Los santos y la enfermedad. Francisco Javier de la Torre Díaz
médico-enfermo, donde «a veces el enfermo pide muchas cosas al médico que el médico no le concede. No le oye según su voluntad, sino según su salud. Pon a Dios como tu médico y pídele la salud del alma, y él será tu salvación; no como si fuera algo distinto de tu salvación; él mismo es tu salvación» 78. Y en otro lugar decía: «¡Cuántas cosas inconvenientes piden los enfermos a los médicos y cuántas les niegan los médicos por misericordia!» 79. También descubrí la importancia de la confianza en esas relaciones:
¿No ves cuánto soportan los hombres bajo las manos del médico, teniendo puesta la esperanza incierta en el hombre que promete? «Sanarás –dice el médico– si te hago un tajo». Lo dice un hombre y se lo dice a un hombre. El que lo dice no está seguro, ni tampoco el que lo escucha; porque lo dice al hombre quien no conoce al hombre, y no sabe con exactitud lo que se realiza en el hombre; y, sin embargo, el hombre cree las palabras del hombre que ignora, y con mucho, lo que se realiza en el hombre, y le somete sus miembros, y le permite vendarlos, y muchas veces que los saje y los cauterice. Quizá recobra la salud por algún tiempo, y, ya curado, no sabe cuándo ha de morir; si es que no muere mientras es curado; o quizá no puede ser curado. ¿A quién prometió Dios algo y le engañó? 80
Además expresaba: «Medicina picante, pero salutífera; tal era la que el médico aplicaba al enfermo. Bajo el efecto de la medicina, el enfermo suplicaba que el médico le quitase lo que le había dado; el médico no le hacía caso, y precisamente así atendía su deseo de curación» 81.
Asimismo, «¡cuánto tenemos que sufrir aquí, y nadie nos hace caso! [...] Sería cruel un médico que escuchase a alguien no tocando la herida y la infección» 82. Por tanto, el médico tiene que formular un tratamiento, como dije en un sermón:
Fijaos en un enfermo. Un enfermo que se odia en cuanto enfermo se odia como es: entonces comienza a ponerse de acuerdo con el médico. Porque también el médico le odia como es. De hecho, si le quiere sano, es porque le odia en su estado febril; y el médico persigue la fiebre para liberar al hombre. De igual modo son fiebres de tu alma la avaricia, la sensualidad, el odio, el deseo perverso, la lujuria, la frivolidad de los espectáculos; debes odiarlas junto con el médico. De esta manera vas de acuerdo con el médico, te apoyas en el médico y escuchas y haces con agrado lo que él te manda, y, cuando ya vayas recuperando la salud, comienza también a agradar lo que te prescribe. ¡Cuán insoportable resulta el alimento a los enfermos a la hora de comer! Juzgan peor la hora de la comida que la del acceso de fiebre. Y, no obstante, se ven obligados a ir de acuerdo con el médico, y, aunque de mala gana y por la fuerza, se vencen para tomar algo. ¿Con cuánta avidez aceptarán, cuando estén sanos, preceptos mayores de quien, estando enfermos, a duras penas aceptan los menores? Pero ¿de dónde proviene esto? De que odiaban a la fiebre y se habían puesto de acuerdo con el médico, y juntos, el médico y el enfermo, acosaban a la fiebre 83.
Narré también el hecho acaecido a «un hombre llamado Curma, pobre curial del municipio de Tulio, próximo a Hipona, que era magistrado de aquel lugar y sencillo labrador; cayó enfermo y, privado de los sentidos, estuvo acostado como muerto durante algunos días. Un levísimo soplo de nariz, que apenas se sentía al acercar la mano, era el pequeño indicio de que tenía vida, para no permitir que fuera enterrado exánime. No movía miembro alguno ni tomaba alimento» 84. ¡Qué susto!
En asuntos médicos, mi visión religiosa de la vida me inclina más a poner mi confianza en las manos de un médico divino que a buscar una cura a través de un médico humano 85. Aun en Soliloquios acepté el consejo de la razón de orar por la salud corporal y espiritual 86. Este tema de los médicos y la medicina fue una afición mía, que usaba también como base para comparar con Cristo Médico. Pero antes vamos a desarrollar mi propuesta comunitaria para el tema de la salud.
4. Mi propuesta comunitaria para el tema de la salud
Como ya dije, cerca del 397 escribí una Regla para servir como referente a todos los religiosos. En ella escribí también sobre la salud 87, de modo particular en el capítulo 3 de la misma Regla 88. De hecho, un rasgo notable de la Regla es la atención a la salud y la curación 89. Si en el capítulo segundo de la Regla tomaba en cuenta a la hora de legislar la enfermedad del espíritu que consiste en vivir en la «ilusión» y no en la verdad, en los capítulos tercero y cuarto salí al paso de distintos males vinculados al cuerpo. El capítulo quinto es resultado de haber diagnosticado un nuevo mal en el espíritu humano, cuya específica sintomatología se manifestaba en las relaciones interhumanas 90.
De hecho, la salud es el tema central del capítulo 3, que está dentro de mi visión global sobre la salud, como hemos visto. Escribí sobre la salud del cuerpo y la salud física –la valetudo– o también la falta de ella. La misma Regla ofrece tres categorías de servidor de Dios:
1) los que gozan de buena salud;
2) los que, sin estar enfermos, son débiles;
3) los que propiamente se hallan enfermos.
Asimismo, subrayé la importancia del enfermo y los débiles de la comunidad. Para reconducir la vida de los hermanos enfermos expuse la necesidad de recuperar la salud. El plan era individual y no comunitario. Lo que buscaba promover era la justa relación interna del hombre, más que la externa. Hablé sobre la salud, que es solo la cara luminosa de la otra realidad sombría que es la enfermedad 91.
Para mí, la salud está dentro de un plan unitario: amar a Dios y amarse a sí mismo como al prójimo. En este amor a sí mismo se manifiesta mantener la salud o evitar la enfermedad tanto del cuerpo como del alma 92. Reflexioné sobre la salud y la enfermedad en la Regla. Es que, para mí, «el monasterio refleja la composición sociológica de la sociedad, pero a un nivel más simple» 93. Y por tanto la importancia de la salud en el monasterio significa la importancia de la salud y la enfermedad en la sociedad.
Con respecto a los enfermos, observé que su cuerpo no resistía la única comida de los días de ayuno 94. Y, por tanto, no solo son infirmi (débiles), sino que también están «más delicados». Por tanto, hay diferencia entre los débiles (infirmi) y los enfermos (aegrotes), ya que los fuertes son los que gozan de buena salud. La debilidad puede ser debida a un anterior tenor de vida 95. Por tanto, la medicación adecuada para la ingestión de alimentos es el descanso (dormir) y el vestido, ya que no todos sufren con la misma intensidad, y es necesario un trato alimentario diferente 96.
Hablé sobre la aegritudo (enfermedad). «A consecuencia del pecado original, el hombre perdió la salud de que había gozado hasta entonces; una de las manifestaciones de la enfermedad natural en que se vio envuelto es el hambre y la sed, para las que es medicación adecuada el alimento y la bebida» 97. Desde la sabiduría popular recogí el dicho: «Unos comen para vivir, otros viven para comer» 98. Reflexioné cómo el comer sin parar acaba en enfermedad 99, además de que la falta de templanza acaba en enfermedad 100. Será importante la conveniencia de que el enfermo reduzca la ingestión de alimentos para no empeorar 101.
El trato cuidadoso durante el período de convalecencia fue mirar las situaciones personales. Después de la enfermedad, el período de convalecencia es considerado como debilidad (infirmitas). Por tanto, no hay tratamiento específico, sino que «se dé al convaleciente un trato que le lleve a restablecerse cuanto antes» 102. La evolución positiva lleva a la recuperación.
Mientras el capítulo 3 está centrado en el enfermo mismo, el capítulo 5 contempla la responsabilidad de la comunidad frente al enfermo 103. Hablé sobre el trato que ha de darse al enfermo, pero no establecí la clara distinción de los tres estadios contemplados, que son la enfermedad, la convalecencia y la robustez 104.
Existe distinción entre el aspecto físico del cuidado de la salud y el aspecto moral de la represión de la concupiscencia. La concupiscencia tiende por sí misma al abuso, el abuso daña la salud y la falta de salud daña a la integridad 105.