Nombres de mujer. John T. Sullivan

Nombres de mujer - John T. Sullivan


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más húmedo sexo. Eva se apoyaba en mí mientras sus caricias en su propio sexo le habían brindado un silencioso orgasmo y su cuerpo parecía convulsionar. Yo solté mi miembro un segundo, sujetándola para asegurarme de que no cayera al suelo, mientras una sensación cálida envolvía mi miembro y lo humedecía.

      ¿De dónde había salido? Absorto por la escena y distraído por sujetar a Eva, no había visto la llegada de Jasmine, que ahora permanecía en el suelo, de rodillas y acogiendo con sus fauces mi pene en su máximo esplendor. La joven de mirada intensa y rostro impasible mamaba mi polla suavemente, con parsimonia y sin prisas. No se tocaba, mantenía las manos pegadas al cuerpo. Llevaba un corsé traslúcido que me permitía ver sus pequeños pechos, sus pezones erectos y la evidencia de no llevar nada de cintura para abajo. Eva parecía repuesta ya y seguía masturbándose mientras acariciaba la cabeza de la recién llegada, como si la recompensara por su gentileza hacia mí, como si le dijera: «Buena chica». Tan canina recompensa me hacía más compleja de entender la situación. Todas las inquilinas con nombre de flor, esa puerta entreabierta (pienso que intencionadamente) que dejaba a la percepción ajena la intimidad de aquella pareja, esa caricia perruna sobre Jasmine mientras ella me hacía tan delicada felación… y el mensaje de Eva en mi móvil.

      Dalia ahora también quiso ser abeja. Ahora era ella quien acariciaba los pechos potentes de Rosa mientras su boca libaba el mismo néctar que antes había buscado su chica. Esta gemía más suavemente, a la par que los jadeos de Eva volcaban su cálido aliento en mi hombro. Ya no sentía la boca de Jasmine en mi miembro; ahora era su mano la que me masturbaba mientras ella imitaba a Dalia en el sexo de mi amiga. Así estuvo unos minutos, hasta que empezó a atender nuestros genitales de forma alterna, sin atenderse a sí misma para nada. Su expresión seguía siendo nula; su mirada, igual de intensa, como si la cosa no fuera con ella pese a que era la que más se estaba esforzando en esa ruleta de placer que había comenzado con un gemido oído en el baño. Eva puso los ojos en blanco, lanzó un gemido tan fuerte que borró sus anteriores jadeos y un chorro de lujuria salió expelido de su sexo, bañando literalmente a Jasmine, que solo entonces pareció inmutarse un poco. Se limpió un poco la cara con las manos, lo justo para poder abrir los ojos, y volvió a mi falo, ahora imprimiendo más energía a su accionar, como si buscara que yo también me corriera y completar aquel baño de fluidos que acababa de comenzar. Chupaba, me masturbaba, me acariciaba el cuerpo y todo esto sin apenas alterar su rostro. Pero en sus movimientos, ahora algo más enérgicos, parecía que aquel squirting que le había caído encima hubiera despertado a Jasmine y por fin hubiera alguien habitando ese cuerpo que hasta entonces parecía estar poseído por la nada.

      Las chicas de la habitación ahora eran a la vez flor y abeja. Estaban haciendo un 69 y la energía parecía brotar también en ellas. Su orgasmo estaba cerca y el mío no tardaría. Jasmine ahora había vuelto a lamer el sexo de Eva, como si lo limpiara antes de besarme y darme a probar los jugos de mi amiga. Levantó una pierna, que sostuve en alto como si de un acto reflejo se tratara, y se introdujo mi miembro en su sexo. Ahora era yo el impávido, reaccionando por instinto a las cosas, pero sin ser capaz de mucho más. Aquel Jardín de los Deseos me había atrapado por completo. Jasmine se movía frenéticamente, buscando su orgasmo por fin, consciente de que el mío vendría pronto también. Dalia y Rosa seguían a lo suyo, con movimientos cada vez más convulsos y gemidos más poderosos; Eva se acariciaba sola, tirada en el pasillo, mientras Jasmine parecía convulsionar y gritaba ya de puro placer. Se agarró a mí, clavando las uñas en mis hombros, y un fuerte alarido de placer quebró aquel ambiente dominado por los gemidos de Dalia y Rosa sumados a los jadeos, ya ausentes, de Eva. Volvió a su relax inicial, a ponerse de rodillas en el suelo, a engullir mi polla con el ansia de hacía un rato. Las chicas de la habitación estallaron de placer, cambiando los gemidos por jadeos, el 69 por caricias ahora más suaves, su enérgico accionar por un relajado abrazo y besos en la cama. Y yo saqué mi miembro de la boca de Jasmine, llegando al éxtasis, que bañó de mí sus pechos y su barbilla. Luego nuestros cuerpos yacieron inertes junto al de Eva, en el suelo, y harían falta unos minutos antes de que nos pudiéramos volver a las habitaciones.

      Fue el oído quien me guio a lo que pude ver. Pude degustar los jugos de Eva a través de Jasmine, cuyo tacto en mi sexo me hizo llegar a tal placer. Pude oír los jadeos de Eva, pude sentir el placer de Jasmine, pude incluso meterme en la piel de las chicas y experimentar cómo mis sentidos se intercambiaban con los suyos. Sí, quizá en este Jardín de los Deseos los sentidos fuesen la mejor guía. Y no, no me he olvidado del olfato. Porque, ante esta experiencia, me huelo que en cuanto se pueda lo vamos a repetir.

      Yuye y el turno de Miguel

      Pasaron algunas semanas hasta que volvimos a quedar con Josela y Miguel. Es cierto que Yuye y yo lo habíamos pasado genial con ella en aquel trío que improvisamos gracias al vicio contenido de nuestra amiga, a la ausencia de Miguel y a la picardía de Yuye en provocarla. Pero Josela había estado muy dubitativa desde entonces, dudando entre contar o no la experiencia a su marido, tan chapado a la antigua y tan cerrado a cambios en su forma de ver las cosas. No obstante, Yuye tenía un plan para tratar de que Miguel entrase también al juego y abandonara sus tabúes. Ella los conocía mejor que yo y sabía que, al igual que Josela, estaba deseando romper sus cadenas y prejuicios. Miguel tenía deseos enterrados en su ser que estaban deseando salir.

      Yuye se compinchó con Josela, que tras varios días de reflexión entendió que quizá se sentiría mejor si ambos tuvieran un secreto que callar y una nueva apertura que plantearse. Mi chica y yo nos encargaríamos de eso. Al fin y al cabo, ella había disfrutado de aquella liberación que supuso aquel trío y quería seguir experimentando. El problema para ello dormía cada noche a su lado. Así que volvimos a quedar con ellos a comer en su casa, como de costumbre. Como siempre, llevamos el vino y algo de postre. Ellos tenían pensado hacer un guiso tradicional, especialidad de Miguel. Josela le asistía en la cocina como ayudante; les encantaba cocinar y se lo repartían. Solíamos bromear con él diciendo que menos mal que en algo se había adaptado a los tiempos con lo carca que era para todo. Precisamente, aquel día estábamos dispuestos a que avanzara en algo más.

      La comida transcurrió de forma amena, como siempre, con las típicas bromas y chascarrillos. El vino se acabó pronto y los postres dieron paso a una sobremesa de las de café, copa y pitillo, pues no éramos mucho de fumar puros. Esta vez dejamos a Miguel elegir película mientras reposábamos la comida. Nos tumbamos las dos parejas en el enorme sofá y Yuye ya estaba lista para comenzar con su plan. Estaba a mi lado, flanqueada por mi cuerpo y el brazo del sofá. Dejó pasar un tiempo prudente antes de, con disimulo, sacar su móvil y llamar a Josela sin que nadie la viera. Josela simuló hablar con alguien mientras se alejaba hasta la cocina. «Tengo que irme, vuelvo en un rato. Mi madre necesita que la ayude». Salió con rapidez y nos dejó a los tres solos. Yo iba cerrando los ojos, haciéndome el dormido. Todo estaba listo para sacar a Miguel de sus tabúes y darle a conocer la libertad y la perversión.

      «Hace calor aquí», dijo Yuye despojándose de su camiseta y dejando sus pechos al aire. La táctica más vieja del mundo para provocar al hombre más antiguo del mundo. Miguel no podía apartar la mirada de aquellas tetas firmes y medianas que le saludaban con descaro. Ella sonrió picarona. «No te asustes, no te van a morder. Tú a ellas… puede». Miguel sudaba, apabullado por la situación. Una mujer estupenda, su pareja durmiendo y Josela fuera de casa. Era la ocasión perfecta para echar una cana al aire si se daba la situación. Yuye hurgaba más en el asombro de nuestro amigo. «¿Quieres tocarlas?». Miguel señaló con su dedo hacia mí y Yuye hizo un gesto como restándole importancia. «Vamos, tonto, tócalas si quieres». Miguel acercó tímidamente sus manos y se estremeció al notar la tersa piel de mi chica y sus pezones duros. Se ve que a Yuye también le estaba dando mucho morbo la escena que ella misma había montado.

      Poco a poco fue perdiendo la vergüenza y amasando con sus manos los pechos de mi chica. Ella desabrochó su camisa y dejó al aire el torso peludo de nuestro amigo. Miguel se iba viniendo arriba, como bien reflejaba cierta parte de su pantalón, y empezó a mordisquear y chupar los pezones de Yuye. El pájaro ya estaba en la cazuela. Ella tiró de él para hacerlo levantar y bajó sus pantalones de un tirón, dejando el miembro erguido de Miguel al descubierto… por poco tiempo, lo que tardaron en apresarlo las fauces excitadas


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