¿Para qué molestarnos en hacer oír nuestras voces?. Selim Erdem Aytaç
de los manifestantes; por el contrario, las protestas se extendieron a muchas otras ciudades iraníes. Esta dinámica no es inusual. Mostramos en varios escenarios que el aluvión de protestas no es una mera deriva de la brutalidad policial, sino que suele ser causado por esta.
Algunas semanas antes y a medio mundo de distancia, se produjo un hecho tal vez tan sorprendente como las extendidas protestas en el Irán autoritario: un demócrata conquistó una banca en el Senado de los Estados Unidos en representación de Alabama. Una de las razones de su victoria fue que los afroamericanos concurrieron en gran cantidad a las urnas. Alabama es uno de los varios estados sureños que en los últimos años han promulgado estrictas leyes para controlar la identidad de los votantes. En muchos sectores se considera que dichas leyes constituyen un esfuerzo para eliminar la participación electoral de los votantes afroamericanos. Sin embargo, en la elección senatorial de 2017 el índice de concurrencia de votantes negros a las urnas fue más alto que el registrado entre los votantes blancos.
¿Por qué los afroamericanos de Alabama fueron a votar en mayor cantidad en un momento en que los costos del voto, tanto en dinero y tiempo como en trastornos, se habían elevado? Según algunos politólogos, una movilización electoral más intensa contrarrestó los efectos desalentadores de las leyes de identidad de los votantes: la concurrencia a las urnas fue más alta a pesar de dichas leyes.[1] Esta interpretación tiene, sin duda, mucho de cierto. Pero una activista comprometida con las iniciativas para incitar a votar en las comunidades negras de Alabama sugirió otra explicación. A juicio de LaTosha Brown, las leyes de identidad de los votantes tienen en sí mismas un impacto movilizador. “Histórica y tradicionalmente ha habido una fuerte voz de resistencia a las [medidas] antidemocráticas.” En otras palabras, la concurrencia de los afroamericanos a las urnas experimentó un súbito crecimiento no a pesar de esas leyes, sino debido a ellas.
Escribimos este libro en procura de encontrar una teoría que convirtiera esos hechos –que son anomalías en las explicaciones basadas en los costos y los beneficios– en predicciones.
Muchas personas nos ayudaron a desarrollar las ideas y llevar a cabo la investigación presentadas en este libro. Nuestra mayor deuda es con sus coautores. Luis Schiumerini participó con nosotros en nuestro estudio de los movimientos sociales y fue coautor de artículos que utilizamos en los capítulos 4 y 5. Eli Rau trabajó a nuestro lado en investigaciones sobre el desempleo y la concurrencia a las urnas, de las que nos valemos en el capítulo 5. También tenemos una deuda con nuestros excelentes asistentes de investigación. Melis Laebens y Gülay Türkmen-Dervişoğlu nos ayudaron a estudiar el levantamiento del parque Taksim Gezi, en Turquía. Leónid Peisajin y Anastasia Rosóvskaia hicieron entrevistas en Kiev sobre las protestas de Euromaidán, en Ucrania. Simge Andı, Ezgi Elçi, Fatih Erol y Firuze Simay Sezgin aportaron su ayuda en materia de reseñas de la literatura y los gráficos del libro. Maria Tyrberg nos ayudó a navegar los datos de los Estudios de las Elecciones Nacionales Suecas; Nedim Barut prestó su asistencia en la implementación de nuestra encuesta de Estambul, tratada en el capítulo 5.
Agradecemos el apoyo institucional de las Universidades de Koç y Yale. Zeynep Gürhan-Canlı, decano de la Facultad de Ciencias Administrativas y Economía de Koç, e Ian Shapiro, director del MacMillan Center for International and Area Studies de Yale, nos brindaron apoyo y aliento, por lo cual estamos muy agradecidos. El MacMillan Center es la sede del Yale Program on Democracy (YPD, Programa Yale sobre la Democracia). En talleres de este programa, recibimos invalorables consejos de Kate Baldwin, Ana de la O, Germán Feierherd, Hélène Landemore, Adria Lawrence, Virginia Oliveros, David Rueda, Inga Saikkonen, Milan Svolik y Tariq Thachil. También queremos expresar nuestro agradecimiento a Steven Wilkinson, director del Departamento de Ciencias Políticas de Yale, por su apoyo y su amistad. Sue Stokes pasó un año en la Russell Sage Foundation, donde sus “compañeros becarios” hicieron útiles aportes. Sue está especialmente agradecida con Elizabeth Cohen, Mona Lynch, Phil Cook y Tom Palfrey, así como con Sheldon Danziger, Suzanne Nichols y el personal de la fundación.
Recibimos una enorme retroalimentación de varios otros investigadores: Mark Beissinger, Ali Çarkoğlu, Andy Eggers, Tim Feddersen, Miriam Golden, Greg Huber, Edgar Kaiser, Özge Kemahlıoğlu, Timur Kuran, Jodi LaPorte, Margaret Levi, Doug McAdam, Ezequiel González Ocantos, Karl-Dieter Opp, Henrik Oscarsson, Shmulik Nili, Tom Palfrey, Steve Pincus, Hari Ramesh, Bryn Rosenfeld, David Rueda, Andy Sabl, Anastasia Shesterinina, Jazmín Sierra, Nick Valentino y Elisabeth Wood. También queremos reconocer y agradecer a los participantes de seminarios en Yale, la Universidad de Essex, la Universidad Sabancı, la Universidad Koç, la Universidad de Princeton, la Universidad Northwestern, la Universidad de Nueva York, la Universidad de Maryland, la Universidad Boğaziçi, la Universidad de Rochester, la Universidad Texas A&M, la Universidad Bahçeşehir, la Universidad de Georgetown, la Universidad de Chicago y la Universidad de Gotemburgo.
Robert Dreesen, nuestro editor en Cambridge University Press, nos alentó y manejó el proyecto a través del proceso de revisión con gran eficiencia y generosidad. Le estamos muy agradecidos, así como a dos revisores anónimos y a Kathleen Thelen y Erik Wibbels, editores de la colección “Comparative Politics”. Agradecemos asimismo a Jackie Grant y Robert Judkins, de Cambridge University Press, y a Anya Hastwell, por su asistencia con el manuscrito.
Por su ayuda en la producción de la versión castellana de nuestro libro, agradecemos a Ana Galdeano de Siglo XXI Editores, y a Horacio Pons por su excelente traducción.
Erdem agradece a su esposa, Büke, por su amor, su aliento y, en especial, por su paciencia mientras él dedicaba varias noches a conversar con Sue sobre el proyecto, Skype mediante. Debemos el título a una sugerencia hecha por Jan King en una cena que Sue disfrutó con ella, Tony King y Steve Pincus. Sue agradece a Jan por su sucinta frase. Extrañamos a Tony.
[1] El politólogo Eitan Hersh le dijo a The New York Times: “Es complicado evaluar esas leyes. Alabama era un lugar donde había muchas actividades de campaña, y cuando estas se intensifican, hay una gran cantidad de iniciativas de movilización” (Blinder y Wines, 2017).
Introducción
Una reconsideración de la participación política
Es difícil exagerar lo que está en juego en la participación popular en elecciones y protestas. Si la concurrencia a las urnas hubiera sido mayor en ciertos lugares de Míchigan, Pensilvania y Wisconsin el 8 de noviembre de 2016, Hillary Clinton podría haberse convertido en la cuadragésima quinta presidente de los Estados Unidos. Si la concurrencia hubiese crecido un poco entre los votantes jóvenes británicos el 23 de junio de 2016, el Reino Unido tal vez habría decidido permanecer en la Unión Europea. Si en el invierno europeo de 2013-2014 no se hubiera desatado una ola de protestas en Kiev, el gobierno de Víktor Yanukóvich quizá habría podido permanecer en el poder en vez de caer, tal como sucedió en febrero de 2014 y, en ese caso, Rusia no habría invadido Crimea ni habría estallado la guerra en el este de Ucrania. Los cambios en el nivel de participación popular pueden modificar la historia mundial.
Sin embargo, para explicar por qué la concurrencia a las urnas sube o baja y los movimientos estallan o se desinflan, los científicos sociales –y hasta cierto punto, las campañas y los activistas– se apoyan en teorías e ideas insuficientes. Algunas dependen de supuestos que toman poco en cuenta la psicología humana. Otras omiten predecir regularidades que observamos en todo el mundo.
La elección presidencial estadounidense de 2016 y sus secuelas ilustran con claridad esas deficiencias. La campaña se distinguió por un lenguaje duro contra los musulmanes y los inmigrantes mexicanos. En esos momentos, muchos ciudadanos musulmanes que no se habían molestado en registrarse para votar lo hicieron, y muchos inmigrantes mexicanos iniciaron los trámites para adquirir la ciudadanía estadounidense (Pogash, 2016; Gonzalez-Barrera, 2017). Una explicación natural es que la cruda retórica de campaña enojó e infundió miedo a integrantes de esos grupos, que vieron entonces la importancia crucial que la elección venidera tenía para ellos. Durante décadas, “muchos musulmanes no veían demasiada diferencia entre los partidos”, explicó un hombre que participaba de una campaña