Nuevos enigmas de la biblia 2. Ariel Álvarez Valdés
ante David. Como él era el príncipe heredero, se despoja de los signos de su autoridad y se los transfiere a él. En la Biblia, la ropa simboliza a la propia persona. Y Jonatán, como futuro sucesor del trono, no usaba ropas comunes, sino un atuendo real, con armas especiales. Entregarle esto a David es un acto de abdicación: reconoce que David será el siguiente rey en lugar de él.
En la escena siguiente, Jonatán se entera de que su padre quiere matar a David y corre a advertirle para que huya. Nuevamente está pensando en su propio interés. Para el autor bíblico, Jonatán sabe que Dios ha elegido a David como futuro rey y que la dinastía de su padre va a desaparecer. Por eso prefiere mantener su fidelidad a David (otra vez se dice: «Le amaba mucho») y no a su padre. Ayudando a salvarlo quiere asegurarse un lugar en la futura corte davídica.
Un seguro de vida
Esto se ve con más claridad a continuación, cuando por segunda vez Jonatán ayuda a escapar a David. Antes de separarse le pide renovar la alianza que habían hecho. Jonatán está preocupado y teme que David no cumpla con su juramento. Esto queda confirmado por las dos peticiones que le hace para cuando sea rey: que no lo mate (1 Sam 20,14) y que no elimine a sus descendientes (1 Sam 20,15).
¿Por qué insiste Jonatán? Porque en el antiguo Oriente, cuando subía al trono un rey de otra dinastía, inmediatamente exterminaba al príncipe heredero y a sus familiares, para evitar posibles reclamaciones del trono. Jonatán, el legítimo heredero, teme que esto ocurra. Por eso le recuerda a David que han hecho una alianza de protección mutua.
El relato describe claramente la ansiedad de Jonatán por su futuro. En todo momento se dirige a David como si ya fuera el rey, a pesar de que él seguía siendo el legítimo heredero. Así, el autor bíblico quiere mostrar cómo Jonatán ya ha renunciado al trono y está definitivamente sometido a David. Por eso reclama garantías para él y sus hijos.
Promesas de monarquía
La escena de los besos de despedida también ha servido para resaltar la homosexualidad de David. Pero, en realidad, no se trata de una escena erótica. El verbo «besar» (en hebreo, nashaq) aparece 35 veces en el Antiguo Testamento, y solo 4 aluden a un beso romántico. Las demás solo describen el saludo típico de la cultura oriental, muchas veces entre hombres. Así, vemos que Jacob besa a Isaac (Gn 27,27), Aarón a Moisés (Ex 4,27), Samuel a Saúl (1 Sam 10,1) y Joab a Amasá (2 Sam 20,9) sin ninguna connotación sexual. Por tanto, el beso entre David y Jonatán no puede interpretarse en ese sentido.
Llegamos así al último encuentro entre los amigos. David está escondido en el desierto, asustado, y Jonatán va a buscarlo para darle ánimos. Sabe que se arriesga demasiado, porque su gesto constituye una rebelión contra su padre. Pero no lo hace por cariño hacia David, sino por su propio beneficio. Aprovechando la difícil situación en la que se encuentra David, intenta arrancarle una última promesa: «Le dijo: “No temas, porque la mano de Saúl, mi padre, no te alcanzará. Tú reinarás sobre Israel. Y yo seré tu segundo”» (1 Sam 23,17).
Por primera vez Jonatán le asegura a David que será el próximo monarca, dejando definitivamente aclarado que renuncia a sus derechos como heredero. Pero le pone una condición: quiere ocupar el segundo puesto en la futura administración del reino. Jonatán parece sugerir la posibilidad de que ambos gobiernen juntos. El texto no trae la respuesta de David. Solo dice que a continuación ambos concluyen una tercera y última alianza (1 Sam 23,18).
Corrigiendo la canción
Pero el plan de Jonatán de servir a David como virrey nunca se concretó, ya que poco después llegó la infausta noticia de su muerte y la de su padre durante una batalla. Fue entonces cuando David compuso su famosa elegía: «Jonatán, hermano mío muy querido. Tu amor para mí era más estimado que el amor de las mujeres» (2 Sam 1,26).
Este versículo ha hecho correr ríos de tinta, y para muchos es la prueba contundente de la homosexualidad de David. Pero resulta extraño que David, que jamás expresó sentimiento alguno hacia Jonatán, revele ahora tan profundo afecto por él. Por eso los biblistas sostienen que hay que corregir la traducción. La preposición hebrea le puede significar tanto «para» como «por». Entonces, en vez de leer «tu amor para mí» (donde David reconoce que amaba a Jonatán), habría que leer «tu amor por mí» (donde David reconoce que Jonatán le amaba a él). Con esta frase, David reconoce que la lealtad de Jonatán le ha sido más útil en su carrera política que el amor de las mujeres. En aquel tiempo, muchos llegaban a reyes casándose con reinas o princesas reales. El amor de las mujeres era un medio político para escalar posiciones. David no lo necesitó. Llegó al trono por su alianza con Jonatán, que renunció a sus derechos reales. El amor de Jonatán, es decir, su devoción política, le brindó más beneficios que los que le habría dado una mujer regia.
Creer de un modo increíble
Si David y Jonatán hubieran sido amantes, para nosotros no tendría nada de malo. Pero no se trata de leer en la Biblia lo que nos parece, sino lo que el autor quiso decir. Y la historia de David y Jonatán es, sin duda, una leyenda popular creada para explicar cómo un pastor humilde y desclasado llegó contra todo pronóstico a ser rey de Jerusalén. No bastaba con decir que Jonatán había muerto. Había que justificar por qué David lo reemplazó. Y esta leyenda explicaba aquella anomalía. Decía que el propio Jonatán lo había querido, porque entendió que Yahvé había predestinado a David para esa misión.
Es poco creíble que Jonatán hubiera renunciado al trono para entregárselo a David. Basta ver cómo, en la batalla final contra los filisteos, aparece luchando junto a su padre, a quien nunca en realidad abandonó. Pero eso al autor bíblico no le importaba. Lo que quería era ofrecer una explicación teológica del reinado de David en Jerusalén.
Pero esta leyenda nos deja también un mensaje a nosotros: cuando alguien descubre una misión en la vida, como hizo David, por inalcanzable que parezca, no debe renunciar a ella, aunque su origen, sus limitaciones y su propio entorno intenten desalentarlo.
Cuentan que una joven había tomado clases de danza en su infancia y deseaba llegar a ser la primera bailarina de ballet. Cierto día llegó a su ciudad una compañía de baile y, para conocer si tenía condiciones, después de la función habló con el director y le contó sus inquietudes. Este le dijo: «Veamos. Hazme una demostración». Ella danzó unos segundos, pero él movió la cabeza y dijo: «No, no tienes condiciones». La joven, frustrada, llegó a su casa, guardó las zapatillas y nunca más bailó. Años después, al final de una función de ballet, volvió a encontrarse con el viejo director. Ella le recordó aquel encuentro y dijo: «Hay algo que nunca entendí. ¿Cómo supo ese día que yo no tenía talento para el baile?». Él respondió: «Ese día casi ni te miré; te dije lo que les digo a todas». Ella se enfureció: «¡Es terrible! Arruinó usted mi vida. Yo podía ser ahora una gran bailarina». «No creo –respondió él–, si hubieras tenido una verdadera vocación, no habrías hecho caso a lo que te dije».
Vivimos culpando a los demás de nuestros fracasos. Creemos que los otros son los causantes de nuestra infelicidad, porque no nos apoyan, nos desalientan y frustran. Pero quizá somos nosotros los que no nos tenemos la suficiente confianza. No creemos en nuestra propia capacidad. Y eso permanentemente jugará en nuestra contra. Por eso dijo muy bien un sabio: «Siempre habrá personas que duden de ti. Solo asegúrate de que esa persona no seas tú».
PARA CONTINUAR LA LECTURA
PAGÁN, S., El rey David: una biografía no autorizada. Tarrasa, Clie, 2013.
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