El Último Tinigua. Hugo Mantilla Trejos

El Último Tinigua - Hugo Mantilla Trejos


Скачать книгу
abandonados, los desconocidos,

      que sufren, que gimen,

      los que lloran tristes al pie de los yopos

      sintiendo tu olvido?

      ¡Señora Colombia

      te ha nacido un hijo!

      no es blanco, no es negro,

      ¡es puro, es un indio!

       Indio soy

      Indio soy.

      Estoy firme mirando

      la inmensidad de la llanura.

      Tras de mí está la selva . . .

      ella ha sido mi cuna

      y la de mis hermanos

      que hace tiempo se fueron

      para un país lejano.

      Esa selva es mi madre…

      conocí en lunas claras

      sus misterios lejanos

      y en soleadas mañanas

      el canto de los pájaros.

      Me enseño a hacer la flecha

      y a manejar el arco

      y a conocer el rumbo

      por sus ríos verdes claros.

      Fuera de ella

      está el inmenso llano. . .

      a él no tengo derecho

      porque eso es de los blancos,

      esos que nos destruyen,

      los que nos humillaron,

      desde cuando Colón

      con sus hombres pisaron

      éstas tierras tan nuestras. . .

      mi suelo americano.

      Cuando yo llego a un pueblo

      se me quedan mirando

      y al no entender mi lengua

      se van de mí burlando

      señalando mi rostro

      y mis pobres harapos

      que traje de la selva

      hechos de matapalo.

      Pero yo los entiendo,

      los entiendo y recalco

      que son seres sin alma,

      son seres desgraciados

      que se prenden del mundo,

      que se ríen de sí mismos

      y del dolor causado.

      Yo no soy de esa casta

      pues jamás me rebajo:

      soy indio por ancestro

      y de serlo me jacto.

      Yo no tengo gobierno

      pues yo mismo me mando,

      pero dirán entonces

      que soy un renegado?.

      No, no es eso;

      lo que pasa es que escucho

      que dicen de soldados

      que ellos mismos se acaban,

      se están acribillando,

      y eso me hiela el cuerpo

      y trae de mi pasado

      recuerdos imborrables

      cuando me destruyeron

      a mis antepasados.

      Quisiera dar un grito,

      a todos estrujarlos,

      gritar de que soy libre,

      de que soy un tucano,

      de que mi raza india,

      no debe relegarse,

      para que si me escuchan

      en el país lejano

      donde un día se marcharon

      con chinchorro y mujeres

      toditos mis hermanos

      recuerden que en la selva

      los estoy esperando.

      Quizás, cuando en sus marchas

      ya se sientan cansados

      y me cuenten que fueron

      a ese país arcano,

      a una tierra con nombre

      de suelo colombiano,

      que vieron sus montañas

      y sus picos nevados

      blancos como los lirios

      cuando comienza mayo.

      Que mas podré decir?.

      Que estoy viejo y cansado.

      Que un dolor muy profundo

      a mi cuerpo ha abrazado,

      que cuando se oscurezca,

      cuando cierre mis párpados

      antes de que yo expire

      en un grito pagano,

      diré: Que yo nací en la selva,

      la que me dio la mano,

      que del blanco iracundo

      yo soy su antepasado,

      que soy su misma sangre,

      que jamás he llorado,

      que yo tengo derecho a ser americano

      y más que todo esto,

      a ser un colombiano.

      Llegó la noche y acalló la selva

      sirvió el silencio de mortaja al indio,

      filtró la luna sus plateadas hebras

      y se marchó su alma al infinito.

       Colombia: ve hacia acá

      Aquí estoy sin parpadear

      contemplando tu faz fiero Vichada.

      Contemplo la belleza de tus ríos

      y el profundo verdor de tus sabanas

      que se extienden grandiosas e infinitas

      por palmares y esteros adornadas.

      Tus ríos son sierpes que impetuosos bajan

      y en una trilogía cual potros briosos,

      rinden sus aguas al mítico Orinoco,

      el Meta, el Guaviare y el Vichada.

      Que esplendoroso panorama he visto

      cuando miro que en oriente se agiganta,

      un sol que me recuerda al de los griegos

      amantes de sus guerras y batallas.

      Y en esas tardes cuando va muriendo,

      despidiendo arreboles raudo


Скачать книгу