¿Qué es un maestro espiritual?. Omraam Mikhaël Aïvanhov
podría servir para su salvación no sirva más que para su ruina. Mirad cuántos investigadores han lamentado haber revelado los descubrimientos que habían hecho, ¡porque fueron inmediatamente utilizados con un fin destructivo! En el futuro, esto será diferente, y se dirá: “Saber, querer, osar y... ¡hablar! Como los hombres estarán más evolucionados, se les podrán hacer las más grandes revelaciones porque producirán en ellos unos efectos magníficos. Pero mientras tanto, hay que callar y seguir el consejo de Jesús de no echar perlas a los puercos.
Diréis: “Pero, ¡no se puede dejar a la gente ir a tientas en la oscuridad!” Claro, pero hay que saber que todos los secretos de la Ciencia iniciática pueden convertirse en armas muy peligrosas en las manos de hombres egoístas, interesados, crueles, que sólo se servirán de ellos para su interés y a costa de los demás. Porque mirad cómo suceden las cosas: al editarse actualmente muchas obras que revelan el poder del pensamiento (cómo influir en los hombres, desplazar los objetos, etc.) se están formando, según parece, equipos que se ejercitan en este terreno para poder, por ejemplo, influir en los atletas durante los juegos olímpicos, y hacer así que unos ganen y otros pierdan. Pues bien, esto no es otra cosa que magia negra. No tenemos derecho a servirnos del poder del pensamiento para una finalidad como esa.
En cuanto aparecen nuevos descubrimientos, siempre hay todo tipo de gente, sin moral ni conciencia, que quiere aprovecharse de ellos para imponerse a los demás y aplastarles. Siempre es esta naturaleza prehistórica la que se manifiesta en el hombre para incitarle a utilizar los medios que caen en sus manos para asegurar su superioridad. El hombre no está, en principio, inspirado para hacer el bien, sino el mal. Por eso no me hago ilusiones: la curiosidad y el interés que muestran actualmente los humanos por las ciencias ocultas no significa ningún progreso en el camino de la espiritualidad. Al contrario, incluso para muchos se trata de una caída en la magia negra.
Recibí, hace algún tiempo, la visita de un muchacho de unos treinta años que quería que yo le liberase de un hechizo. Una mujer, según parece, mucho mayor que él, le había hechizado; ninguna de las personas a las que había ido a ver había logrado hacer nada por él, y le habían aconsejado dirigirse a mí... Empecé por hacerle algunas preguntas sobre sus actividades, sobre sus estudios, y me respondió que era alquimista, que lo conocía todo, que ya no tenía nada que aprender y que hasta había encontrado la piedra filosofal. Me enseñó, en efecto, un pequeño polvo negro que tenía dentro de un tarro negro. Puesto que la piedra filosofal es roja, le pregunté: “¡Qué es eso? – ¡Oh!, me respondió, puede volverse un poco roja…” Yo estaba atónito ante tanta inconsciencia y le dije: “Escuche, si verdaderamente hubiese encontrado la piedra filosofal no estaría en el estado en que está, buscando a alguien que le libere de su hechizo. En realidad, usted no tiene ningún verdadero saber, se ha sumergido en unos libros que no comprende, ha querido jugar con el fuego, y ahí tiene ahora el resultado…”
¡Cuántas personas he encontrado en París que sólo se interesaban por las ciencias ocultas! Estaban orgullosos de pasar por astrólogos, alquimistas, cabalistas, sin darse cuenta de que su existencia y todo su ser eran un caos espantoso. Por eso, tengo que dar un consejo a todo el mundo: ¡que dejen en paz las ciencias ocultas! En la vida cotidiana es donde hay que mostrar el saber, y éste sólo se manifiesta en la actitud, en el comportamiento. La verdadera ciencia consiste en dominarse, en liberarse de ciertas debilidades para dejar de ser eternamente presa de las disensiones interiores.
Si hubieras visto a este muchacho, sus ojos, su mirada, su rostro... ¡me dio lástima! Pero no podía hacer nada por él. Cuando un ser no ha decidido esforzarse por sí mismo, no le sirve de nada que otro, aunque sea el Maestro más grande, trate de liberarlo. Es lo que le dije. Y también le expliqué: “Ud. dice que está hechizado para justificar el estado en que se encuentra. No, es Ud. mismo quien se ha puesto en esta situación lamentable porque ama el universo caótico en el que se ha sumergido. Ahora sólo Ud. puede conseguir salir del apuro; la única cosa que yo puedo hacer es darle una filosofía que le ayudará: la encontrará en mis libros; léalos, reflexione, y cuando lo vea más claro, vuelva a verme. Porque ahora no serviría de nada que continuásemos hablando…”
Algunos encontrarán cruel mi actitud. No. Es él quien debe decidirse, ante todo, a poner orden en sí mismo. Un Maestro no está aquí para consagrar su tiempo y sus fuerzas a personas que, habiendo decidido que eran unos grandes Iniciados, llevan una vida desordenada y no quieren hacer ningún trabajo interior de armonización, de purificación. Estas personas son las primeras víctimas de su orientación y de las entidades maléficas que han atraído de esta manera. Hay millones así en el mundo, y entonces, ¿qué va a suceder si vienen todos aquí porque han oído decir que hay alguien que les va a liberar sin que ellos tengan que hacer el más mínimo esfuerzo? ¡Bonfin no debe ser un hospital psiquiátrico! Mi trabajo no es el de ocuparme de los enfermos mentales. Hay otros que pueden hacerlo y, de hecho, lo hacen.
Ahora, a propósito de este muchacho, quisiera insistir, sobre todo, en los peligros que presenta para la mayoría de la gente una práctica prematura de las ciencias ocultas. Más tarde, pienso que podremos crear aquí secciones especializadas y cada cual escogerá la disciplina por la que se sienta más atraído: la alquimia, la magia, la astrología, o bien la clarividencia, la mediumnidad, el magnetismo, etc. Pero aún no ha llegado el momento. Porque antes de sumergirse en estos conocimientos, hay que empezar por aprender a alimentarse, a respirar, a amar, a pensar, a obrar, y después vendrá la ciencia, una ciencia inmensa, infinita. Lo más importante es saber vivir correctamente para reforzarse. Hasta el saber es peligroso si no se han desarrollado ciertas cualidades que permitan hacer de él un buen uso. Alguien quisiera, por ejemplo, conocer sus vidas anteriores. Desde luego, eso podría ayudarle a comprender ciertos acontecimientos de su vida actual; pero si fuese verdaderamente útil acordarse de las encarnaciones pasadas, la Inteligencia de la naturaleza no habría dejado un velo en la memoria de los humanos. Si no fuese necesario no habría dejado este velo, y todo el mundo se acordaría. ¿Queréis saber lo que ocurriría si, en el estado actual de cosas, los humanos se acordasen de sus vidas anteriores? Como no han trabajado las cualidades de misericordia, de indulgencia, de generosidad, cuando alguien descubriese que fulano o zutano le hizo daño, le robó, o incluso le asesinó, ¡veríais cómo se enredarían las cosas! De nuevo habría interminables luchas. Mientras que si no se acuerda de nada, si no sabe que el que fue su peor enemigo en otra encarnación es ahora un miembro de su familia – lo cual ocurre a menudo – todo va bien, y esta ignorancia permite que liquiden más fácilmente sus asuntos.
Con frecuencia, el saber es peligroso. El único saber verdaderamente útil para vosotros es aquel que os descubre las leyes de la vida sin presentaros al mismo tiempo otras tentaciones que amenacen vuestra evolución. Muchos quisieran ser clarividentes, pero la clarividencia es la más terrible de las facultades si la habéis desarrollado prematuramente, porque no veis más que las realidades horribles, aterradoras del mundo astral, y sufrís, e incluso pedís al Señor que os libere de este don. Mientras no estéis lo suficientemente desarrollados como para ser capaces de elevaros muy alto, hasta la contemplación del mundo divino, seréis unas pobres víctimas. Porque es terrible echar una mirada sobre todo lo que se trama en el corazón y en la cabeza de los humanos. No basta con “ver”, hay que ser capaz de resistir lo que se ve. Hay que reforzarse, purificarse; sólo con esta condición podréis desarrollar la clarividencia sin correr riesgos, y entonces tendréis poder, incluso sobre los malos espíritus.
Sé que muchos se preguntan por qué no insisto más en la práctica de las ciencias ocultas y querrían que lo hiciese. No se dan cuenta que desean cosas que no son demasiado útiles o que pueden incluso ser nocivas para ellos. Que tengan confianza en mí y que me dejen hacer; tengo un programa y todo se desarrollará de acuerdo con este programa. Los humanos son como niños, siempre les atrae aquello que va a herirles o enfermarles. Bajo la influencia de un libro, uno decide lanzarse a tal o cual experiencia, sin saber que las ciencias ocultas son un terreno peligroso, muy peligroso. Para estar al abrigo de los peligros, hay que estar guiado por entidades muy elevadas, y estas entidades no aceptan guiaros más que cuando ven que habéis hecho un trabajo interior de purificación, y que sois desinteresados. No se ocupan del primer idiota o codicioso que quiera utilizar las fuerzas del mundo invisible para satisfacer sus caprichos.
La mayoría de personas