Nuevos enigmas de la Biblia 1. Ariel Álvarez Valdés
primera es en el siglo XV a. C.: «En el año 480 de la salida de los israelitas de Egipto, el cuarto año del reinado de Salomón [...] este emprendió la construcción del Templo de Yahvé» (1 Re 6,1). Sabemos que Salomón comenzó a reinar hacia el año 971 a. C. Por tanto, su cuarto año sería el 967 a. C. Y 480 años antes (480 + 967) situaría el éxodo en el 1447 a. C., durante el reinado del faraón Tutmosis III (1457-1412 a. C.).
Pero resulta difícil aceptar esta cronología. Según la Biblia, los hebreos en Egipto fueron obligados a construir las ciudades de Pitom y Ramsés (Ex 1,11). Y estas no existían en el siglo XV a. C. Se edificaron mucho más tarde. Por eso algunos estudiosos toman los 480 años como una cifra simbólica, que representa la duración de una generación –cuarenta años– por cada una de las doce tribus de Israel (40 x 12 = 480).
El hijo y las plagas
Esto nos lleva a considerar la segunda fecha: el siglo XIII a. C., cuando se construyeron las ciudades de Pitom y Ramsés mencionadas en la Biblia (Ex 1,11). Por tanto, el éxodo habría tenido lugar en esa época, durante el reinado del faraón Ramsés II (1279-1213 a. C.).
Sin embargo, esta fecha es más problemática todavía. En primer lugar, porque nada hay en los registros históricos que relacione a Ramsés II con el éxodo. Él no murió ahogado en el mar persiguiendo a los hebreos, como dice la Biblia (Sal 136,15), sino de muerte natural y con más de 90 años. Tampoco su hijo primogénito falleció por una plaga (Ex 12,29). Ni consta que su ejército se hundiera en el mar (Ex 15,4).
En segundo lugar, porque varios elementos de la narración bíblica resultan incompatibles con esta fecha. Veamos algunos de ellos.
Los viajeros fantasmas
1) Ninguna fuente egipcia, ya sea gráfica (papiros, pergaminos) o epigráfica (inscripciones en templos, tumbas, monumentos) menciona a un grupo de israelitas en Egipto durante 430 años, como afirma la Biblia (Ex 12,40). Más aún: no tenemos ni una alusión al nombre de Israel en Egipto durante el tiempo del éxodo, a pesar de que era frecuente entre los egipcios mencionar a los pueblos que esclavizaban.
2) En tiempos de Ramsés II, Egipto había construido una serie de fortalezas militares a la salida del país, en sus carreteras y vías de comunicación. La vigilancia que estas realizaban era tan estricta que se conserva un papiro –conocido como el papiro Anastasi V, del siglo XII a. C.– en el que los guardias de un puesto caminero piden información a otro puesto de control porque habían huido... ¡dos esclavos! Si se conserva la noticia de la preocupación provocada por la fuga de dos esclavos, ¿cómo pudieron haber salido dos millones de israelitas sin que las patrullas fronterizas dejaran constancia?
3) Los arqueólogos no han encontrado la más mínima evidencia del paso de los israelitas por el desierto durante el siglo XIII a. C. Teniendo en cuenta que se han detectado minúsculos campamentos de cuatro o cinco personas que pasaron por allí siglos más tarde, ¿cómo es posible que dos millones de personas, con niños, provisiones y animales, durante cuarenta años, no dejaran la menor huella?
4) En el oasis de Cadés Barnea, donde, según la Biblia, los israelitas estuvieron detenidos y asentados treinta y ocho años (Dt 2,14), los sondeos arqueológicos tampoco han podido encontrar evidencia alguna de ocupación.
5) Cuando los israelitas llegaron a la tierra prometida, la Biblia dice que tuvieron que enfrentarse al rey de Edom (Nm 20,14-21), al de los amorreos (Nm 21,21-25) y al de Moab (Nm 22). Sin embargo, en aquella época ninguno de estos tres reinos existía. Surgieron mucho después.
Una propuesta posible
Frente a estos obstáculos ineludibles, muchos estudiosos prefieren pensar que el éxodo nunca existió como hecho histórico, y que se trata de un mito o leyenda creado por Israel en una época posterior para mostrar cómo Dios protegió y cuidó a su pueblo desde sus comienzos.
Pero esta propuesta tampoco es tan sencilla. Porque sabemos que los autores sagrados no creaban de la nada los relatos de su historia. Se basaban en hechos realmente sucedidos que luego ampliaban, retocaban o modificaban, pero que no los inventaban de cero. Por consiguiente, sería tan erróneo decir que los hebreos nunca estuvieron sometidos a Egipto como decir que alguna vez lo estuvieron. ¿Cómo salir del atolladero?
Hoy los biblistas han propuesto una tercera solución que podría resolver este dilema.
Las bellas muchachas del faraón
Sabemos que, en el siglo XV a. C., el faraón Tutmosis III conquistó la región de Canaán (que más tarde se conocerá como la tierra prometida, Israel o Palestina). A partir de entonces, Canaán se convirtió en una provincia egipcia y parte integrante de su territorio. Para administrarla mejor, Tutmosis estableció allí centros de gobierno egipcios y colocó en ellos sus propias autoridades. Así, el territorio de Canaán quedó dividido en varias ciudades-Estado, cada una de las cuales estaba dirigida por un funcionario egipcio responsable ante el faraón del área que controlaba.
Tanto Tutmosis III como los faraones posteriores, viendo el valor estratégico y económico de la nueva provincia, buscaron asegurar su control construyendo una red de fortalezas, almacenes y centros administrativos a lo largo de toda la ruta que llevaba de Egipto a Canaán, y sometieron a la población local a fuertes cargas impositivas. Algunos registros de la época mencionan la enorme cantidad de grano y obsequios que esas ciudades-Estado debían entregar al palacio del monarca.
Los gobernantes locales realizaban, además, frecuentes deportaciones de prisioneros, que eran luego utilizados como sirvientes en el palacio del faraón o entregados como donación a los templos del país, o incluso cedidos a familias particulares. Existe una carta de esa época –carta El Amarna 288– en la que consta que el rey de Jerusalén había mandado al faraón diez esclavos, ochenta prisioneros y veintiuna muchachas jóvenes, todas «muy hermosas y que no tenían defecto alguno».
En cierto momento del siglo XIII a. C., algunas tribus cananeas empezaron a organizarse a su manera, adquiriendo entidad propia, y tomaron el nombre de Israel. Como la región dependía de la autoridad central egipcia, estos «israelitas» se vieron sometidos al gobierno egipcio.
Aparecidos del mar
La dura opresión que sufrían los habitantes de Canaán –entre ellos, los israelitas– generaba periódicas revueltas, de manera que los faraones se veían obligados a organizar permanentes campañas para aplastarlas y afianzar sus dominios en la región. Así, en el año 1207 a. C. estalló una insurrección, y el faraón Merneptah (1213-1203 a. C.) debió emprender una cruzada en Canaán para pacificarla. A su regreso grabó en un bloque de piedra los detalles de su campaña con las poblaciones sometidas. Entre ellas menciona a «Israel». Se trata de un detalle asombroso, porque es la primera vez que este nombre aparece en la historia, y es la más antigua mención que existe de él.
A lo largo de 350 años, Egipto gobernó Canaán de manera ininterrumpida e hizo sentir su poder con mano de hierro.
Pero de pronto, hacia el año 1150 a. C., la situación cambió. Durante el gobierno del faraón Ramsés III, Egipto fue invadido por una serie de pueblos extranjeros, llamados los «pueblos del mar», que lo atacaron y debilitaron. El poder egipcio empezó a desmoronarse y los faraones tuvieron que replegar sus fuerzas para concentrarlas en su propio país. Ya no pudieron seguir conservando el territorio extranjero que se habían anexionado y tuvieron que abandonar la provincia de Canaán. Su administración colapsó y sus centros de poder se derrumbaron en una debacle catastrófica.
Así, después de más de tres siglos de sometimiento, la tierra de Canaán se vio libre del yugo egipcio.
En busca de un recuerdo
La abrupta retirada de Egipto trajo un gran alivio a los israelitas de Canaán y significó el comienzo de una nueva era. Después de siglos de dominación, por fin experimentaban la libertad. No sabemos si se enteraron del motivo que llevó a los egipcios a retirarse del territorio cananeo. Lo cierto es que, para ellos, se trató de un milagro; su fe los llevó a atribuir semejante prodigio a la intervención de su Dios, Yahvé.