¿Qué es un maestro espiritual?. Omraam Mikhaël Aïvanhov
victoria sobre vuestras debilidades da los verdaderos poderes y estos poderes se manifestarán tarde o temprano a través de vuestros ojos, de vuestros gestos, de vuestro rostro, de vuestra voz. Sí, se manifestarán, aunque queráis esconderlos.
Un Maestro que durante milenios ha trabajado para vencer en él todas las pasiones humanas y para atraer las virtudes del Cielo, emana unos elementos de los que pueden beneficiarse los que le rodean. Y ésta es la utilidad de frecuentar a un Maestro: escuchándole, viviendo cerca de él, sus discípulos reciben algunas partículas de su vida que les permitirán evolucionar mucho más rápidamente. Si no, ¿para qué creéis que puede serviros un Maestro? No se ocupa de daros riquezas, ni posición social, ni mujeres; su preocupación es la de daros elementos de una naturaleza superior que vibran en armonía con el Cielo, y si vosotros podéis recibir estos elementos, si podéis conservarlos y hasta amplificarlos, con el tiempo, sentiréis que vuestros pensamientos, vuestros sentimientos, e incluso vuestra salud, todo mejora. Cerca de un verdadero Maestro, no podéis encontrar más que bendiciones.
II
LA NECESIDAD DE UN GUÍA ESPIRITUAL
Queréis aprender a tocar el violín: os compráis un instrumento y cuadernos de ejercicios, y empezáis a tocar. Durante algunos días tocáis una hora o dos, pero poco tiempo después perdéis vuestro ardor y lo abandonáis. Una semana más tarde volvéis de nuevo a tomar el violín, después, lo abandonáis, de nuevo... Y así pasa el tiempo, con alternancias de actividad y de pereza, caprichosamente. Por el contrario, si tenéis un profesor, deseáis su aprobación, su estima, y trabajáis asiduamente a fin de estar preparados para el día de la lección. El profesor corrige vuestros errores, os da ánimos, y así es como, bajo su dirección, un día os convertís en virtuosos. Nunca se ha oído decir que un gran músico haya llegado a la cumbre de su arte sin un profesor.
Lo mismo sucede en el campo espiritual. Si no tenéis un Maestro, os será muy difícil perseverar. Pensáis que sería positivo para vosotros meditar, hacer esfuerzos para mejorar, pero muy pronto os dejáis llevar por vuestros viejos hábitos... Unos meses más tarde, os acordáis de vuestras buenas intenciones y de nuevo hacéis algunos esfuerzos... hasta el día en que volvéis a caer definitivamente en la inercia. Mientras que con un Maestro os sentís continuamente estimulados; él tira de vosotros sin cesar, con sus palabras, con su ejemplo. Y luego incide también en vuestros sentimientos, y porque le amáis, porque le admiráis, os sentís empujados a trabajar para transformaros.
Desde luego, eso no impedirá que caigáis nuevamente en vuestros errores, pero en cada ocasión volveréis a tomar buenas resoluciones, y, un día, la fuerza producida por estas resoluciones será la que predomine. Lo más grave no es volver a caer en los errores, sino abandonar la esperanza de triunfar de los mismos y no hacer más esfuerzos para corregirse. Hay que conocer el poder de una decisión. Desde el día en que, porque su Maestro le ha mostrado los peligros del camino que está siguiendo, un hombre decide sinceramente cambiar, esta decisión se inscribe dentro de él y le sitúa en un nuevo punto de partida. Aunque aún no lo vea, lo que se ha inscrito, un día dará resultados. Esta es la utilidad de un Maestro.
Pero lo que sobre todo quisiera haceros comprender es que, dada la naturaleza del mundo espiritual, vale más no penetrar en él que hacerlo sin guía, como algunos han hecho para su desgracia. Han comprado libros en los que se exponen técnicas de concentración, de meditación o de respiración, y helos ahí que se lanzan a unos ejercicios que acaban por trastornarles física y psíquicamente. A esos, ¡más les hubiera valido ser menos perseverantes!
Siempre me asombro al constatar que personas a las que nunca se les ocurriría hacer la ascensión de una montaña sin guía, se lanzan sin más, completamente solos, a la exploración del mundo psíquico con peligros mucho mayores de extraviarse, de caer en simas o de ser sepultados por avalanchas. Ahí, es extraordinario, ¡se las arreglarán solos! Sí, y por eso hay tantos trastornados entre los pretendidos espiritualistas. Se lanzaron sin más, y se perdieron.
Ninguno de estos percances se produciría si los espiritualistas hubiesen comprendido desde el principio una cosa esencial: que hay que prepararse a trabajar practicando ciertas cualidades y virtudes: el amor, la dulzura, la pureza, la sumisión al mundo divino... porque en este campo la voluntad no basta.
El error de muchos espiritualistas es el de no saber dar a su actividad una base sólida. Se lanzan irreflexivamente, sin ninguna preparación, pensando que basta con desearlo para que el mundo invisible se les revele, para que los ángeles vengan a servirles y todos los poderes caigan en sus manos. No, desgraciadamente no es así. El verdadero espiritualista se pasa veinte o treinta años preparándose bajo la dirección de un Maestro, y después, en muy poco tiempo, obtiene todo lo que desea. La preparación es larga en el campo espiritual. Pero los hombres no se preparan, continúan manteniendo en su fuero interno cualquier pensamiento, cualquier suciedad o injusticia. De vez en cuando, naturalmente, meditan un poco, y, aparentemente, eso les basta. A ellos, quizá sí, pero, en realidad, eso no basta. Porque se precisan unas condiciones previas, incluso para meditar.
Actualmente, la meditación está de moda, y cada vez hay más gente que dice realizarla. Pero esta meditación no aporta nada, ya que no se puede meditar directamente, sin preparación, ¿Cómo queréis hacer meditar a alguien que nunca ha tenido un alto ideal, que nunca ha renunciado a sus caprichos, desenfrenos, placeres, deseos, ni al vino, ni al tabaco? ¡Dice que medita! Pero, ¿en qué? En el dinero, en el poder, en cómo seducir a un hombre o a una mujer. ¿Cómo podría meditar en temas celestiales si no tiene ningún alto ideal que le aparte de la vida ordinaria, animal, para conducirle hasta el Cielo? Es imposible que alguien medite antes de haber vencido ciertas debilidades y comprendido ciertas verdades, y no solamente no puede, sino que hasta es peligroso para él intentarlo.
Porque la parte más notable del trabajo interior es que ningún ejercicio del pensamiento se queda sin resultados. Siempre hay resultados. Sin embargo, estos resultados son, a veces, deplorables. ¿Por qué? Porque el hombre ha removido los elementos de su mundo interior sin purificarlos ni organizarlos. Ha agitado todo lo brumoso y crepuscular; se ha quedado en las ciénagas del plano astral y no ha sabido elevarse más alto para encontrar la luz del plano mental. La cuestión es, pues, encontrar a un Maestro que os dé los mejores métodos de trabajo para avanzar en la vida espiritual... Los mejores, es decir, los menos peligrosos, los más eficaces; quizá largos, pero los más duraderos. La desgracia está en que los hombres tienen prisa, no tienen tiempo, ni paciencia, ni confianza para comprometerse en una vía luminosa, más lenta, evidentemente, pero más segura. Tienen prisa, quieren convertirse de golpe en médiums, en magos, en clarividentes, lo mismo que uno se hace pedicuro, y en cuanto obtienen algún resultado, lo pregonan. Así es como inducen a error a mucha gente, porque la masa, que no tiene criterio, se lo traga todo.
Lo esencial no es ser inteligente, rico, poderoso; lo esencial es estar bien guiado, porque así estáis seguros de triunfar. Mientras que si no estáis bien guiados, aunque poseáis toda clase de cualidades: poder, inteligencia, bondad, etc., siempre corréis el riesgo de romperos la crisma en cualquier parte.
III
¡NO JUGUÉIS A SER APRENDICES DE BRUJO!
Jesús decía: “No echéis perlas a los puercos…” Estas perlas, son las grandes verdades iniciáticas: no todos los humanos están preparados para aceptarlas, y si se las presentáis, no sólo no las apreciarán, sino que vendrán a destrozaros. Es arriesgado, pues, revelar las verdades espirituales a aquellos que no están preparados para recibirlas. Todos los Iniciados y los grandes Maestros se han visto obligados a reflexionar sobre las consecuencias de las revelaciones que querían hacer a los humanos, ya que si bien una verdad puede dar la iluminación a algunos, también puede provocar peligrosas fermentaciones en la mayoría.
La quintaesencia de las Iniciaciones antiguas estaba contenida en estas cuatro palabras: saber, querer, osar, callarse. ¿Y por qué callarse? Pues bien, precisamente, porque los descubrimientos hechos gracias a las tres actividades precedentes: saber, querer y osar, son de una naturaleza tal, de un poder tal, que es muy peligroso revelarlos a los que no están preparados para recibirlos o a los que tienen malas intenciones. Sí, callarse muestra la importancia inconmensurable de este saber,