Un vaquero con pasado. Erina Alcalá

Un vaquero con pasado - Erina Alcalá


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      UN VAQUERO CON PASADO

      Erina Alcalá

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      Primera edición en ebook: agosto, 2020

      Título Original: Un vaquero con pasado

      © Erina Alcalá

      © Editorial Romantic Ediciones

       www.romantic-ediciones.com

      Diseño de portada: Olalla Pons - Oindiedesign

      ISBN: 978-84-17474-74-4

      Prohibida la reproducción total o parcial, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, en cualquier medio o procedimiento, bajo las sanciones establecidas por las leyes.

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      No puedes sobrevivir, si no conoces el pasado.

      CAPÍTULO UNO

      ―Hija, ¿estás segura? ―le decía su madre a Carmen.

      Estaba preocupada, porque la quería de vuelta y así poder cuidarla en casa, lo antes posible, después de lo que había pasado un par de meses antes.

      A pesar de todo, no lograba convencerla de que se volviera a España desde Nueva York.

      ―Bueno, mamá, voy a probar por última vez. Y si al fin no consigo nada de lo que me gusta, me vuelvo a casa. Es lo que me ha recomendado el psicólogo.

      ―¿Eso es lo que quieres? ―le preguntó―. Estoy preocupada, cariño.

      ―Te prometo que, si ninguna de esas oportunidades me salen bien, regreso. No quiero darme por vencida y volver como una fracasada, quiero luchar e intentar salir adelante sin sentirme derrotada. ―Y lo decía muy convencida―. Ya estoy de nuevo preparada para ello. Estoy animada, contenta y con ganas de empezar de nuevo otras oportunidades, y esta, creo, que será buena.

      ―Estás tan lejos, mi niña… Te queremos ―dijo con sentimiento―. Antonio y yo te cuidaremos bien en casa y aquí podrás buscar también un trabajo o montar tu propio negocio. Antonio puede ayudarte y te prestaremos dinero para abrir tu propia tienda, si eso es lo que tú quieres.

      ―Mamá, quiero hacer las cosas por mi cuenta. Os lo agradezco de todas maneras. Además, estoy a siete horas en avión. Pero quiero darme una nueva oportunidad.

      ―Pero ¿qué vas a hacer tú en un rancho en Montana?

      Su madre no lo veía nada claro.

      ―Mamá…

      ―Eso no es lo tuyo. ―Y no le faltaba razón―. Tú restauras y además eres una chica de ciudad, cariño. No te veo yo en el campo en medio de la nada.

      ―¿Qué voy a hacer? Descansar. Liberarme. Trabajar. En el anuncio de trabajo solo ponía encargarse de una casa pequeña en un rancho.

      «Esto no podía ser muy difícil», pensó.

      ―Pero, hija…

      ―He visto la zona y es preciosa. El pueblo se llama Lewistown y tiene cinco mil habitantes y el rancho está a siete kilómetros más o menos del pueblo. Creo que estaré muy bien allí, y si no me va bien o no es lo que espero, me vuelto, ya te lo he dicho. No te preocupes tanto.

      ―¿Pero ya te han contratado?

      ―Sí, claro ―dijo muy resuelta―, ya he hablado con el dueño, me da el tiempo necesario para llegar. Tengo que llevarme la camioneta. Por lo visto, ha heredado el rancho familiar y lo está reformando. Y eso es lo mío. Restaurar y reformar.

      ―Bueno, hija, al menos allí puedes tener paz y descansar…

      ―No te preocupes, también sé limpiar y hacer de comer, por si lo dudabas.

      ―Yo solo quiero que estés bien después de lo que te hizo ese maldito cabr…

      ―¡Mamá!

      A veces su madre se preocupaba en exceso, pero todo eso era porque la quería.

      ―¡Oh! Hija…

      ―Mamá, el mundo está lleno de cabrones. A mí me tocó uno, pero al menos he tenido buena ayuda para salir adelante ―dijo, esperando que ella supiera que estaba entre esas personas que tanto la habían ayudado―. Y he sido fuerte, así que no te preocupes.

      ―Pareces tú la madre.

      Carmen rio.

      ―Sí, lo he pasado muy mal, pero al menos me he liberado. ¡No iba a acostarme con ese viejo por mantener un trabajo!

      ―¡Desde luego que no!

      ―Mamá, voy a terminar de arreglarlo todo y terminar las maletas, quiero salir temprano mañana. Tengo cuatro días para llegar y quiero estar allí para el fin de semana, porque el lunes de la siguiente semana… ¡Empiezo a trabajar!

      Su madre suspiró, a sabiendas de que su hija no regresaría a España por una buena temporada.

      ―¿Ya sabes qué sueldo vas a tener?

      ―Eso es lo de menos. ―Aunque su madre no pudiera verla, Carmen hizo un gesto con la mano―. Tengo ahorrado bastante dinero de mis dos años aquí, unos cincuenta mil dólares. Sabes que estaba ahorrando para abrir mi propio negocio, pero necesito mucho más para no quedarme sin nada. Y montar un negocio en Nueva York, requiere mucho más de lo que tengo.

      ―Mientras te pague algo…

      ―El dueño me va a pagar al principio unos dos mil dólares, pero tengo comida y cama. Así que los ahorraré enteros, que es más de lo que ahorro aquí. Y además estaré en el campo y lejos de todo. Creo que estaré bien en ese lugar, lo presiento. Al menos, por un tiempo.

      ―Si no, vuelves a casa ―dijo su madre―. Llámame todos los días, cariño, hasta que llegues, para que sepa que has llegado bien.

      ―Lo haré, mamá, te quiero. Dale besos a Antonio.

      ―Se los daré de tu parte. Y yo también te quiero a ti, hija. Cuídate.

      Carmen Valle era una chica inquieta e imparable trabajando, ya desde pequeña, lo era. No paraba quieta un momento, empezaba algo y ya estaba pensando en hacer otra cosa en cuanto terminaba.

      Era de Sevilla capital, allí vivía su madre, Inma Ortiz, viuda desde hacía unos años de su marido Eduardo Valle, padre de Carmen y de su hermano mayor, Raúl.

      Su padre había sido militar del ejército del aire y murió accidentalmente en unas maniobras militares cuando ella tenía doce años y su hermano Raúl, quince. Eso, le pesó a ella, porque era la princesa de su padre. Lo quería mucho y no pudo disfrutar de él todo lo que hubiese querido. Le hacía falta muchas veces como ahora. Aunque su madre siempre estuvo ahí, su padre le había dejado un hueco enorme de infelicidad y melancolía, un vacío difícil de llenar. Su padre había sido un hombre recto y serio, pero en casa con ellos era el mejor padre del mundo. Aún lo recordaba son su uniforme azul. Tan alto y guapo.

      Su madre no se volvió a casar, eran un matrimonio muy unido y tuvo que sacar adelante a sus dos hijos, y se dedicó a cuidarlos hasta que estos se hicieron mayores, terminaron sus carreras, y se independizaron.

      Esa fue la misión y el objetivo que se impuso y lo había conseguido con los dos, lo cual no quería decir que no se preocupara por ellos después.

      Ahora que tenía a sus hijos lejos de ella, salía con un buen hombre, Antonio. Abogado de cincuenta años y sus hijos estaban encantados de que no estuviera sola y hubiese encontrado un buen hombre, porque era joven aún y tenía derecho a ser feliz.

      Antonio tenía un bufete de abogados en Los Remedios, un barrio de Sevilla, donde habían vivido ellos y su madre.

      Aún


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