Cuaderno de Emaús. Luis de Lezama
31
CRISTO
Si Cristo hubiera muerto vestido
en vez de desnudo,
habría sido menos atractivo.
Si Cristo hubiera esperado a los setenta años
para convertirse en víctima,
habría perdido fuerza su mensaje.
Si Cristo hubiera sido minusválido,
su imagen no habría sido simpática.
Si Cristo no hubiera tenido talante
de aventurero, habría construido una casa,
educado una familia, mantenido un negocio,
programado un desarrollo económico, difícilmente
habría resistido nuestras críticas.
¿Por qué Cristo eligió lo contrario de la
mayoría de los hombres?
¿Por qué los demás, esa inmensa mayoría,
no puede morir desnudo, ser joven,
aventurero y bohemio, desinteresado?
CRISTO es para mí ALGUIEN
que está aquí y ahora mismo.
Con rostro de persona.
con palabras de mi lenguaje, como hombre de mi tiempo,
como continuidad de su presencia en la tierra,
de su nacimiento un día en Belén.
Es un cliente de mi tienda.
Es un trabajador de mi empresa.
Es un compañero de mi vida.
Es el muchacho de Nuevo Futuro
al que yo acojo y recibo en mi casa.
Es el drogadicto que pide el milagro:
«Señor, si tú quieres, quedare limpio»
de esta nueva lepra de nuestro tiempo.
Es la mujer que ayer en esa misma silla
me confesó sus problemas matrimoniales
con un compañero sacerdote.
Es un socialista que reza
y un cristiano «de siempre» metido en la rutina
que está harto de esta Iglesia que critica.
Es un hombre de actualidad permanente
con el que me entiendo,
tengo audiencia cuando quiero
y al que entrevisto todos los días
para saber qué hacer,
qué decir,
qué pensar.
Y someter a su criterio toda mi vida.
Me encuentro cómodo con un Dios que es hombre.
No sé por qué se empeñan tantos curas en demostrarnos que es Dios
con teologías baratas que apenas hacen falta,
porque sobra y basta su PALABRA.
32
LA BICICLETA DE MI VIDA
Dedícame, Señor, el conjugar los verbos complicados,
en presente y en futuro.
Que el verbo amar lo tengo ya muy desgastado.
Dedícame, Señor, el verbo querer,
que quiero, pero no cuenta.
Sí, todo se me hace complicado.
Dedícame el verbo suplicar,
que soy un quejica suplicando,
y lo debo hacer con dignidad,
como si estuviera rezando.
Dedícame el verbo perdonar,
pues no sabes cómo cuesta hacerlo presente
y futuro a los demás
y lo a gusto que me siento perdonando.
Dedícame el verbo silenciar,
para que acalle tantas voces
que llenan mi vida de caprichos,
de palabras ociosas,
de promesas vanas,
ruido, más ruido insoportable
que oculta tu voz, Señor, en el vacío.
Dedícame los hechos complicados
que tejen la maraña y la noche
en esta bicicleta de la vida
donde tú pedaleas ya conmigo,
porque yo ando sin cadenas
y voy perdido.
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