar sobre ella.
Cualesquiera que sea la elevación de su espíritu, en la medida en que un ser viene a encarnarse a la tierra, sus padres le transmiten en herencia una materia más o menos defectuosa que él debe transformar, lo que consigue hacer gracias a sus otras cualidades y virtudes. Y cuando lo ha logrado, se ha vuelto aún más grande porque ha conseguido transformar una materia bruta en materia elaborada de la que puede servirse para su trabajo. En los Iniciados se descubre, pues, verdaderamente, el poder del espíritu, ya que llegan a dominarlo todo, mientras que la mayoría de los humanos arrastran durante toda su vida unos defectos que no pueden vencer.
Desde luego, hay que saber que un Iniciado viene a la tierra trayendo consigo aquellas cualidades sobre las que trabajó en las precedentes encarnaciones; gracias a ellas se aparta instintivamente del mal camino y se dirige, por el contrario, hacia las actividades constructivas y luminosas. Aunque no se acuerde de nada, es empujado, sin saberlo, a caminar en la misma dirección que en el pasado. Por mi parte, no tuve, durante mucho tiempo, recuerdo alguno de mis anteriores encarnaciones, pero vine a esta vida con unas huellas que me empujaban en una dirección determinada.
Bien sé que a muchos de vosotros os extrañará y os chocará el oír que ni siquiera un gran Maestro viene a esta tierra perfecto. Y que los cristianos me perdonen si digo que ni el mismo Jesús nació perfecto: también él tuvo que instruirse y hacer un gran trabajo de purificación antes de recibir el Espíritu Santo a la edad de treinta años. Desgraciadamente, los Evangelios no dicen lo que hizo durante el período comprendido entre los doce y los treinta años. Todo ser que viene al mundo recibe obligatoriamente, para formar su cuerpo, unas partículas deterioradas, debilitadas, que debe purificar, ordenar y armonizar. Hay que comprender lo que es esta materia que ha permanecido a través de los siglos pasando de generación en generación. ¿Cómo podría llegar intacta y pura? Incluso un Iniciado que nazca de unos padres excepcionales debe realizar un trabajo sobre su cuerpo físico hasta que éste llegue a ser un instrumento perfecto de su espíritu. Quizá este Iniciado esté predestinado a traer una nueva religión, pero también él tendrá que liberar a su espíritu del dominio de la materia y transformar esta materia, espiritualizarla, sublimarla, y el Cielo medirá su grandeza en función del tiempo que haya tardado en lograrlo.
Ni siquiera Jesús pudo manifestar de inmediato el poder de su espíritu. Primero tuvo que estudiar, que ejercitarse, y al fin, a sus treinta años, hizo maravillas. La existencia de todos los Maestros espirituales ha empezado con un largo período en el que lo ignoraban todo acerca de su misión. Aún cuando durante su juventud recibían algunas revelaciones del mundo divino, no tenían ninguna conciencia de su grandeza. Ya sé que muchos se negarán a creer una cosa como ésta: para ellos, un Iniciado llega a la tierra siendo omnisciente y todopoderoso. ¡No! Y hasta algunos tenían debilidades físicas y psíquicas que nunca pudieron superar. Sería demasiado largo entrar en detalles, pero si lo hiciéramos, nos encontraríamos con cosas extremadamente interesantes.
Y yo, ¿creéis que desde niño he sido como ahora? No, yo también he tenido que hacer, durante años y años, un trabajo sobre mi propia materia; y nada hay más difícil. El alma y el espíritu son de esencia divina; se conocen y se manifiestan como tales en el mundo que es el suyo propio, pero es necesario que se conozcan y que se manifiesten también a través de la materia, a través del cuerpo físico. Este es el mayor misterio de la existencia que está simbolizado por la imagen de la serpiente que se muerde la cola. La cabeza de la serpiente, es decir, el espíritu, el Yo superior, debe manifestarse a través de la cola, de la materia, del yo inferior. El espíritu que está arriba, que es omnisciente y todopoderoso, debe poder mirarse en la materia como en un espejo. Esta es la meta de la Iniciación: llegar a transformar la materia para que ésta pueda devolver al espíritu su propia imagen.
Siempre volvemos, pues, a este trabajo que hay que realizar sobre la materia: ésta es nuestra verdadera misión en esta tierra. Por eso no hay que imaginarse que la vida es fácil para los grandes Maestros. Al contrario, son ellos los que encuentran los mayores obstáculos. Puesto que poseen los medios para hacer este trabajo y la voluntad de hacerlo, a ellos se les confía la más pesada tarea, dentro y fuera de sí mismos, y gracias e estas dificultades se hacen aún más grandes. Sí, gracias a estas dificultades.
La grandeza de un Iniciado, de un Maestro, es que viene a la tierra expuesto a las mismas pruebas que otro cualquiera, pero consigue poco a poco elevarse por encima de ellas. Por eso tiene después el derecho de instruir a los demás, y hasta de zarandearles. Puesto que ha conseguido triunfar de sus debilidades, ha adquirido el derecho de guiar a los humanos. Por otra parte, sólo quien cumple esta condición tiene derecho a abrir la boca para instruir a los demás. Si él mismo no se ha desembarazado de los defectos que quiere corregir, es mejor que se calle, si no, la gente sentirá que hay en él algo sospechoso, y las circunstancias