Un vaquero con pasado. Erina Alcalá

Un vaquero con pasado - Erina Alcalá


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en funcionamiento, aunque estuviese solo al principio.

      Estaba repasando qué podría servir y arreglaría la casa, la casita que había a medio kilómetro y que su padre hizo para un capataz y su mujer, un verano en que se encontraba animado, y los tres almacenes.

      Compraría algunas vacas y empezaría solo, si acaso contrataría a algún muchacho de día o dos en el pueblo, cuando ya fuese viendo cómo prosperaba, si es que lo hacía. Primero tenía trabajo que hacer. Y era arreglar y, sobre todo, pintar y arreglar ese viejo rancho.

      Puso el anuncio para que una señora pusiera también la casa a punto.

      Necesitaba electrodomésticos nuevos, muebles y pintarla. Que pareciera un hogar. Necesitaba sentirse en un hogar. Estaba harto de tiendas de campaña y dormir en el suelo duro del campo de batalla.

      Quería, al volver del campo, sentirse en una casa bonita. Tampoco cara. Pero que se pareciera a un hogar como cuando su madre la administraba.

      Y, además, si no se quedaba, al menos venderlo por un mejor precio y no como un rancho abandonado.

      Y cuando puso el anuncio, no llamaba nadie, y ya llevaba dos semanas allí. Descansando y echando un vistazo a lo que podía aprovechar de los tres graneros que tenía.

      Cuando llamó Carmen, no le quedó más remedio que aceptarla. Nadie quería estar interna en un rancho y lo comprendía. No sabía por qué ella sí, y lo averiguaría.

      Y además venía de tan lejos… Un gran cambio de una gran ciudad, al campo. Bueno, si había una, no le quedaba más remedio que contratarla. No había llamado nadie más.

      Dale era un gigante de uno noventa, su cuerpo ejercitado por el gimnasio y el ejercicio físico necesario para estar en forma en la guerra.

      Tenía un cuerpo perfecto y proporcionado, de anchas espaldas y largas piernas, dirían las mujeres.

      Ahora llevaba el pelo muy corto, castaño claro, una nariz recta y bonita para un hombre y unos ojos azules que se volvían grises en los días nublados o cuando se enfadaba se le cambiaban de color. Acababa de cumplir treinta años.

      Era algo serio y pocas cosas le hacían reír. Recordaba en su infancia ser un niño feliz y risueño, pero desde la muerte de su madre, su hermano, la marina y su padre, lo habían convertido en un hombre serio y de pocas palabras.

      Como mucho, sonreía. Le costaba expresar sus sentimientos y por eso su relación con las mujeres, eran casi inexistentes.

      Cuando llegó a la casa del rancho, la primera vez, se quedó de piedra. Solo había dos sillones de madera al lado del fuego, ¿qué había sido del viejo sofá? ¿Y los muebles? Una mesa para dos con dos sillas desvencijadas que no conocía, los electrodomésticos para tirarlos, el jardín del patio, para no verlo, porque ya no estaba.

      Y en la parte de arriba había tres dormitorios con sus baños y sus vestidores, llenos de telarañas, los colchones y cortinas hechas añicos y la bañera del dormitorio principal y duchas de los otros dormitorios y los lavabos estaban… oxidados todos.

      La casita pequeña estaba igual que la grande. Era un calco de la casa grande, salvo que tenía los dormitorios más pequeños, sin vestidores y un baño para compartir dos dormitorios, los pequeños y el principal, un vestidor y un baño. Todos con ducha.

      No quería pensarlo, pero de eso debía ocuparse la señora, dejarlo lo más limpio posible y si sabía pintar, mejor, él le echaría una mano, pero, tenía bastante con las vallas, que estaban en buen estado, pero a falta de pintarlas, eran altas y de madera, los almacenes y la tierra para dejarla lista y meter el ganado.

      De momento había comprado algunas cosas para comer y estaba arreglando la maquinaria que había, el tractor viejo, y quitándole el óxido de los complementos, ordenando herramientas y lo estaba pasando todo a uno de los graneros para arreglarlo y dejar un granero pintado para meter en ese primero, herramientas, maquinaria, y después pintar el pequeño para el grano, y luego estaba el más grande de todos para juntar el ganado en invierno.

      Ese sí que era enorme y cabían casi mil quinientas cabezas de ganado.

      Menos mal que estaba en primavera. Era finales de marzo, quedaban apenas tres días para empezar abril, y quería dejarlo todo listo para el invierno, antes de las nevadas. Y requería tanto tiempo todo…

      Cuando acabara ya se pensaría pedir un préstamo para comprar el ganado e ir pagando al final de cada año con los beneficios que obtuviese, porque con lo que tenía, no tendría suficiente para todo.

      Casi se arrepentía de haber dejado el ejército en cuanto llegó al rancho y vio su estado, pero le encantaba tanto el campo…

      Era una añoranza, pero también paz y mucho trabajo, aunque a Dale nunca le había importado el trabajar.

      Lo que quería era dejar listo el rancho, al menos para meter las reses; las casas eran lo menos urgente.

      Luego estaban los recuerdos, los recuerdos ahí presentes de su pasado, de su familia, de la decadencia de esta, desde la muerte de su madre. Fue una locura. Estaba tan unido a ella…

      Su madre y su padre querían que fuese a la universidad, querían ver a su hijo mayor formado, aunque fuese en la Universidad Pública de Helena College of Technology, porque bien podía estudiar ingeniería y ellos se esforzarían en que hiciera un máster que le sirviera para llevar el rancho o trabajar en la capital, cerca. Pero esos no eran sus planes. Los planes de Dale eran quedarse en el rancho.

      Dale nunca tuvo intenciones de eso como sus padres querían. Lo suyo era llevar con sus padres el rancho y que su hermano fuese a la universidad.

      No había cumplido los deseos de ninguno y cuando murió su madre, ni su padre ni Dale pudieron soportarlo y cada uno llevó el luto a su manera.

      Dale, con rabia, se fue a los dos meses a los marines y su padre encerrándose en sí mismo y sin energías ni ganas de nada. Siguió por su hijo pequeño, pero cuando este se fue a la universidad, empezó su verdadera decadencia y la del rancho.

      Y allí estaba ahora, intentando poner en marcha su pasado de nuevo, recomponer su vida, hacer y dejar el rancho como en los buenos tiempos lo tenía su padre, como cuando eran una familia.

      Quería hacerlo para descansar y, sobre todo, por su padre. Había trabajado toda su vida en levantar un rancho que se había desmoronado con la primera muerte de la familia y ahora estaba allí solo, en esa inmensidad, logrando recomponer los pedazos de su pasado como vidrios rotos, esperando la ayuda que venía en una camioneta de Nueva York sin saber si iba a conseguirlo o tendría al final que tomar una decisión definitiva cuando lo dejara listo:

      Venderlo y volver a la marina.

      Siempre era una opción, pero esta era la segunda de su lista.

      Él era tozudo y le gustaba conseguir sus metas y objetivos; y levantar ese rancho, era su primer objetivo ahora mismo. Y cuando Dale se proponía algo, tenía que conseguirlo, fuera como fuese.

      Era testarudo y trabajador y nunca se dejaba vencer, ni siquiera al ver el rancho desvencijado con el que se encontró.

      Sabía que había mucho trabajo, pero no le temía al trabajo duro ni a la cantidad de horas. Estaba acostumbrado.

      Y sacaría ese rancho adelante. Solo necesitaba un poco de ayuda.

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