Educar para amar. María del Carmen Massé García
de vida que les hagan conectar con Aquel que puede dar sentido a todo lo que somos y hacemos, también a nuestro amor y su expresión sexual (cf. AL 40).
Anunciar las exigencias del Reino. Pero ¿qué exigencias? Aquellas por las que estamos dispuestos a venderlo todo para comprar el campo que las contiene, las que nos hicieron dejar las redes para ponernos en camino hacia la cruz y la resurrección, las exigencias de quienes nos sabemos amigos del Señor y no siervos de los nos quieren dominar.
¿Qué exigencias? La libertad, que es siempre libertad crucificada y entregada en servicio al otro. La verdad en lo que somos y expresamos, también en la expresión erótica del amor. La fidelidad de quien reconoce en el otro un sujeto merecedor de la entrega de nuestra vida y no un objeto más para nuestra satisfacción. La vida que se da y se multiplica en el amor. Y el amor... hasta el extremo.
Algunos apuntes metodológicos
En estas páginas presentaré algunos de los grandes temas tradicionales de la moral del amor y la sexualidad, con algún añadido que parece haberse colado de entre los temas bioéticos. Y es que la reproducción asistida –tema al que me refiero– puede ser contemplada desde dos perspectivas fundamentalmente: bien desde la técnica en sí, cuestión sobre la que reflexiona la bioética del comienzo de la vida humana, o bien desde el deseo de ser padres cuando la biología lo niega. Si vamos a preguntarnos sobre qué hacer cuando no queremos tener hijos en determinadas circunstancias, no podemos dejar de preguntarnos qué hacer cuando sí queremos tenerlos y la naturaleza lo hace imposible.
El modo de abordaje de cada cuestión tendrá un esquema similar. Trataremos en un principio de mostrar aquellos principios, valores y bienes que se quieren alcanzar con las ya conocidas normas éticas, mostrando su razonabilidad histórica, antropológica y teológica. De ahí que intentemos responder a esas preguntas tan frecuentes entre nuestros chicos –y no tan chicos– que tan molestas nos pueden resultar en muchas ocasiones. Formular preguntas es el mejor regalo que pueden hacer a un educador, el signo de haber conseguido despertar un interés, y eso ya es medio camino recorrido en el aprendizaje. No desperdiciemos la oportunidad de hacerlo crecer evitándolas o dando respuestas evasivas, con fórmulas aprendidas en las que no nos reconocemos a nosotros siquiera.
Finalmente, presentaré algunos instrumentos que puedan servir de ayuda para pensar, entender, trabajar y orar.
En primer lugar, nos ayudarán a pensar los datos reales de aquello que intentamos comprender mejor. Es el momento de mirar la realidad con amor y ternura, como nos invita a hacer Francisco, como hizo Jesús. Lo que pensamos, deseamos y hacemos los adultos, jóvenes y adolescentes en las diferentes cuestiones que abordaremos. Sin duda, nos darán qué pensar, pues solo desde unos buenos datos podremos hacer adecuadas reflexiones éticas y pastorales.
En segundo lugar, nos apoyaremos en algunos textos magisteriales que nos ayuden a entender la propuesta de vida buena que hayamos presentado. Serán textos elegidos por ser especialmente claros o significativos para comprender lo que torpemente hayamos desarrollado. A veces lo haremos de la mano del Magisterio pontificio, otras veces nos iluminarán Conferencias episcopales que han hecho importantes aportaciones pastorales en ese ámbito, y también nos ayudaremos de discursos, entrevistas o palabras bien certeras del papa Francisco, que con su sencillez ha sabido llegar al corazón de los jóvenes.
En tercer lugar, ofreceré algunos subsidios para trabajar los valores de fondo que subyacen a los grandes temas presentados. La mayor parte de ellos están pensados para trabajarlos con los chicos, si bien en algún caso se ha pensado para que los propios educadores podamos clarificar nuestra reflexión, tantas veces confusa o simplemente no verbalizada. Serán películas, cortometrajes, anuncios, noticias o actividades diferentes que pueden dar lugar a una rica reflexión que nos confronte con nuestros propios deseos y nos revele quiénes somos.
Y, finalmente, terminaremos con algún texto que nos ayude a orar para ponernos delante del Señor en la debilidad de lo que somos y la fortaleza de lo que deseamos. La Sagrada Escritura o la experiencia de fe de tantos hombres y mujeres de nuestra historia nos acompañarán en este apasionante camino de crecimiento en el amor que da vida.
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EL AMOR Y LA SEXUALIDAD CRISTIANA:
UN TESORO ESCONDIDO, DEMASIADO ESCONDIDO
Uno de los grandes retos en la vida, la más grande aventura quizá, es aprender a amar, a amar mucho y amar bien. Es una lección que durará toda la vida, que, a cada golpe de cincel, nos va descubriendo con dolor y sufrimiento un nuevo rostro del amor nunca antes imaginado. El amor es, sin duda, la lección más importante, pues es lo único que puede dar sentido a toda la vida.
Pero también el amor se puede enseñar. ¿Qué es, si no, lo que hacen todos los padres con sus hijos desde que vienen a este mundo? Cierto, pero, una vez que los pequeños dejan de serlo, enseñar a amar se convierte en un verdadero deporte de riesgo en el que los que más sufren los accidentes son los propios chicos. Padres, maestros, catequistas, profesores, compañeros de camino de nuestros adolescentes y jóvenes estamos llamados a enseñar a amar, y lo hacemos como mejor sabemos y podemos.
Entre nuestras estrategias y programaciones para enseñar esta difícil lección pienso que empleamos habitualmente dos, con diferente acogida y éxito. Por un lado, la mejor lección de amor que podemos ofrecerles es amar, pues la vida y los gestos son siempre fácilmente comprensibles, y ya sabemos que son mucho más poderosos que todas nuestras palabras vacías y desencarnadas. Por otro, históricamente hemos reducido nuestra propuesta ética sobre el amor a la presentación de normas, leyes, reglas, a menudo asociadas a amenazas, culpas, consecuencias nefastas para esta vida o la futura, que, podemos decir desde la experiencia docente, hoy resultan un tanto estériles.
Las normas son necesarias; todos vivimos gracias a normas que nos ofrecen ciertas seguridades en el modo de proceder, basadas en experiencias históricamente acumuladas por la humanidad o simplemente en nuestros propios errores y éxitos en la vida. Normas necesarias, sí, pero solo cuando el camino de vida buena al que apuntan y el sentido que ofrecen para colmar todas nuestras esperanzas son bien conocidos, acogidos con libertad y confianza e integrados, comprometiendo toda la vida en ello. De no ser así, las normas por sí mismas, en personas que comienzan a estrenar la libertad y la autonomía, pueden convertirse en grandes bosques que no dejan ver la maravilla del conjunto de la naturaleza y la vida abundante que de ellas brota. Las normas sin la pasión por aquello que las normas quieren defender pueden esconder el amor.
Y detrás de cada norma hay un tesoro escondido que, de ser conocido en su plenitud, haría que vender todo lo que tenemos para comprar ese campo fuera apenas un requisito menor, fácil de cumplir, a la espera de alcanzar el objeto de nuestro deseo. Es posible que, para alcanzar ese tesoro escondido, lleguemos a asumir normas propias aún más exigentes que cualesquiera de las impuestas históricamente en nuestras sociedades.
Es precisamente lo que quiero presentar en estas primeras páginas, el tesoro escondido que hay detrás de la propuesta ética cristiana en torno al amor y su expresión sexual: sus valores, bienes y principios que las conocidas normas quieren defender y preservar. Desde luego no es mi intención prescindir de las normas, tan necesarias en todo proceso educativo; lo que quisiera subrayar desde el comienzo es la necesidad de ponerlas en su lugar, que no es el primero, ni mucho menos, sino al servicio de aquello que puede dar sentido a la vida, forma a nuestras relaciones y encarnación a nuestra fe.
El amor, la vida, la pareja, la verdad o la felicidad son perlas preciosas por las que somos capaces de empeñarlo todo, sin duda, y no es difícil pensar que esta propuesta pueda ser comprendida por nuestros adolescentes y jóvenes y acogida con la pasión que solo los jóvenes saben poner en todo lo que les mueve desde dentro.
Este primer capítulo no tiene la misma estructura que los siguientes, al no presentar un tema concreto, sino más bien el sentido que trasciende a todos ellos. Pero, con todo, no me resisto a comenzar con un bello texto de Pedro Arrupe, SJ, que seguramente sea mejor comprendido desde las entrañas por nuestros jóvenes que por quienes aún nos dolemos por las cicatrices del amor.