El Último Tinigua. Hugo Mantilla Trejos

El Último Tinigua - Hugo Mantilla Trejos


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      Un día conocimos la selva

      del lejano Orinoco.

      mi hogar, el guayabero

      ese río caudaloso

      nada tenía que ver

      con la fuerza del otro.

      Este rinde sus aguas

      sumiso, silencioso

      cuando ya ha recorrido

      su mundo cavernoso

      y el horizonte abierto

      se presenta a sus ojos;

      después ya convertido

      en el Guaviare hermoso.

      Siempre tengo presente

      el cañón majestuoso

      por donde el guayabero

      rompió en tiempos remotos,

      los recios farallones

      de pedruscos rocosos

      y entre tumbos recorre

      los paisajes umbrosos

      de la selva imponente

      del pariente piapoco.

      Pero ahora nos cambiaron

      la cultura se ha roto,

      pues no la arrebataron

      como bichos rabiosos,

      los que se creen los dueños:

      ¡Y nosotros, nosotros!

      Los blancos nos robaron la selva

      les importa muy poco.

      Siento rabia en mi ser

      muy semejante al potro

      que revienta la brida

      en la puerta del “coso”

      y corre desbocado

      como el viento de agosto

      dejando a cada paso

      el dolor del acoso.

      Las aves se marcharon

      sin hacer alboroto,

      se fue la maracana,

      el turpial, el conoto

      voló como vencido

      y se fue al Mato Groso,

      igualmente el turpial

      de canto melodioso.

      Un lamento se ahoga

      cuando el sol agoniza

      silente tras los yopos.

      Grite tanto como me dio el aliento

      fue testigo la roca

      de colores hermosos

      que sirven de camastro

      al río portentoso

      cuál es el guayabero

      desde tiempos ignotos.

      El Tinigua está solo

      se le enmudeció el rostro,

      se cerraron sus ojos,

      se murió poco a poco

      dejando en la penumbra

      un adiós doloroso

      lo mato la injusticia

      ¡lo matamos nosotros!

       Señora Colombia

      ¡Señora Colombia

      te ha nacido un hijo!,

      no es blanco, no es negro,

      es puro es un niño indio.

      Nació como todos

      con fuertes lloridos

      con la diferencia de que allá en la selva

      no oyeron el grito sino la penumbra

      y el quedo silente

      que preña la selva.

      Nació solo…solo con la madre india

      dentro del bohío.

      Él no tuvo médico

      vino solo al mundo.

      Los gritos ahogados de una madre india

      los trasmitió el eco

      de la selva virgen

      por todas las tribus,

      y una clara luna

      que filtra sus rayos

      alumbró aquel nido.

      Después, unos dientes cortan el ombligo

      y una cataplasma de hojas y caraña

      calma los dolores

      trayéndole alivio.

      Y por cuna? .un chinchorro de moriche fino

      tejido por el indio macho que lo procreara.

      Y entonces la madre,

      con ese cariño,

      que entregan las madres

      le brindó en su leche jugo de fariña,

      sin sabor a leche con sabor a insípido

      y el niño se calma su hambre de nacido.

      No tuvo regalos como todo niño,

      no hubo la alegría como en otras partes

      cuando nace un hijo.

      El tiempo en la selva sigue de continuo,

      con ojazos tristes ve el niño hacia el río

      y escucha que aúlla

      el perro que siente la pena, el olvido

      en que esta su hermano…

      su dueño, su amigo.

      El viejo esguaza las aguas del río,

      con los aleteos del frágil potrillo.

      Mira en lontananza con ojos perdidos

      que ya dejó atrás su viejo bohío,

      con su vieja la india, con su mozo el hijo,

      y hasta siente miedo del agua que tiembla,

      del perro que aúlla…

      Mientras en el aire, en el aire tibio,

      se mezclan vapores de selva, vapores de río,

      y un poco de paz allá en el bohío.

      Transcurren los años

      y ya desandado el largo camino

      el indio encuentra que todo,

      para el se ha perdido.

      Y se encuentra solo,

      no encuentra a su hijo,

      no encuentra a su india,

      se los ha llevado el pesado olvido

      en que se desgranan las palmas dormidas.

      No te das de cuenta señora Colombia,

      es que no comprendes que somos tus


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