Black Sabbath. César Muela
The Eternal Idol, segundo intento
Headless Cross: un intento para regresar a la oscuridad
Tyr: el de la mitología nórdica
5. Años noventa: el principio del fin
El regreso de Ronnie James Dio
Dehumanizer: en busca de la esencia perdida
Los años de Tony Martin (parte II)
Cross Purposes: la gran reivindicación de Tony Martin
Forbidden: las cosas todavía podían ir peor
6. Años 2000: la gran traca final
Siguen los conciertos y Ozzy se hace una estrella de la televisión
Heaven and Hell, el último gran grupo con Dio
Con Black Sabbath nunca se sabe
7. Anécdotas: las típicas cosas para decir que eres un experto en Black Sabbath
8. Las influencias de Black Sabbath en otros grupos
10. Músicos hablan y reflexionan sobre Black Sabbath
1. Introducción
La historia de Black Sabbath está teñida de la peor de las suertes, un festín de todo tipo de drogas y algún que otro triunfo. Es una especie de montaña rusa en la que han demostrado ser capaces de llegar a lo más alto, pero también de caer en lo más bajo. Y, además, paradójicamente, esto les pasaba de forma cíclica; siempre que alcanzaban un punto álgido, a continuación venía una enorme caída. Y, aunque el golpe fuera duro, volvían a la carga, se reponían y reiniciaban la partida, como si fuera un videojuego. Eso sí, cada vez con menos comodines y vidas extra.
Quizá ese afán de superación ha estado siempre en el ADN de esos cuatro chicos que vivían calle con calle en un barrio de Birmingham, y que a finales de los años sesenta decidieron empezar a tocar versiones de blues de grupos como Crow o The Aynsley Dunbar Retaliation. A decir verdad, la formación no prometía mucho.
Por un lado tenías a John, un chico que a los 18 años ya había estado seis semanas en la cárcel por robar en una tienda algo de ropa, y cuya única experiencia cercana a la música era haber trabajado en una fábrica afinando bocinas de coche. En el colegio le llamaban Ozzy y decidió que cantar podía ser una buena idea. Aparte de su nula experiencia o formación musical, había una pega: no se enteró hasta sus 30 años de que tenía dislexia y trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Ambas cosas le habían frustrado mucho porque le costaba leer y concentrarse y no supo por qué hasta que recibió el diagnóstico.
Al otro lado tenías a Tony, de abuelos heladeros que emigraron de Italia a Reino Unido para ganarse la vida. Era el tipo guay en el instituto porque tocaba la guitarra. Poco después llegó el momento que marcó su vida: un accidente que le amputó parte de los dos dedos centrales de su mano derecha. Coincidencias de la vida, los mismos que utiliza para presionar las cuerdas de la guitarra porque es zurdo. Para más inri, le sucedió justo el último día en la fábrica en la que trabajaba antes de que se fuera a dedicar plenamente a la música. Nadie se imaginaba que este hecho marcaría tanto su futuro y el de la historia de la música moderna.
Black Sabbath, cuatro tipo de Birmingham que acunaron el heavy metal.
También estaba Terence, al que todos llamaban Geezer. Era el bajista, aunque como no se podía permitir comprar la cuarta cuerda de su instrumento, tocó un tiempo solo con las tres primeras. Eso hasta que tuvo un bajo, claro, porque empezó tocando con una Fender a la que bajaba la afinación para simular ese sonido más grave.
Por último estaba Bill, que empezó a tocar la batería con 15 años influenciado por bateristas de jazz de los años cuarenta como Gene Kupra, o por figuras de los sesenta como Ringo Starr, John Bonham o Larrie Londin. Más que llenar de golpes cada compás, le gustaba mucho jugar con los silencios y el aire en las canciones.
Así que, sí, tenías una banda de versiones de blues con un cantante disléxico, un guitarrista con dos dedos de su mano principal amputados, un bajista sin dinero para comprar cuerdas para su instrumento y, al menos, para compensar, un baterista al que le gustaba tomarse las cosas en serio. Desde luego, con esta presentación nadie diría que estos cuatro ingleses acabarían haciendo historia en la música, llenando estadios, siendo escuchados por millones de personas y, sobre todo, poniendo los pilares de un estilo desconocido hasta entonces: el heavy metal.
Decir que la música heavy metal no existía antes de Black Sabbath puede ser algo atrevido. En los años sesenta el término «heavy metal» se había usado para referirse a los metales pesados de la tabla periódica de los elementos químicos, aunque también empezaron a aparecer referencias en la cultura popular. Es el caso de William S. Burroughs y sus novelas La máquina blanda (1961) o Expreso Nova (1964), en las que usaba «heavy metal» para referirse al consumo de drogas. En la música, la primera mención apareció justo por influencia de estas novelas de Burroughs en el disco Featuring the Human Host and the Heavy Metal Kids (1967), de Hapshash and the Coloured Coat, una formación inglesa de rock psicodélico y avant-garde que nada tiene que ver con lo que hoy conocemos como heavy metal.
Bandas de los años sesenta como Iron Butterfly, Cream o Blue Cheer sí se aproximaban más a esos sonidos duros, pero no fue hasta 1968 que empezó a fraguarse ese «metal pesado» musical. Curiosamente, justo en ese año, 1968, nacieron los tres grupos precursores del género: Black Sabbath, Deep Purple y Led Zeppelin. Cada uno a su manera y no sin ciertas rivalidades entre ellos, ayudaron a moldear un tipo de música que se erigía sobre un volumen brutal, riffs de guitarras muy distorsionadas, bases rítmicas pesadas, voces melódicas a la par que estridentes para el estándar de la época, y unas letras muy oscuras y melancólicas, que chocaban contra las más amables