Un vaquero con pasado. Erina Alcalá
hermano Raúl era militar como su padre, había seguido sus pasos y estaba destinado en el ejército del aire en Madrid, en Moncloa. Allí llevaba ya unos años, y ella quiso estudiar Bellas Artes en Sevilla y hacer varios cursos de restauración que era lo que le gustaba.
Todo lo que pasaba por sus manos, ella lo restauraba. Se le daba bien y era creativa y trabajadora y conseguía restauraciones maravillosas. Le encantaba todo lo vintage que además estaba de moda ahora. Pero podía hacer otro tipo de restauraciones e incluso tapizaba, hacía marcos para cuadros, sillas, sofás. Compraba jarrones y los modificaba y pintaba. Le daba igual lo que fuese, lo restauraba todo. Pintaba y le daba a todo la vuelta.
Le encantaba la madera, los muebles antiguos, esa era su predilección y en un intercambio que hizo a Nueva York cuando estaba en la Universidad, se enamoró de la ciudad y supo que se iría al terminar la carrera. Allí tenía más oportunidades.
Y con veintidós años, su carrera terminada y algunos cursos, hizo las maletas y con una amiga, Paula, que conoció en la Universidad, emprendieron rumbo a la Gran Manzana, a la aventura.
Tuvieron muy buena suerte, pues en menos de un mes, encontraron ambas fácilmente trabajo en una empresa de muebles antiguos y las contrataron como restauradoras.
Alquilaron un apartamento de dos dormitorios en Brooklyn, en una zona tranquila, y durante un año vivieron y conocieron Nueva York perfectamente.
Salían los fines de semana a divertirse como dos jóvenes de su edad y eran felices con su vida. Tenían un buen sueldo, pues aparte del salario cobraban una comisión y a veces lograban ganar hasta ocho mil dólares al mes, porque eran muy buenas y las restauraciones se pagaban bien y resultaban costosas.
Y Carmen logró ahorrar en un año casi cincuenta mil dólares.
Paula conoció a Dan, un abogado de Boston y se fue a vivir con él de la noche a la mañana, y terminó casándose con él.
Carmen se quedó sola, sin creérselo apenas, pues lo de su amiga había sido un flechazo auténtico en toda regla con Dan, en cuatro meses ocurrió todo.
Cuando se quedó sola, tuvo que cambiarse a un estudio para poder mantenerse, ya que si seguía en el apartamento no podría ahorrar nada.
El estudio era apenas una sala con una cocina y un baño pequeño con ducha, lavadora y secadora.
En el salón tenía un sofá cama, una mesa para dos de comedor y una pequeña mesita con un mueble para la televisión, pero no podía permitirse más, si quería ahorrar algo. Y ella quería hacerlo para montar su propia tienda de restauración.
Al irse su amiga, empezó su calvario. El dueño de la empresa empezó a acosarla, la molestaba constantemente con palabras casi obscenas y sibilinas, pero que parecía lo que no era. Se arrimaba por delante de ella y por detrás frotándose a veces, sin parecer que fuera acoso. Y como ella no hizo caso a sus pretensiones, le quitaba clientes, no le dejaba contestar al teléfono, la ninguneaba o reñía delante de los clientes y compañeros de la tienda, le decía que si es que ya no le gustaba trabajar en la tienda, hasta que ella se encontró encerrada en ese círculo de la noche a la mañana sin poder hacer nada, porque se sentía débil y enferma, no salía y fue encerrándose en sí misma y deprimiéndose, y al año, ella ya no aguantó más.
El estrés que sufrió le hizo padecer ataques de ansiedad y pánico, miedos tremendos, hasta de salir a la calle.
Su trabajo no lo realizaba con tranquilidad ni como debía hacerlo. Y esto la consumía y siempre estaba con la lágrima fácil; ella, que siempre había sido una mujer alegre, divertida y fuerte, se convirtió en una muñeca de trapo.
El dueño estaba casado y con hijos y tenía casi sesenta años, pero se le metió a Carmen por los ojos y esta, al final, no pudo más porque se dio cuenta de que su salud estaba en juego y tuvo que renunciar al trabajo de su vida, a sus clientes que estaban encantados con ella y con sus trabajos, y volver a su estudio sin trabajo, sola y vacía, pero liberada.
No le quedó más remedio que visitar al médico de su seguro de salud que se hizo cuando llegó a Nueva York, y por los síntomas que tenía, este la envió al psicólogo, y estuvo dos meses con dos visitas semanales y una buena regañina por parte del psicólogo, porque estuvo a punto de cogerse una depresión grave, si ya no la tenía por haber aguantado tanto ese tipo de situación y no acudir antes a un especialista.
Le hizo muy bien ir a verlo y no interponer denuncia, porque se hubiese metido en un callejón sin salida. Sin dinero suficiente y difícil de demostrar un mobbing en el trabajo. Lo mejor que hizo fue dejar ese empleo.
El psicólogo le recomendó dejar de trabajar al menos un par de meses y recuperarse, y eso hizo ella.
Habían pasado ya esos dos meses y como el psicólogo le aconsejó, dejó un tiempo para recuperarse, y más tarde, empezó a buscar trabajo.
Indagó fuera de esa gran ciudad asfixiante para ella en esos momentos de su vida.
Mirando por internet, le llamó la atención un anuncio:
Busco señora interna para hacerse cargo de una casa no muy grande en un rancho de Montana, en Lewistown, a cinco millas del pueblo. Se necesita poner las casas a punto, ya que han estado cerradas cinco años y encargarse de solo una persona. Dos mil dólares y comida. Llamar al 555396942. Contacto: Dale Evans.
Ella supuso que llamaría mucha gente del pueblo, y que el trabajo ya estaría ocupado, pero no todo el mundo quería estar interna en un puesto de trabajo, ella lo necesitaba. Miró la zona y el pueblo, fotos y ubicación. La zona era preciosa, verde y las montañas a lo lejos, riachuelos y nieve seguro en invierno, y en un impulso, tomó su móvil y llamó.
Lo que no entendía era que hablaba de una casa y luego parecía haber dos. Eso se lo preguntaría al dueño, porque en principio le interesaba, Montana estaría bien. Y llamó al número de teléfono del anuncio esperando tener suerte todavía.
―¡Hola! ¿Dale Evans?
―Sí, soy yo.
―Me llamo Carmen Valle y llamo por el anuncio de trabajo. Claro, si está libre aún.
―Está libre, ya sabes que tienes que dormir aquí. El sueldo y lo que hay en el anuncio. Renovar las casas que han estado cinco años cerradas.
―Sí, no me importa, ni el sueldo. Estoy dispuesta a hacer el trabajo y poner la casa a punto. Pero pone dos casas en principio. ¿O es una?
―En realidad son dos casas, la principal, que no es demasiado grande, tres dormitorios y una que tengo por si contrato trabajadores, con tres dormitorios también más pequeña. Están en buen estado, solo falta pintura y un poco de reparación y decoración, y meterles útiles de todo. Hay que tirarlo casi por completa y lo que requiere una casa, comprarlo. Tengo un presupuesto para cada una y no puedo pasarme.
―¡Ah, perfecto!, me interesa. Si no le importa esperarme. Vivo en Nueva York, y tardaré unos cuatro días. Tengo una camioneta y no quiero dejarla tirada. Iré en ella. Puedo salir mañana por la mañana, en cuanto deje el apartamento.
―¿Cuándo puedes estar aquí?
―Para el fin de semana. ―A Dale le pareció que eran muchos días.
―¿De dónde eres?
―De España, pero vivo en Nueva York, he perdido el trabajo y quiero llevarme mi camioneta. Me hará falta. Por eso, iré por carretera y tardaré más o menos tres días en llegar. Si no le importa esperarme…
―Está bien. Si sabes cocinar, las labores de casa y arreglar estas casas viejas, te espero el fin de semana. Estás contratada.
―¿En serio? Gracias, y sí, sé hacer todo eso y le dejaré la casa vieja como nueva.
―Eso espero. Guardo tu número de móvil por si hay cualquier cambio y te envío por mensaje el itinerario y cuando llegues al pueblo, puedes preguntar por el rancho Evans.
―Gracias,