La belleza del mundo. Cory Anderson

La belleza del mundo - Cory Anderson


Скачать книгу

      El hombre escupe sobre la tierra. Gotas de sudor resbalan por su frente. No se mueve el aire. Cojea hasta el porche y se apoya en la barandilla. Sostiene la escopeta en una mano, con el cañón apuntando al suelo. Una sombra oscura mancha el muslo izquierdo de sus jeans. Asiente con la cabeza hacia el remolque.

      —¿Tienes un vendaje allí dentro?

      Bardem no parece oírlo. Inclina la cabeza hacia el remolque como si estuviera escuchando algo.

      Todo está callado. Un búho ulula.

      —¿Quieres ir a buscarlo? —pregunta el hombre—. Podríamos intentar encontrarlo.

      Bardem permanece inmóvil.

      —¿Sabes dónde escondería algo?

      El hombre sacude la cabeza.

      —No. Pero tú lo conoces mejor. Sabes dónde vive.

      Se seca el sudor de la frente y cojea con la pierna sana.

      —Estoy sangrando mucho. ¿Tienes algunas vendas?

      —¿Estás seguro?

      —¿Qué?

      —Dije: ¿estás seguro? Que no sabes dónde escondería algo.

      —No lo sé.

      Bardem posa los ojos en el hombre. La sonrisa se demora en sus labios.

      —Necesito hacer algo con esta pierna —el hombre se acerca al porche y vuelve a mirar el remolque—. ¿Tienes antibióticos?

      —¿De qué me sirves?

      El hombre lleva rápidamente su mirada a Bardem.

      —¿Qué?

      Bardem se inclina hacia atrás en su silla y estudia al hombre. La sonrisa se ha ido ahora, pero la voz permanece tranquila.

      —Dije: ¿de qué me sirves? No sabes dónde está el maletín.

      Los dedos del hombre se tensan sobre la escopeta, pero Bardem ya tiene una pistola en la mano, que sacó del cinturón y apunta ahora directo a la cabeza del hombre.

      —Suéltala —dice Bardem.

      El hombre no se mueve. Bardem observa el pánico que arde en sus ojos. Ya antes ha visto este pánico.

      —Creo que comprendes —dice Bardem— tus posibilidades en esta situación.

      El hombre deja caer la escopeta. Cae ruidosamente del porche y levanta una nube de tierra seca.

      —No hay necesidad de que lleguemos a esto.

      —Pero aquí estamos.

      —Podría irme…

      —¿Alguna vez te has cansado de escuchar tu propia voz?

      La boca del hombre se estremece.

      Bardem se reclina en la silla, sosteniendo la pistola.

      —¿Sabes cuántas personas están enteradas de lo que pasó esta noche? Te lo diré. Tres. Yo. Tú. Dahl. Demasiados. No me gusta.

      —Dije que me iré.

      Bardem mira el remolque. Baja la pistola.

      —Te diré una cosa —dice—. Resolveremos esto como hombres. Vamos a dar un paseo.

      Entran en la Land Rover y se alejan en el polvo en medio de la noche oscura.

      Media hora después, Bardem regresa solo.

      Se sienta en la silla de jardín. Saca un cigarro y un encendedor del bolsillo de su camisa, enciende un Marlboro y fuma. El extremo encendido forma un tenue círculo rojo en la oscuridad. Hay sangre en sus botas de piel de avestruz.

      Deja caer la colilla del cigarro y la aplasta. Silba suavemente.

      Con una manguera, lava la camioneta. El tapete de plástico que está sobre la alfombra. Vuelve y echa tierra sobre la sangre del suelo con el costado de la bota. Los grillos chirrían a lo lejos. Sube los escalones del porche hasta el remolque.

      No enciende una luz. En la cocina, se lava las manos y las seca con una toalla limpia. Quita la sangre de sus botas. El refrigerador zumba. El remolque huele a hierbas. Hay albahaca junto al fregadero. Se mira en el reflejo de la ventana. Su aspecto es pulcro. Ecuánime. Escucha de nuevo.

      Camina hacia la puerta del dormitorio de Ava. Se detiene, pega la oreja a la puerta y luego toma la perilla y la gira.

      Ava está en la cama. Acurrucada bajo las sábanas. Con los ojos cerrados.

      Ha estado mirando por la ventana.

      Yace muy quieta. El aliento entra y sale de su cuerpo. Casi silencioso. Su rostro terso. Hay un muñeco de peluche en la cama, junto a ella: un pequeño chango de pelaje marrón. Quiere alcanzarlo, pero no lo hace. No se mueve.

      Sus pasos son silenciosos, pero ella sabe que él está allí. Huele su loción.

      Se sienta en la silla junto a la cama. Callado. Ella siente su oscuridad allí. Espera. Respira. Su corazón aletea agitado contra las paredes de su pecho. Yace en las sombras y piensa en cielos azules y caballos palominos y cosas felices. Espera, espera.

      Él se pone en pie y se acerca a la cama. Espera ahí. Se inclina y roza el cabello de ella con los labios. Ella no se mueve.

      La habitación está en silencio.

      Él vuelve a sentarse en la silla.

      Cuando ella despierta, él ya se ha ido.

      Encontraron a ese hombre en algún lugar de la Ruta 20. Todos dijeron que lo había matado el padre de Jack. Pero no fue así.

      Parece que la mayoría de la gente ya no cree en el bien y en el mal. Te sonríen con indulgencia si hablas de esas cosas. Como si hubieras visto demasiadas películas o algo así. Pero puedo decirte que el mal es real. Yo he visto su rostro. Puro y simple. He escuchado su voz. Lo he mirado a los ojos, y una vez que ves al mal a la cara, entiendes. Ni siquiera te haces preguntas.

      Me dije a mí misma que me mantuviera alejada.

      Jack es peligroso, dije. Mantente alejada de él. Tanto como puedas.

      Y planeaba mantenerme alejada.

      En verdad.

      Pero Jack me atrae hacia él como la Tierra a la luna.

      Y yo no me alejo.

      Lo vi cuatro veces más.

      Después de la escuela, Jack caminó por Main Street de tienda en tienda, buscando un lugar abierto. La mayoría de los edificios estaban abandonados. Tenían los vidrios rotos, las puertas tapiadas y los ladrillos desmoronados.

      La nieve susurraba en su caída desde un cielo gris agazapado. Los frágiles copos se hacían más espesos. A la deriva, como ceniza en algún mundo apocalíptico. Ya crudamente frío. Jack cerró la cremallera de su abrigo, sopló en sus manos ateridas y las metió en sus bolsillos. Sentía cada parte de su cuerpo dolorida y cansada.

      La chica de la escuela seguía robando sus pensamientos. Su cabello del color de una cáscara de nuez oscura. Sus ojos caídos, sus labios. Algo acerca de ella estaba más allá de su comprensión. Pronunció su nombre en su cabeza y luego lo dijo en voz alta. Ava. Ella debía ser nueva. Nunca antes la había visto. Trató de imaginar por qué había escapado de él en el pasillo, pero no encontró nada. Estaba asustada. ¿Por qué? No importa, pensó. Tienes otras cosas de qué preocuparte que una chica. Toda una larga lista de cosas.

      Matty.

      Dinero.

      Trabajo.

      Si no encontraba trabajo, se quedarían sin comida en dos días. Tal vez tres.

      Podría ser que


Скачать книгу