La belleza del mundo. Cory Anderson

La belleza del mundo - Cory Anderson


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retrocedió con brusquedad. Se miró el brazo, tragó aire, sacó el lápiz y lo dejó caer. Una mancha roja se expandió por su manga. Se estaba ahogando con sus propios jadeos.

      Ella lo miró fijamente. Inmóvil como una piedra. El lápiz yacía a sus pies. Él la empujó contra el casillero.

      —¡Perra!

      —Déjala en paz —dijo Jack.

      Cuando Luke se volvió, vio a Jack parado allí, callado.

      —¿Qué?

      —Déjala en paz.

      La respiración de Luke se hizo más lenta. Separó los pies y sonrió.

      —Josh Dahl. O Jack. ¿Cierto? ¿Qué quieres?

      —Ya te dije lo que quiero.

      —Eso hiciste.

      Jack no respondió.

      Luke miró a la chica y luego a Jack.

      —¿Sabes quién soy? Porque no soy alguien con quien realmente quieras meterte.

      —Sé quién eres —dijo Jack.

      Luke se sonrojó. Algunos chicos se habían detenido y estaban mirando. La chica no dijo nada. No se había movido en absoluto. Podría haber sido muda por lo que Jack sabía.

      —¿Cómo está tu papá, Jack? —dijo Luke—. ¿Cómo la está pasando? ¿Lo ves a menudo?

      Jack esperó sin responder.

      La confusión cruzó el rostro de Luke. La duda.

      —¿Qué quieres?

      Jack se sentía muy apartado de sí. Muy lejos. Como si se estuviera observando a sí mismo hablando con Luke a la distancia. Miró las manos de Luke.

      —Necesitas buenas manos para el futbol, ¿cierto? Un mariscal de campo debe tener buenas manos para lanzar la pelota.

      —¿Qué?

      Jack se quedó allí, mirándolo.

      La sangre goteó por el brazo de Luke y salpicó el suelo en pequeñas gotas. Se lamió el labio superior.

      —¿Eso es algún tipo de amenaza?

      Jack sólo esperó.

      Luke miró por el pasillo en ambas direcciones, como si pudiera haber algún amigo allí. Nadie se movió. Ya se había reunido toda una multitud. Nadie hablaba. Nadie reía.

      Silencio. En algún lugar, un casillero rechinó al abrirse.

      Luke se encogió un poco de hombros. Su boca se esforzó por encontrar las palabras.

      —Como sea, imbécil. No vale la pena que pierda el tiempo contigo —miró a la chica—. Y tampoco con ella.

      Observó con atención a Jack por un rato más. Luego dio un paso atrás, se volvió, se abrió paso entre los estudiantes y salió huyendo por la puerta.

      Un murmullo se elevó entre la multitud. Rostros del pasado. Chicos que alguna vez habían sido sus amigos. Años atrás. Jack pudo escuchar fragmentos de conversación.

      —Maldición. ¿Viste a Luke?

      —Ella le encajó un lápiz…

      —Ése es Jack Dahl. Su padre es el que…

      Jack observó a los estudiantes que estaban hablando. Sus voces se apagaron al verlo, hasta que no hubo ningún sonido en ninguna parte. Los miró fijamente. A cada uno de ellos. Sus rostros. ¿Cómo sería? ¿Cómo sería ser así? ¿Tan normal? Los observó hasta que, uno por uno, apartaron la mirada. Él sabía en quién estaban pensando. Eres como él, pensó. Acorralado en una esquina, eres igual que él.

      Sonó el timbre y la multitud cobró vida.

      El ruido regresó. Los espectadores se movieron.

      Miró a la chica. Tenía la cabeza inclinada y su cabello oscuro ocultaba su rostro. Él se agachó, recogió los papeles sueltos y levantó uno de sus libros. La portada mostraba un globo aerostático con letras descoloridas en la parte superior. Cálculo, quinta edición. Se enderezó y le tendió los papeles.

      —¿Estás bien?

      Ella levantó la cabeza y lo miró a los ojos: la vio claramente por primera vez. Mejillas de manzana y piel desnuda. Ojos de un doloroso color avellana. Su voz salió con aspereza.

      —Aléjate de mí.

      Él dio un paso atrás.

      Ella le arrebató los papeles. Jack vio un tatuaje en el interior de su muñeca. Un corazón. Negro como el ónix. Un pequeño corazón negro.

      Ella giró sobre sus talones. Su espalda muy recta; su cabello, una revolución de giros y espirales. Caminó por el pasillo hasta el baño de chicas a grandes zancadas y desapareció en su interior.

      Jack se quedó allí parado, estúpidamente, sosteniendo su libro en la mano. El pasillo ahora estaba vacío. Entonces abrió la tapa. Su nombre estaba impreso en letras negras en la parte superior, con su número de teléfono escrito debajo.

      AVA.

      Se quedó examinando el libro por un minuto y se preguntó por qué Ava tendría tanto miedo. Luego abrió su mochila y guardó el libro dentro.

      Aléjate de mí.

      Qué frase tan encantadora.

      Debería haberle dado las gracias a Jack. Trató de ayudarme. Levantó mi libro. Debería haberle agradecido. Pero tienes que entender: yo sabía quién era Jack. Lo supe en cuanto Luke dijo su nombre.

      Jack Dahl.

      ¿Cómo está tu papá, Jack? ¿Cómo la está pasando?

      Jack era el hijo de Leland Dahl.

      Leland Dahl, que robó una casa de empeño con mi padre y fue a la cárcel. Leland Dahl, que sabía dónde estaba el dinero.

      En el baño, me lavé las manos. Las lavé una vez, las froté. Las lavé de nuevo. Luego entré en un cubículo y cerré la puerta. La respiración se estremecía y temblaba a través de mí. Los pensamientos me golpeaban en una rápida y afilada secuencia.

      Jack Dahl es peligroso.

      Mantente alejada de él.

      Mantente alejada.

      Tanto como puedas.

      He hablado un poco de mi padre. Su nombre es Victor Bardem. No le digo padre. Yo tenía diez años cuando robó Lucky Pawn. Fue un martes de agosto. Llegó a casa muy tarde en la noche, con un hombre al que nunca había visto. Debería haber estado dormida, pero no teníamos aire acondicionado y hacía calor. Mi camisón se pegaba a mi piel incluso sin tener las sábanas encima. En ese momento vivíamos en un remolque en las afueras de Rigby. Mamá ya se había ido en ese momento.

      Esto es lo que sucedió.

      Bardem apaga el motor de la Land Rover y se baja. Se para frente al remolque, lo observa. Una pálida silueta con revestimiento de aluminio. La luna es una rendija en el cielo. El otro hombre sale por el lado del pasajero. Tiene un bigote que cuelga a ambos lados de su boca y un tatuaje en el brazo de un par de manos juntas, en señal de oración. Lleva una escopeta con el cañón recortado. Mira a Bardem y espera.

      Bardem está ahí, analizando el remolque. Las ventanas oscuras. Nada se mueve en su interior. La lámpara sobre la puerta arroja su resplandor sobre el porche delantero.

      —¿Crees que se haya ido con el dinero? —dice el otro hombre.

      —Sí, eso creo.

      —¿Crees que haya escondido el maletín en alguna parte?

      Bardem sonríe


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